Rubén Amón-El Confidencial
- Cinco años después del trauma del ‘procés’, la causa ‘indepe’ languidece por la endogamia, la firmeza del Estado de derecho y la irrupción de los problemas ‘reales’: la pandemia, la guerra, la crisis económica
Impresionan la velocidad y truculencia con que se ha descoyuntado el nacionalismo catalán en sus expectativas megalómanas. Han pasado cinco años desde el trauma del 1-O. Y se amontonan las razones por las que se desintegran las ambiciones separatistas. Por fuera. Por dentro.
La endogamia que envenena a los ‘compañeros de viaje’ es tan elocuente como la relevancia de los motivos exógenos, fundamentalmente porque los problemas ‘reales’ han sepultado los caprichos esnob. O sea, que la pandemia, la guerra y la crisis económica establecen un escenario de conmoción que reduce las esteladas a un ridículo abanico.
Junts y la CUP perseveran en el delirio soberanista. Y sabotean la presidencia de Aragonès desde posiciones extemporáneas
El independentismo era el más importante de los problemas menos importantes. Por esa razón, las emergencias concretas han desdibujado las motivaciones sensibleras e identitarias que pretendieron demoler la Constitución y las reglas de convivencia. Fue entonces cuando sobrevino el escarmiento de la Justicia y el castigo del Estado de derecho. Pedro Sánchez intervino para cuestionar las condenas del Supremo y profanar la separación de poderes, pero las penas de cárcel y el riesgo de ‘enchironamiento’ que implica la reincidencia demuestran que los mártires del soberanismo han replegado las ambiciones, especialmente el ala pragmática de ERC.
Puede entenderse así mejor el conflicto de objetivos y de intereses que amenaza el porvenir del Govern catalán. Junts y la CUP perseveran en el delirio soberanista. Y sabotean la presidencia de Aragonès desde posiciones extemporáneas. No ya por el anacronismo de Puigdemont en su destierro acomodaticio de Waterloo, sino por el desfase identitario y adolescente de la muchachada ultra. El nacionalismo se resiente de su propia necedad y de los factores coyunturales. Por la guerra de Ucrania. Por los referéndums que ha amañado Putin en el Donbás. Y porque la clave del porvenir de la UE no solo consiste en la mayor cesión de soberanía, sino que contradice la irrupción de nuevos Estados con presupuestos supremacistas y excluyentes.
El relevo de Sánchez ha calmado la calentura a un precio elevadísimo —concesiones presupuestarias, injerencias judiciales, etc.—
La alarma que implica la victoria de Meloni en Italia simboliza la excentricidad del discurso identitario. Nacionalismo y progreso son términos antitéticos. Y no solo para denunciar el chauvinismo de Orbán o la melancolía patriotera de Vox y de Hermanos de Italia. El lema lepenista ‘Francia para los franceses’ es tan deplorable como el de ‘Cataluña para los catalanes’.
Un lustro ha transcurrido desde que se urdió el ‘procés‘ y desde que las calles y los tractores intimidaron el principio de equidad territorial. El soberanismo llevó al extremo la tensión y la discordia, mientras Rajoy se consumía en el dontancredismo y la miopía. El relevo de Sánchez ha calmado la calentura a un precio elevadísimo —concesiones presupuestarias, discriminaciones territoriales, injerencias judiciales, fracturas institucionales, indefensión premeditada de la lengua española—, pero el independentismo ha terminado por capitular y desvanecerse gracias a la implosión de sus sectas, familias y corrientes, y gracias al escarmiento de la realidad y al correspondiente desvanecimiento de una ensoñación patética a la que no ponen remedio los mensajes sentimentales y victimistas con que Aragonès, Junqueras o Puigdemont han enmascarado el fracaso este fin de semana.