Javier Zarzalejos-El Correo
- Es llamativo ver cómo la ultraderecha presenta una cara defensora de los judíos solo porque les permite culpar a los musulmanes de la ola de odio y ataques
La Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA, por su acrónimo en inglés) ha publicado el informe anual sobre la situación del antisemitismo en Europa. El documento se titula ‘Experiencia y percepciones de antisemitismo en la población judía’ y tanto aquella como estas, experiencia y percepciones, ofrecen un panorama desolador en el que los progresos que se habían realizado en luchar contra esta lacra parecen haberse malogrado. De acuerdo con la agencia, el 98% de la población judía en Europa esconde su identidad. Casi el 50% de los judíos menores de 40 años han experimentado situaciones de acoso o denigración y el 40%, como media en los trece países de la UE estudiados, evitan acudir a celebraciones, lugares o centros de vida judíos. Las redes sociales viralizan y amplifican el acoso, propagando los temas habituales del antisemitismo: desde la apariencia física a las teorías conspirativas sobre el poder global de los judíos, la ridiculización de los ritos, la negación del Holocausto, las apelaciones a prohibir la circuncisión o el sacrificio ritual de animales, así como los ataques físicos a símbolos, sinagogas y cementerios. Los estereotipos antijudíos se rehacen y extienden.
Aumenta el número de judíos que están considerando abandonar Europa. Desde hace ya tiempo se viene produciendo un éxodo silencioso en comunidades judías europeas, singularmente en Francia, que debería avergonzarnos como europeos. Cada vez que los judíos han salido de Europa, el éxodo ha sido siempre prólogo de males mucho mayores. No solo se trata de que el antisemitismo ambiental o concreto haga su vida más difícil, sino que en muchos ámbitos de la opinión europea se les niega su identidad como ciudadanos y se pone en cuestión su lealtad cívica al Estado al que pertenecen. La vergüenza de lo que significó el ‘caso Dreyfuss’ se mantiene como una pesada herencia que no toda Europa ha repudiado.
Más allá de la autocomplacencia, el virus antisemita está incorporado a la genética cultural europea y, como todos los virus, espera el momento adecuado para manifestarse. Extrema izquierda -muchas veces, izquierda a secas- y extrema derecha se alinean en un entendimiento perverso para jugar esa carta con toda obscenidad. Hemos escuchado hablar de la masacre del 7 de octubre como un «acto legítimo de resistencia» a miembros de la coalición de Gobierno. A partir de ahí cualquier infamia parece posible, como por ejemplo celebrar los análisis que vinculan el sionismo -la aspiración de un Estado propio- con el nacionalismo totalitario europeo.
La asimilación, con mayor o menor sofisticación intelectual entre las víctimas y los verdugos, es permanente porque siempre hay una excusa. Hoy es Netanyahu, como si todos los judíos fueran el Gobierno de Israel. Los judíos tienen que llevar el estigma eterno; por eso, dentro y fuera de Israel, con Netanyahu y sin él, el antisemitismo se retroalimenta. Es llamativo -y al mismo tiempo perverso- ver cómo la ultraderecha europea presenta una cara defensora de los judíos, con un vergonzoso olvido de su tradición intelectual y política antisemita, solo porque defender ahora a los judíos le permite culpar a los musulmanes europeos de ser los responsables de la ola antisemita. Pero en el Holocausto no había musulmanes soltando el Zyclon B en las cámaras de gas de los campos de exterminio, sino personas que llegaron a extremos inconcebibles de maldad y banalización del mal actuando por pulsiones muy cercanas a los que hoy abanderan, de nuevo en suelo europeo, parecidas narrativas sobre la supuesta muerte de nuestra civilización y apelaciones a la pureza étnica. Históricamente, los europeos -especialmente algunos en algunos momentos concretos de la historia continental- se han bastado y sobrado para hacer de los judíos un objeto de exterminio físico o de muerte civil.
El antisemitismo no consiste solo en el odio a un pueblo, a un conjunto de creencias, a un grupo humano, no por lo que hace sino por lo que es. Es, en mayor medida aún, un indicador infalible de nuestra salud moral, de la capacidad de nuestras sociedades para reconocer su propia contextura cultural. Los que lanzan alaridos y ridiculizan a los judíos no afirman ninguna identidad cultural europea, sino que la niegan porque rechazan uno de sus componentes esenciales tanto en las raíces cristianas de Europa como en su dimensión ilustrada.
El estudio de la Agencia de Derechos Fundamentales sostiene que «el antisemitismo se encuentra omnipresente en nuestras sociedades». Esta afirmación se hace tras una investigación realizada antes de que estallara el conflicto en Oriente Próximo después de la matanza perpetrada por Hamás. Hoy los datos serían aún peores. Por eso, afirma la directora de la agencia, los judíos en Europa se encuentran más atemorizados que nunca antes tras el Holocausto.