La ausencia de éxitos terroristas por parte del ‘yihadismo’ no debe hacernos minusvalorar la complejidad de un desafío como el que plantea la progresiva islamización ansiada por numerosos radicales, ni sus negativas consecuencias para una pacífica integración y su relación con futuras expresiones de violencia.
La preocupación de expertos antiterroristas por las intenciones de crear una televisión en Madrid para difundir el radicalismo islámico, noticia recogida en diversos medios, revela los intereses expansionistas de una desestabilizadora y fundamentalista interpretación del islam que numerosos actores en España vienen desarrollando. La materialización de semejante proyecto tendría graves implicaciones para la correcta integración de la amplia comunidad musulmana en nuestro país y para el desarrollo de marcos justificativos de violencia terrorista. Aunque la radicalización violenta sigue siendo un fenómeno minoritario en España, sería irresponsable subestimar la expansión que el radicalismo islamista está experimentando. Tampoco conviene olvidar que la planificación de actividades terroristas no ha cesado desde el 11 M, si bien los éxitos policiales han frustrado planes instigados por conductas violentas como las que el extremismo islamista intenta consolidar en la población musulmana.
La eficacia antiterrorista al contener la amenaza terrorista no debe generar autocomplacencia, al ser innegable que numerosos actores trabajan activamente para difundir idearios con los que inspirar a nuevos radicales interesados, no solo en la práctica del terrorismo, sino también en la desestabilización que una inadecuada integración social provocaría. La acción preventiva en este segundo terreno resulta particularmente complicada, ya que a menudo obliga a intervenciones sobre ámbitos legales y en áreas de gran sensibilidad. Por ejemplo, la lógica y necesaria denegación de una concesión de licencia para el peligroso proyecto de una televisión desde la que difundir el radicalismo puede ser criticada por algunas voces como un ataque a la libertad religiosa y de expresión. Pero el temor a una posible polémica no debe inhibir acciones preventivas cuando estas son requeridas. Las garantías que los sistemas democráticos ofrecen constituyen a su vez elementos de vulnerabilidad de los que los extremistas intentan abusar. Por ello la defensa de la democracia exige delimitar una frontera entre posicionamientos radicales pero aceptables y un extremismo político o religioso intolerable que se aprovecha de la amplia protección de libertades que los regímenes democráticos garantizan. De ahí que la imprescindible intervención contra el islamismo radical sea susceptible de generar conflictos que los radicales desean explotar para dificultar la aceptación de normas y valores comunes en los que una óptima integración debe sustentarse. En ese mismo plano pueden incluirse las actividades de algunas asociaciones consideradas legales en nuestro país que, sin embargo, favorecen la creación de ambientes facilitadores para la radicalización violenta.
La corriente salafista, el Tabligh, Justicia y Caridad, o Hizb ut-Tahrir han sido definidas como «puertas de entrada» hacia la radicalización violenta al constituir entornos de socialización susceptibles de ser instrumentalizados por las radicales. Las condenas a la violencia que sus líderes articulan en público son complementadas con la defensa de principios fundamentalistas que revelan ambivalencia frente al terrorismo, lindando a veces con el radicalismo violento. Así, pese a su rechazo verbal del terrorismo yihadista, estas asociaciones se convierten en algunos casos en vehículos facilitadores para la inmersión en idearios radicales que pueden evolucionar hacia una radicalización violenta y la integración en células terroristas. En otros casos la progresión no alcanza esos niveles, obstaculizando sin embargo la integración social de sus simpatizantes, adoctrinados en idearios sustentados en la incompatibilidad del islam con el orden constitucional.
La experiencia antiterrorista confirma que estas corrientes actúan como introducción a la radicalización violenta al erigirse en focos de magnetismo que aportan una importante fuente de captación de adeptos. Lo consiguen proporcionando una cultura radical, convirtiéndose en núcleo de aprendizaje de una ideología receptiva a planteamientos violentos. En esos escenarios se desarrollan discursos comprensivos con el extremismo que coadyuvan a la radicalización violenta, pudiendo transformarse por tanto en antesalas del yihadismo. Aportan asimismo una narrativa histórica compartida y una red social en la que sus integrantes encuentran apoyo y recursos en aquellos casos en los que su radicalización progresa hasta la justificación y disposición para perpetrar atentados. Al hacer frente a esta problemática las autoridades están obligadas a mantener un delicado equilibrio: deben evitar respuestas desproporcionadas de perjudiciales consecuencias, conscientes también de los negativos efectos que acarrea cierta permisividad hacia entidades que preconizan postulados radicales como la instauración de un estado islámico mundial o la defensa de la violencia en contextos como Israel, Afganistán o Irak. Decisiva resulta además la correcta identificación de adecuados interlocutores dentro de la comunidad musulmana con los que prevenir la radicalización, debiendo ser estos actores «no radicales» a diferencia de supuestos «moderados» más bien interesados en la reproducción de una ambigüedad narrativa encaminada a la deslegitimación de valores cívicos no violentos. Los precedentes demuestran cuán contraproducente puede ser la credibilidad que determinados representantes comunitarios adquieren, alimentada por las autoridades tras una errónea definición de objetivos y planteamientos, ya que bajo una apariencia moderada encubren un peligroso radicalismo.
La permisividad hacia ciertas figuras consideradas como «moderadas» dentro del radicalismo ha resultado dañina al debilitar a auténticos «no radicales». Ilustrativa resulta la decisión adoptada por las autoridades británicas en 2009 al romper la interlocución oficial con el Consejo Musulmán Británico después de que uno de sus dirigentes respaldara la llamada de Hamás a atacar tropas extranjeras que impidieran el envío de armas a Gaza. La complejidad que la prevención de la radicalización entraña ha llevado a distintos servicios de inteligencia a apostar por el fortalecimiento de determinados interlocutores confiando en que esa relación favorecería la legitimación de agendas gubernamentales ante la comunidad musulmana. Sin embargo, en el medio y largo plazo han contribuido a difuminar la nítida e innegociable oposición frente al terrorismo que reclama la prevención de la radicalización para evitar la más mínima legitimación de conductas violentas y desestabilizadoras.
Este es el contexto en el que se plantea la creación en España de una televisión para propagar una doctrina radical del islam. Su puesta en marcha permitiría la utilización de un influyente medio de comunicación para el adoctrinamiento en una ideología exclusivista, manipulando emociones mediante la interrelación de agravios locales —entre otros, la prohibición del burka y el niqab— con referentes de solidaridad en un ámbito global. De ese modo avanzarían los radicales en su objetivo de dificultar la integración de los musulmanes en nuestro país, aislándoles de una cultura asentada en el respeto a un conjunto de valores políticos y cívicos incompatibles con una interpretación fundamentalista del islam basada en la politización e imposición de sus dogmas religiosos. La credibilidad que el medio televisivo consigue en las audiencias favorecería la amplificación de una mentalidad victimista reproducida desde algunos sectores musulmanes al surgir tensiones con el potencial de alterar la cohesión social. «Nos sentimos perseguidos», aducen algunos musulmanes cuando la normal aplicación de la legalidad choca con radicales creencias religiosas y visiones del mundo que entorpecen la integración del islam en España.
Así pues, la ausencia de éxitos terroristas por parte del yihadismo no debe hacernos minusvalorar la complejidad de un desafío como el que plantea la progresiva islamización ansiada por numerosos radicales, ni sus negativas consecuencias para una pacífica integración y su relación con futuras expresiones de violencia.
(Rogelio Alonso es Profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos)
Rogelio Alonso, ABC, 3/9/2010