Iñaki Ezkerra-El Correo

  • El izquierdismo populista quiere convertir todas sus leyes en conquistas sociales

Es lo que más me ha llamado la atención de Bolaños tras ser aprobada la proposición de ley de amnistía en la Comisión de Justicia del Congreso: su euforia. Confieso que me cuesta advertir un mínimo rasgo de cinismo en esa expresión de júbilo y esas frases inolvidables: «Nos llena de orgullo», «una ley que hoy marca Historia»… Yo creo que ha hecho no ya mental sino fisiológicamente suya la definición que nos dio Churchill del éxito: «Ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo». Uno puede hacer suya esa definición con sentido del humor, pero la euforia de Bolaños era de una seriedad dramática. La frase de Churchill hace acuse de recibo del fracaso. Las del ministro de la Presidencia eran las de alguien al que le hubieran dado un Oscar cuando lo que le está cayendo encima es un jarro de agua fría.

No. No eran la cara ni las palabras del representante de un Gobierno acorralado por los casos de corrupción; por la ley, por la lógica, por la realidad; por el agrio y destemplado chantaje de los secesionistas; por las preguntas que vendrán de la Unión Europea sobre los fondos que destinaron a pagar la mascarillas fraudulentas; por la vergüenza que cualquier ser normal sentiría ante esas preguntas. No eran la cara ni las palabras de quien huye hacia delante a sabiendas de que huye. Más bien tenían algo de extemporáneas, de marcianas, de ataráxicas, de absurdas.

Yendo más lejos de la actual situación, esa euforia tiene sus antecedentes. Viene de lejos y es la de un izquierdismo populista y plano que sonríe a destiempo y que quiere convertir todas sus leyes en conquistas sociales. Pero no todo lo que se legisla es una conquista social. A veces se promulga una ley como un mal menor y necesario que evita males innecesarios y mayores. Uno cree que debe haber una ley de eutanasia pero no se pondría a dar saltos de alegría al votarla. A uno no le puede hacer feliz legislar sobre la muerte. Alguien que, ante un hecho tan duro y trágico como el de poner fin a la vida, da saltos de alegría no es de izquierdas ni de derechas. Es un idiota moral.

Los saltos alegres y suicidas ante la ley de amnistía son ya la parodia, la impostura de esa vieja impostura festiva. Se ha dicho que el sanchismo ha devaluado las palabras. Yo creo que también los hechos a los que estas aluden. Y ha llegado a devaluar también la alegría. Viendo y oyendo a Bolaños me he acordado de las sonrisas, los aplausos, las caras de satisfacción, los besotes y abrazotes que le propinaba Patxi López a Francina Armengol cuando salió elegida presidenta del Congreso el pasado 17 de agosto. Parecía que celebraban el parto de los montes. Se veía esa euforia y también ese orgullo del que solo Bolaños conoce el motivo. O hace como que lo conoce.