IGNACIO CAMACHO-ABC
Con su oferta a Valls, Rivera propone el combate contra el nacionalismo como espacio común entre izquierda y derecha
CUANDO Albert Rivera se mira al espejo se ve con la cara de Enmanuel Macron, el hombre que construye en Europa la nueva casa común del centro-derecha. Un espacio político en el que cabe incluso un pabellón de invitados para los votantes más templados de la izquierda. «Éste ya no es el siglo de la socialdemocracia», proclamó el viernes Manuel Valls en el plató de TVE, la mañana en que admitió que estaba considerando la oferta de Ciudadanos para su candidatura barcelonesa. El día antes, el ex primer ministro de Hollande había debatido con Felipe González sobre esa misma idea: la sombría perspectiva del socialismo moderado que mantuvo en el último tercio del XX la hegemonía europea. Pequeño y enérgico, como Sarko y Aznar, Valls está ahora con Macron, al que quiso disputarle la Presidencia, pero desde que el PS lo excretó de sus encogidas filas en unas primarias abiertas siente que en su país adoptivo se le está achicando la escena. Nacido en Barcelona, hijo de padre español y de madre suiza-italiana, tiene el perfil cosmopolita que anda buscando Rivera y puede atisbar en Cataluña la oportunidad de protagonismo que le negó la política francesa. La lucha contra el populismo nacionalista, el nuevo rostro de la desigualdad, la amenaza creciente contra la convivencia.
Cuaje o no la propuesta –«tendría que renunciar a una vida», me dijo el interesado en el backstage de la tele–, el asunto revela la potente intuición de quien la ha formulado. El líder de Cs es el único dirigente español que ha entendido la importancia del conflicto catalán como factor decisivo en el futuro inmediato. Sin el compromiso de tomar decisiones de Gobierno, se está aplicando al diseño de un nuevo escenario: el de la reconstrucción del patriotismo constitucional desde un proyecto de fortalecimiento del Estado. Mientras los demás partidos, incluido el PP, intentan alejar de sí el problema catalán para no quemarse en él las manos, Rivera ha convertido el desafío separatista en el eje de prioridades de Ciudadanos. En ese sentido, un fichaje como el de Valls representaría la respuesta al esfuerzo de los soberanistas por internacionalizar su caso; una iniciativa de relumbrón para corregir por su cuenta la insuficiencia del marianismo en el combate diplomático.
El objetivo global es la creación de una atmósfera civil macroniana que reclame soluciones inéditas. Pero tiene un problema. «La gran diferencia entre Macron y Albert –dice Valls– está en el sistema electoral a doble vuelta». En efecto, antes del ballotage el presidente galo sacó poca ventaja a la derecha; con la ley española, el PP y el PSOE tienen por implantación territorial mayores posibilidades de resistencia. Ése es el duelo por decidir, y será más apretado que en Francia: el bipartidismo dinástico, con su correosa inercia, frente a una pujante corriente de renovación a base de audacia estratégica.