Luis Haranburu Altuna-El Correo
Sánchez se ha convertido en su propia ‘causa’, no equiparable al interés general
Cuando tras la Primera Guerra Mundial Max Weber abordó el tema de ‘La política como vocación’, pensando en los políticos profesionales, estableció la ya clásica distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La ética de la convicción se ha solido considerar como la que responde a la pureza de los principios, en contraposición a la ética de las responsabilidad, considerada como la plasmación de la ‘real politik’. La ética de la convicción sería la pauta de conducta del político irresponsable; el buen político, por el contrario, solo puede adoptar la ética de la responsabilidad. Esta caricatura del pensamiento de Weber se ha visto favorecida por la ignorancia o por el cinismo, ya que siempre consideró que la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción deben contemplarse «como elementos complementarios que han de concurrir para formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política».
En los últimos meses la distinción establecida por M. Weber ha cobrado actualidad a cuenta de las controvertidas opciones de Pedro Sánchez, tanto a la hora de ser investido como presidente, como a la de formar Gobierno. En un primer momento pareció optar por la ética de la convicción cuando declaró que prefería ser fiel a sus principios antes que coaligarse con Podemos. Por ello convocó nuevas elecciones para evitar, de paso, el insomnio que una coalición con Pablo Iglesias le habría de causar indefectiblemente.
Los principios, sin embargo, son al parecer contingentes para nuestro presidente, ya que a la vuelta de la esquina consideró que su responsabilidad le exigía pactar un Gobierno con Podemos, optando por la ética de la responsabilidad. Evidentemente, no existe incompatibilidad entre ambas éticas y el mismo Weber abogó por su complementariedad, aunque advirtió contra el afán de poder que caracteriza al político que no está al servicio de una causa y se convierte en un profesional del poder sin convicciones. ¿Es el caso Sánchez? No seré yo quien lo juzgue, pero sí cabe concretar algunas llamativas decisiones que ponen en tela de juicio si no la justeza de su ética, sí al menos la estética de su proceder. Frente a la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad, Sánchez ha patentado la ética de la oportunidad.
Sánchez pactó el Gobierno con Podemos, pero fue investido por la abstención proactiva de los sedicentes partidos «progresistas» ERC y EH-Bildu. Al aceptar la abstención imprescindible de ambos para su investidura, Sánchez invocó la ética de la responsabilidad para salir del bloqueo político y formar un Gobierno «progresista». Es decir, sustituyó sus convicciones por su supuesta responsabilidad. La estética de la operación que le llevó al poder es cuando menos cuestionable, pero centrándonos en las consecuencias derivadas de su proceder es evidente que el escenario político ha variado no solo en España, sino también en Cataluña y Euskadi.
A la vista están las consecuencias políticas para Cataluña al aceptar Sánchez el marco referencial del soberanismo, que por lo visto incluye la reverencia de Redondo a Torra; mientras que en lo referente a Euskadi el ‘blanqueamiento’ político de HB-Bildu ha alterado, y alterará, el equilibrio político vigente desde el pacto fallido de Lizarra. HB-Bildu ha pasado de ser una formación en cuarentena, en virtud de su incapacidad para condenar la sangrienta herencia de ETA, a ostentar una impostada legitimidad democrática desde la que incluso se permite dar lecciones de calidad democrática desde la tribuna del Parlamento español.
Blanqueando y legitimando a HB-Bildu, Sánchez legitima y justifica una eventual coalición de las tres izquierdas que compiten en el País Vasco. En el Parlamento vasco, y por especial empeño del Partido Socialista de Euskadi, se había impuesto un suelo ético a la izquierda abertzale para ser homologada en la lid política. Dicho suelo ético ha sido borrado ‘de facto’ como resultado de la complicidad creada entre el ‘sanchismo’ y la formación que lidera Arnaldo Otegi.
Sánchez ha superado el esquema binario de Weber, instalándose en la’ética de la oportunidad’, que concuerda al milímetro con la axiología posmoderna del populismo, que no trata de ser responsable ni consecuente con los principios sino, más bien, de aprovechar las ventanas de oportunidad aunque la estética y la ética se resientan. Maquiavelo postuló la política como oficio de lo oportuno, pero lo oportuno no siempre es lo correcto ni lo responsable. En ‘La política como vocación’, Weber concluye que «la pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una ‘causa’ y no hace de la responsabilidad con respecto a esa causa la estrella que oriente su acción». Sánchez se ha convertido en su propia ‘causa’, pero esta no es equiparable ni al interés general ni a la salud democrática de España. Hasta ahora, según Spinoza, tan solo Dios era ‘causa sui’.