MIKEL BUESA-LA RAZÓN
- Lo malo de esa excepción es que contradice el objetivo de ahorro energético –pues si se subvenciona el gas habrá, lógicamente, más consumo de este combustible, como ha pasado en España
Lo malo de esa excepción es que contradice el objetivo de ahorro energético –pues si se subvenciona el gas habrá, lógicamente, más consumo de este combustible, como ha pasado en España y señalan los funcionarios de la Comisión Europea–; que la prueba española no es tal –pues los precios han seguido aumentando sin parar–; que desincentiva el uso de las tecnologías más eficientes –según ha mostrado Francia al sustituir su energía nuclear por la gasista española subvencionada–; que no se rebaja la dependencia de Rusia –como también evidencia España–; y que desestima el empleo de los recursos gasísticos europeos –como hizo absurdamente Alemania al echarse en brazos de Rusia para transitar a las energías renovables–. Todo esto es un disparate que, además, no ayuda en nada a favorecer el cambio tecnológico necesario para un modelo energético orientado a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. El gas natural no va a desaparecer, le guste o no a Von der Leyen y a su parroquia ecologista, pero podría reducir su incidencia si la racionalidad orientara la política energética europea.