FERNANDO VALLESPÍN-El País

  • Quizá el Papa ha querido mandar un mensaje a la derecha y reafirmar simbólicamente su mensaje social; en tal caso, encontrarse con una política “roja” en activo no debió parecerle mala idea

En política hasta lo que parece más incongruente siempre suele albergar algún sentido. Es la esfera donde el interés manda, donde nada es azaroso ni casual, donde todo responde a algún designio. Si esto es así, ¿qué ganan Yolanda Díaz y el papa Francisco de su sorprendente encuentro vaticano? Una “comunista”, como tanto le gusta resaltar a la oposición, con el máximo jerarca de la Iglesia católica. Por lo pronto, eso que es tan difícil de obtener en nuestros días: atención, ese recurso tan escaso y por el que más de un político vendería su alma al diablo. Fíjense, ha bastado el anuncio de su visita al Vaticano para que Yolanda Díaz esté de nuevo en todos los mentideros mediáticos. Incluso ha conseguido eclipsar su actividad en la sufrida tarea de sacar adelante el diálogo social. ¿O habría que decir que su estancia en Roma sirve también para que volvamos la vista a él cuando ya empezaba a decaer el interés?

Sea como fuere, de lo que no cabe ninguna duda es de que a Díaz le es funcional para mostrar que lleva su propia agenda respecto al Gobierno y le permite desvelar de forma un tanto taimada parte de su proyecto político. No acudió al Santo Padre, como los políticos de la derecha, para que le diera la bendición, sino para entablar un diálogo “emocionante” sobre desigualdad, precariedad laboral, la crisis de los refugiados… Sobre las injusticias, en suma. Mucho se habla de la superioridad moral de la izquierda, pero si hay una instancia que hace de ella su santo y seña es, precisamente, la Iglesia. El Papa es el único líder mundial que puede permitirse el lujo de predicar la ética de la convicción. Quizá porque solo debe rendir cuentas ante el Altísimo, no ante ningún cuerpo ciudadano. Su accountability no es de este mundo. Sintonizar con Bergoglio, y para eso casi basta una foto, lanza el mensaje de que la propuesta de transversalidad de Díaz era sincera. Que en las cuestiones de justicia social —no en temas como aborto o feminismo, claro— la tradición de la izquierda puede encontrar puntos de conexión con los creyentes.

Por eso rabia la derecha, que ha quedado fuera de juego. Y al sector del PSOE en el Gobierno le debe embargar cierta perplejidad ante su audacia. Recuerden que este se suponía que era el atributo fundamental de Sánchez. Díaz está comenzando a dar señales de que detrás de sus dulces maneras hay una estrategia política fría, como se supone que debe ser.

Y el Papa, ¿qué puede sacar de este encuentro con quien es una desconocida fuera de nuestras fronteras? Ay, eso ya son palabras mayores. El Vaticano es tan opaco como el Kremlin en sus buenos tiempos, aplicarle una hermenéutica siempre está llamado a fracasar. Más aún cuando lo dirige un jesuita. Recuerden la segunda acepción que da el diccionario de la Real Academia Española a “jesuítico”: “que muestra cautela y cierta astucia o hipocresía”. Pero como esto seguramente no les sirve, les daré mi opinión sincera, que es pura especulación. Bergoglio quiere mandar un mensaje a la derecha española, tan obsesionada porque este Papa pueda ser “de izquierdas”. Si la política desea sintonizarse con el Evangelio no puede desentenderse de los más menesterosos ni de los que sufren persecución —recuerden su discurso en Lesbos—. Reafirmarlo simbólicamente encontrándose con una política “roja” en activo seguro que no le pareció ninguna mala idea.