La excepción de la regla

 

No sería justo perdonar los errores que el Gobierno ha cometido por el hecho de que el proceso haya tenido un final feliz. Pero tampoco lo sería ignorar que el final, a pesar de los errores, ha sido en verdad positivo. Aunque la gravedad del error no disminuya, sí cabe atemperar la severidad con que se juzga. No está siendo éste el caso.

Algo debe de tener de cierto la idea cuando casi todas las lenguas la expresan con un dicho sentencioso. «Bien está si bien acaba», en español, o «Ende gut, alles gut», en alemán, son sólo dos de las múltiples expresiones que los humanos usamos para cerrar cualquier discusión sobre un proceso que, tras atravesar difíciles y controvertidos vericuetos, termina a gusto de todos. Como si la alegría con que se acoge el final feliz borrara las penalidades que se han sufrido y perdonara los errores que se han cometido en el trayecto.

Diríase, sin embargo, que el caso que nos ocupa -el secuestro y la puesta en libertad del ‘Alakrana’ y de su tripulación- constituye la excepción de la regla. En efecto, el hecho de que el atunero «navegue libremente hacia aguas más seguras», por utilizar las palabras con que el presidente Rodríguez Zapatero dio noticia de su liberación, no ha impedido en absoluto que en el patio político nacional se haya armado la mayor trifulca en lo que va de año. Vista la reacción de los partidos -por limitar la reflexión al ámbito de la política-, cualquiera habría dicho que, en vez de en el final feliz que hoy celebramos, el secuestro había acabado en el peor de los desastres.

Se me ocurre pensar -y me introduzco así yo mismo, aunque muy a mi pesar, en esa trifulca- si la razón de esta desazón general no se encuentra precisamente en el hecho de que el secuestro cuyo desenlace celebramos todavía no ha llegado en realidad a su término. Se ha terminado, sí, la angustia de los secuestrados y de sus familiares, han respirado con alivio los armadores, se ha librado la ciudadanía de su pesadilla solidaria; pero ha quedado aún pendiente, en el mismo corazón de la Audiencia Nacional, un asunto que deja un mal sabor de boca respecto de la limpieza del proceso y llega incluso a comprometer al propio Estado de Derecho. Resulta, por ello, inevitable que surja la pregunta de si no podría haberse llegado al mismo final feliz por caminos menos tortuosos y en bastante menos tiempo o, lo que es lo mismo, con mucho menor desgaste y cansancio del sistema.

Parto de la hipótesis de que los dos somalíes capturados y pendientes de juicio en la Audiencia Nacional no son ajenos al proceso de negociación. Es, creo yo, una hipótesis verosímil, que podrá ser pronto confirmada o desmentida según cuáles sean las decisiones judiciales y políticas que sobre ellos se tomen en los próximos meses o semanas. Pues bien, dando por buena esa hipótesis, no puedo no concluir que, si esos dos somalíes no hubieran sido capturados, la negociación habría llegado antes al mismo (o mejor) puerto y el Estado de Derecho no habría quedado tan comprometido. El referente de comparación que tenemos más a mano y que hace más plausible esta afirmación es el ‘Playa de Bakio’. Los parámetros a comparar, el tiempo del secuestro, el costo del rescate y el desgaste del Estado.

Nada obligaba al Gobierno, en contra de lo que afirma, a proceder a aquella captura. Nada, al menos, que no fuera tan eludible como la obligación, que sí tiene, de impedir que se paguen rescates a los secuestradores. Por otra parte, ninguna ventaja podía esperar sacar de ella. Todo lo contrario. Con la captura de los dos piratas no hizo el Gobierno sino convertirse en protagonista de un proceso en el que debería haber permanecido como un actor secundario, así como elevar lo que tenía que haber sido una negociación entre particulares a la categoría de «cuestión de Estado». Quizá frustrado por no haber impedido un secuestro previsible, el Gobierno quiso poner de su parte más de lo que de él cabía esperar en aquel estadio del proceso. Se equivocó. Y se equivocó también cuando, con el fin de quitar trascendencia al error ya cometido, dio a entender a la opinión pública que nunca entraría en la desalmada inhumanidad de unos piratas interesarse por sus dos compañeros capturados. Pecó, pues, el Gobierno de precipitación y pecó también de arrogancia en su apreciación sobre el compañerismo de los secuestradores.

Ahora bien, no sería justo perdonar los errores que el Gobierno ha cometido por el hecho de que el proceso haya tenido un final feliz. Pero tampoco lo sería ignorar que el final, a pesar de los errores, ha sido en verdad positivo. Y, así, aunque la gravedad del error no disminuya, sí cabe atemperar la severidad con que se juzga. No está siendo éste el caso. Parece, por ejemplo, cuando menos muy poco elegante que quien, hace tan sólo unas semanas, afirmara con toda solemnidad -en referencia, por supuesto, a los serios problemas que atraviesa su partido- que «lo que importa son los resultados», se olvide ahora de su propia consigna y se lance a degüello contra el Gobierno, exigiendo nada menos que la inmediata dimisión de tres de sus miembros más relevantes. Porque, cuando feliz ha sido el resultado, los errores, más que para arremeter contra el pasado, deberían servir para mejor afrontar el futuro.

José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 19/11/2009