Iñaki Ezkerra-El Correo

El escritor francés Gabriel Matzneff, que gozó toda su vida de un gran predicamento entre la clase intelectual de su país por hacer literatura de la pederastia, cayó en desgracia cuando en 2020 Vanessa Springora, una de sus víctimas, publicó un libro, ‘El consentimiento’, en el que contaba su versión de esa escabrosa experiencia y que ha sido llevado al cine con el mismo título por su compatriota Vanessa Filho. El caso es ‘para hacérnoslo mirar’. Lo que ha devuelto a Springora la dignidad que perdió a los catorce años, cuando abusaba de ella un cincuentón con el beneplácito de ‘la intelligentsia parisina’, ha sido el acceso de esa mujer a la misma categoría literaria de la que su abusador hacía gala; cuando ha podido urdir un texto que cuenta «la misma historia que contó él» desde el lado de ella, o sea, la versión víctima. Esto dice mucho a favor de la palabra escrita, pero poco a favor de la condición humana. Si Vanessa Springora fuera una iletrada, o simplemente una mujer sin dotes ni arrestos para llevar su drama a unas páginas, se habría tenido que comer todos los recuerdos de esa humillación que ha sabido verbalizar y que ahora se puede ver en la gran pantalla, mientras Gabriel Matzneff seguiría hoy gozando de su renombre literario, su prestigio social y la oficial ayuda económica de la que disfrutó durante dos décadas. El caso también invita a otra reflexión: el juicio de los popes de Saint-Germain no era infalible. Y la moral que en un momento dicta, como moda inapelable, en sus libros un grupo de santones intelectuales o políticos a una sociedad puede ser un monstruoso delirio. Basta otro libro para demostrarlo.