El populismo de izquierdas y el populismo de derechas mantienen retóricas divergentes —el primero instrumenta el enfrentamiento entre ricos y pobres, mientras que el segundo alimenta el conflicto entre nacionales y extranjeros— pero poseen un enemigo común: la globalización. Para el populismo de izquierdas, la globalización conduce a la construcción de una oligarquía internacional que acumula plusvalías a costa de explotar al Tercer Mundo; para el populismo de derechas, la globalización empobrece la cultura y la economía nacional al abrirla a la interacción con el resto del planeta.
El pasado domingo, el coordinador federal de Izquierda Unida y miembro de referencia de Unidos Podemos, Alberto Garzón, publicó en Eldiario.es un artículo titulado “La extrema derecha es hija de la globalización”. La tesis básica del texto es que el proceso globalizador vivido durante las últimas tres décadas ha redundando en beneficio, por un lado, de la mayor parte de la población del Tercer Mundo y, por otro, de los “superricos”: en cambio, las clases populares de Occidente han visto cómo sus ingresos se han estancado y eso ha alimentado su rencor hacia la globalización, alimentando electoralmente a la extrema derecha nacionalista.
Para ilustrarlo, Garzón recurre al famoso gráfico del “elefante de los ingresos”, elaborado por el economista serbio Branko Milanovic. Como puede observarse en este gráfico con forma de elefante, durante los últimos 30 años la renta per cápita de todas aquellas personas que se ubican en los percentiles 5 a 65 de la distribución global de los ingresos (es decir, las personas más pobres del planeta) se ha incrementado entre un 60% y un 70%; a su vez, la renta per cápita de las personas ubicadas a partir del percentil 95 de la distribución global de los ingresos (es decir, los “superricos”, según Garzón) se ha incrementado entre un 20% y un 60%. En cambio, la renta per cápita de los ciudadanos en los percentiles 75 a 90 (las “clases populares” de Occidente) se ha estancado radicalmente.
Según Garzón, el fallo de “la izquierda anticapitalista” ante la mundialización económica de las últimas décadas ha sido no haber sabido capitalizar el descontento de los perdedores de la globalización —las clases populares de Occidente— contra el sistema capitalista: un espacio electoral que ha sido ocupado por la extrema derecha. Este diagnóstico, sin embargo, es profundamente incorrecto. Consciente o inconscientemente, el líder de Izquierda Unida está comprando la mercancía averiada de la extrema derecha en su ambición compartida por desacreditar los beneficios de la libertad económica a escala global.
Como a continuación vamos a demostrar, el gráfico del elefante de Milanovic no permite suscribir la tesis de que los perdedores de la globalización han sido las clases populares occidentales: al contrario, atendiendo al gráfico, estas clases medias han salido notablemente beneficiadas por la globalización. Pero al retorcer los datos de ese modo, Garzón sólo está alimentando la propaganda anticapitalista y anticosmopolita del nacionalismo xenófobo de extrema derecha.
Los ganadores: Tercer Mundo y las clases medias occidentales
Si atendemos al gráfico de Milanovic, queda claro que los grandes ganadores de la globalización durante las últimas décadas han sido los ciudadanos más pobres del planeta, esto es, aquellos ubicados entre el percentil 5 y el 65. Estamos hablando de personas que en 1988 apenas disfrutaban de una renta per cápita entre 200 y 1.300 dólares anuales y que veinte años después la habían visto aumentada hasta una horquilla entre 250 y 2.100 dólares (en ambos casos hemos descontado la influencia de la inflación). En términos absolutos, el incremento puede no parecer espectacular, pero en términos relativos se trata de la mayor reducción de la pobreza absoluta en la historia de la humanidad. Tengamos presente que, a unos niveles de renta tan reducidos, cualquier incremento puede suponer la diferencia entre comer y no comer, entre disfrutar o no de agua potable y entre contar o no contar con vacunas básicas.
Este acelerado progreso en el nivel de vida más de 4.000 millones de personas de personas ya debería bastar para constituir por sí sola una presunción a favor de la globalización y debería hacerlo especialmente entre la izquierda: si, como suelen repetirnos, los movimientos de izquierdas están esencialmente preocupados por la situación de los más pobres y, según el propio Garzón reconoce, la globalización ha contribuido a mejorar sustancialmente el nivel de vida de los más pobres, entonces la izquierda debería ver con buenos ojos el proceso globalizador. De hecho, los últimos 30 años han sido el único período de la historia desde comienzos del siglo XIX en los que se ha producido una reducción de las desigualdades globales.
El populismo de izquierdas y el populismo de derechas mantienen retóricas divergentes —el primero instrumenta el enfrentamiento entre ricos y pobres, mientras que el segundo alimenta el conflicto entre nacionales y extranjeros— pero poseen un enemigo común: la globalización. Para el populismo de izquierdas, la globalización conduce a la construcción de una oligarquía internacional que acumula plusvalías a costa de explotar al Tercer Mundo; para el populismo de derechas, la globalización empobrece la cultura y la economía nacional al abrirla a la interacción con el resto del planeta.
El pasado domingo, el coordinador federal de Izquierda Unida y miembro de referencia de Unidos Podemos, Alberto Garzón, publicó en Eldiario.es un artículo titulado “La extrema derecha es hija de la globalización”. La tesis básica del texto es que el proceso globalizador vivido durante las últimas tres décadas ha redundando en beneficio, por un lado, de la mayor parte de la población del Tercer Mundo y, por otro, de los “superricos”: en cambio, las clases populares de Occidente han visto cómo sus ingresos se han estancado y eso ha alimentado su rencor hacia la globalización, alimentando electoralmente a la extrema derecha nacionalista.
Para ilustrarlo, Garzón recurre al famoso gráfico del “elefante de los ingresos”, elaborado por el economista serbio Branko Milanovic. Como puede observarse en este gráfico con forma de elefante, durante los últimos 30 años la renta per cápita de todas aquellas personas que se ubican en los percentiles 5 a 65 de la distribución global de los ingresos (es decir, las personas más pobres del planeta) se ha incrementado entre un 60% y un 70%; a su vez, la renta per cápita de las personas ubicadas a partir del percentil 95 de la distribución global de los ingresos (es decir, los “superricos”, según Garzón) se ha incrementado entre un 20% y un 60%. En cambio, la renta per cápita de los ciudadanos en los percentiles 75 a 90 (las “clases populares” de Occidente) se ha estancado radicalmente.
Crecimiento de la renta per cápita real de los distintos percentiles de la distribución global de la renta entre 1988 y 2008 (dólares PPA 2005)
Según Garzón, el fallo de “la izquierda anticapitalista” ante la mundialización económica de las últimas décadas ha sido no haber sabido capitalizar el descontento de los perdedores de la globalización —las clases populares de Occidente— contra el sistema capitalista: un espacio electoral que ha sido ocupado por la extrema derecha. Este diagnóstico, sin embargo, es profundamente incorrecto. Consciente o inconscientemente, el líder de Izquierda Unida está comprando la mercancía averiada de la extrema derecha en su ambición compartida por desacreditar los beneficios de la libertad económica a escala global.
Como a continuación vamos a demostrar, el gráfico del elefante de Milanovic no permite suscribir la tesis de que los perdedores de la globalización han sido las clases populares occidentales: al contrario, atendiendo al gráfico, estas clases medias han salido notablemente beneficiadas por la globalización. Pero al retorcer los datos de ese modo, Garzón sólo está alimentando la propaganda anticapitalista y anticosmopolita del nacionalismo xenófobo de extrema derecha.
Los ganadores: Tercer Mundo y las clases medias occidentales
Si atendemos al gráfico de Milanovic, queda claro que los grandes ganadores de la globalización durante las últimas décadas han sido los ciudadanos más pobres del planeta, esto es, aquellos ubicados entre el percentil 5 y el 65. Estamos hablando de personas que en 1988 apenas disfrutaban de una renta per cápita entre 200 y 1.300 dólares anuales y que veinte años después la habían visto aumentada hasta una horquilla entre 250 y 2.100 dólares (en ambos casos hemos descontado la influencia de la inflación). En términos absolutos, el incremento puede no parecer espectacular, pero en términos relativos se trata de la mayor reducción de la pobreza absoluta en la historia de la humanidad. Tengamos presente que, a unos niveles de renta tan reducidos, cualquier incremento puede suponer la diferencia entre comer y no comer, entre disfrutar o no de agua potable y entre contar o no contar con vacunas básicas.
Este acelerado progreso en el nivel de vida más de 4.000 millones de personas de personas ya debería bastar para constituir por sí sola una presunción a favor de la globalización y debería hacerlo especialmente entre la izquierda: si, como suelen repetirnos, los movimientos de izquierdas están esencialmente preocupados por la situación de los más pobres y, según el propio Garzón reconoce, la globalización ha contribuido a mejorar sustancialmente el nivel de vida de los más pobres, entonces la izquierda debería ver con buenos ojos el proceso globalizador. De hecho, los últimos 30 años han sido el único período de la historia desde comienzos del siglo XIX en los que se ha producido una reducción de las desigualdades globales.
Pero, evidentemente, la honestidad intelectual no alcanza para que Garzón venza sus prejuicios ideológicos anticapitalistas y, por ello, trata de desacreditar la globalización a través de otro argumento: los superricos se han aprovechado de la globalización para enriquecerse muchísimo más de lo que lo han hecho las clases populares de Occidente. Y es que, de acuerdo con el gráfico de Milanovic, el top 5% de la distribución global de los ingresos se enriquece relativamente casi tanto como los ciudadanos más pobres del planeta. Algo así como: “La globalización ha servido para que la oligarquía mundial se lucre, repartiendo en el proceso algunas migajas hacia los más pobres y olvidándose de las clases medias populares”.
Problema de esta tesis: el top 5% de la población adulta mundial en 2008 eran 250 millones de personas (hoy serían 275 millones). Mucha gente para tan poca oligarquía. De hecho, la renta per cápita media de los percentiles 95 a 99 era en 2008 de 26.850 dólares internacionales (equivalentes a algo menos de 20.000 euros de la época en España). ¿De verdad estamos diciendo que todos aquellos ciudadanos con ingresos anuales iguales o superiores a 20.000 euros integran la plutocracia global que se ha lucrado de la globalización? En tal caso, y en contra de lo que señala Garzón, casi todos los ciudadanos de Occidente forman parte de esa laxa categoría.
Los auténticos perdedores: los hijos del socialismo real y Japón
Pero si inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales forman parte de los “ganadores de la globalización” dentro del gráfico de Milanovic, ¿quiénes deberían ser considerados los perdedores?, esto es, ¿quiénes integran los percentiles 80 a 90 y, además, han visto su renta estancarse o decrecer con el proceso globalizador de las últimas décadas? En contra de lo que sostiene Garzón —y, todo hay que decirlo, también Milanovic cuando adopta un pose menos científica y más ideologizada— no son las “clases populares” de Occidente las que constituyen los “perdedores de la globalización”, sino el grueso de la población de las repúblicas ex socialistas, así como los tramos con menores ingresos de Japón.
El think tank Resolution Foundation se ha dedicado a desagregar los datos utilizados por Milanovic para elaborar su famoso gráfico de elefante y el resultado es, cuando menos, llamativo. Si excluimos a Japón y a las economías satélites de la URSS, la renta per cápita en Occidente ha crecido entre un 45% y un 70% durante las últimas décadas para todos los tramos de renta (el gráfico de abajo agrupa los ingresos mundiales por ventiles, esto es, los divide en 20 tramos).
Es decir, no sólo sucede que la inmensa mayoría de españoles no se halla entre los percentiles 80 a 90 de la distribución global de los ingresos (según Milanovic, la renta per cápita media de esos percentiles apenas alcanzaba el equivalente a 5.700 euros de la época, lo que representaba a menos del 10% de la población española), sino que además no todos los ciudadanos que se hallan en esos percentiles salieron perdiendo durante esos años: el dato del estancamiento de los ingresos de los percentiles 80 a 90 se debe, sobre todo, a que la renta de ciertos países, ex repúblicas socialistas y Japón, se hunde a partir de 1988 y eso sesga la media hacia abajo.
La cuestión es: ¿qué culpa tiene la globalización en la debacle de las ex repúblicas socialistas o de Japón? Absolutamente ninguna. El PIB de los antiguos países socialistas se hundió extraordinariamente por el propio colapso del socialismo real (y probablemente porque las estadísticas de los países socialistas estaban chuscamente manipuladas al alza, lo que sobredimensionó su caída); el PIB se Japón se estancó por el pinchazo de una burbuja crediticia financiada esencialmente con capitales internos y por la pésima política económica que desarrollaron ulteriormente las autoridades del país. Es decir, la causa del estancamiento de un tramo de la distribución global de la renta durante el período 1988-2008 se debe al torpe y exacerbado intervencionismo estatal que es justamente el que Garzón promueve. Si esas sociedades son los “perdedores de la globalización” no es porque la globalización los haya empobrecido, sino porque la inepcia de sus políticos y el desastre de sus instituciones han impedido que sacaran durante esos años todo el provecho posible a la globalización.
Conclusión: la extrema izquierda da combustible ideológico a la extrema derecha
En definitiva, los principales beneficiarios de la globalización durante las últimas tres décadas han sido los estratos más pobres de la población mundial. A su vez, los ingresos de las clases medias occidentales no se han estancado, sino que han seguido creciendo de un modo muy apreciable durante las últimas décadas de globalización (sobre todo si descontamos la influencia estadística distorsionadora de las repúblicas ex socialistas y de Japón).
Acaso algunos consideren que el gráfico es tramposo porque sólo alcanza hasta 2008, justo antes de la crisis económica. Pero si actualizamos el gráfico hasta 2011 (momento en el que la mayor parte del planeta ya había superado lo peor de la crisis), lo que observamos es que los resultados son todavía más espectaculares para el Tercer Mundo y que los percentiles 80 a 90 no salen tan mal parados como en el anterior gráfico.
Crecimiento de la renta per cápita real de los distintos percentiles de la distribución global de la renta entre 1988 y 20011 (dólares PPA 2011)
En todo caso, resulta evidente que, con mucho, los ganadores de la globalización han sido los más pobres del planeta, cuyas rentas se han llegado a más que duplicar durante las últimas décadas. A su vez, los ciudadanos de Occidente no han salido perjudicados en términos generales, aun cuando una minoría de ellos sí haya podido serlo (sobre todo, los trabajadores y capitalistas de aquellas industrias más afectadas por la nueva competencia global). El resurgir del populismo de izquierdas y de derechas durante los últimos años está mucho más vinculado al empobrecimiento derivado de la crisis económica de 2008 que al proceso globalizador de las últimas tres décadas (¿cuánto populismo globalofóbico había en 2007 cuando el gráfico del elefante de Milanovic ya había desplegado todos sus efectos?).
Cuando Alberto Garzón se apunta a la tesis de que la extrema derecha se ha conjurado como una reacción a un problema generado por la globalización sólo está, en última instancia, abrazando la propaganda de la extrema derecha nacionalista: a saber, la tesis de que el proceso globalizador, pese a estar sacando de la pobreza a más de 4.000 millones de personas, es negativo y debe ser enterrado porque perjudica a las clases populares de Occidente. En realidad, y por fortuna, el diagnóstico del nacionalismo xenófobo —que Garzón suscribe— es incorrecto: como acabamos de demostrar, los ingresos de los ciudadanos occidentales no se han estancado durante el periodo globalizador de los últimos 30 años.
Pero imaginemos que así fuera, que como dice Garzón la globalización esté sacando de la pobreza a 4.000 personas a costa de estancar los estándares de vida de los ciudadanos occidentales. Uno esperaría que una izquierda dizque internacionalista y preocupada por la pobreza global se aliara con el liberalismo cosmopolita para denunciar públicamente el discurso del odio de la extrema derecha. Uno esperaría que la extrema izquierda proclamara bien alto, como proclama el liberalismo internacionalista, que “ahora mismo, la prioridad debe ser la de conseguir que miles de millones de personas en todo el planeta salgan de la extrema pobreza incluso aunque ello conlleve durante algunos años una parálisis del crecimiento del ya rico Occidente”.
Pero Izquierda Unida, y por extensión Unidos Podemos, no participan de este discurso progresista y aperturista. Al contrario, prefieren envenenar a la sociedad española con las mismas mentiras que la extrema derecha —la globalización perjudica a nuestras sociedades— con la esperanza de que sea el populismo de izquierdas, y no el de derechas, quien termine recogiendo las nueces electorales de haber sacudido el árbol de la globalización. El socialismo nacionalista como alternativa al nacionalismo mercantilista. La extrema derecha no es hija de la globalización: al menos en parte, es hija de las mentiras que la extrema izquierda nos ha contado sobre la globalización.
Pero, evidentemente, la honestidad intelectual no alcanza para que Garzón venza sus prejuicios ideológicos anticapitalistas y, por ello, trata de desacreditar la globalización a través de otro argumento: los superricos se han aprovechado de la globalización para enriquecerse muchísimo más de lo que lo han hecho las clases populares de Occidente. Y es que, de acuerdo con el gráfico de Milanovic, el top 5% de la distribución global de los ingresos se enriquece relativamente casi tanto como los ciudadanos más pobres del planeta. Algo así como: “La globalización ha servido para que la oligarquía mundial se lucre, repartiendo en el proceso algunas migajas hacia los más pobres y olvidándose de las clases medias populares”.
Problema de esta tesis: el top 5% de la población adulta mundial en 2008 eran 250 millones de personas (hoy serían 275 millones). Mucha gente para tan poca oligarquía. De hecho, la renta per cápita media de los percentiles 95 a 99 era en 2008 de 26.850 dólares internacionales (equivalentes a algo menos de 20.000 euros de la época en España). ¿De verdad estamos diciendo que todos aquellos ciudadanos con ingresos anuales iguales o superiores a 20.000 euros integran la plutocracia global que se ha lucrado de la globalización? En tal caso, y en contra de lo que señala Garzón, casi todos los ciudadanos de Occidente forman parte de esa laxa categoría.
Los auténticos perdedores: los hijos del socialismo real y Japón Pero si inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales forman parte de los “ganadores de la globalización” dentro del gráfico de Milanovic, ¿quiénes deberían ser considerados los perdedores?, esto es, ¿quiénes integran los percentiles 80 a 90 y, además, han visto su renta estancarse o decrecer con el proceso globalizador de las últimas décadas? En contra de lo que sostiene Garzón —y, todo hay que decirlo, también Milanovic cuando adopta un pose menos científica y más ideologizada— no son las “clases populares” de Occidente las que constituyen los “perdedores de la globalización”, sino el grueso de la población de las repúblicas ex socialistas, así como los tramos con menores ingresos de Japón.
El think tank Resolution Foundation se ha dedicado a desagregar los datos utilizados por Milanovic para elaborar su famoso gráfico de elefante y el resultado es, cuando menos, llamativo. Si excluimos a Japón y a las economías satélites de la URSS, la renta per cápita en Occidente ha crecido entre un 45% y un 70% durante las últimas décadas para todos los tramos de renta (el gráfico de abajo agrupa los ingresos mundiales por ventiles, esto es, los divide en 20 tramos).
Es decir, no sólo sucede que la inmensa mayoría de españoles no se halla entre los percentiles 80 a 90 de la distribución global de los ingresos (según Milanovic, la renta per cápita media de esos percentiles apenas alcanzaba el equivalente a 5.700 euros de la época, lo que representaba a menos del 10% de la población española), sino que además no todos los ciudadanos que se hallan en esos percentiles salieron perdiendo durante esos años: el dato del estancamiento de los ingresos de los percentiles 80 a 90 se debe, sobre todo, a que la renta de ciertos países, ex repúblicas socialistas y Japón, se hunde a partir de 1988 y eso sesga la media hacia abajo.
La cuestión es: ¿qué culpa tiene la globalización en la debacle de las ex repúblicas socialistas o de Japón? Absolutamente ninguna. El PIB de los antiguos países socialistas se hundió extraordinariamente por el propio colapso del socialismo real (y probablemente porque las estadísticas de los países socialistas estaban chuscamente manipuladas al alza, lo que sobredimensionó su caída); el PIB se Japón se estancó por el pinchazo de una burbuja crediticia financiada esencialmente con capitales internos y por la pésima política económica que desarrollaron ulteriormente las autoridades del país. Es decir, la causa del estancamiento de un tramo de la distribución global de la renta durante el período 1988-2008 se debe al torpe y exacerbado intervencionismo estatal que es justamente el que Garzón promueve. Si esas sociedades son los “perdedores de la globalización” no es porque la globalización los haya empobrecido, sino porque la inepcia de sus políticos y el desastre de sus instituciones han impedido que sacaran durante esos años todo el provecho posible a la globalización.
· Conclusión: la extrema izquierda da combustible ideológico a la extrema derecha
En definitiva, los principales beneficiarios de la globalización durante las últimas tres décadas han sido los estratos más pobres de la población mundial. A su vez, los ingresos de las clases medias occidentales no se han estancado, sino que han seguido creciendo de un modo muy apreciable durante las últimas décadas de globalización (sobre todo si descontamos la influencia estadística distorsionadora de las repúblicas ex socialistas y de Japón).
Acaso algunos consideren que el gráfico es tramposo porque sólo alcanza hasta 2008, justo antes de la crisis económica. Pero si actualizamos el gráfico hasta 2011 (momento en el que la mayor parte del planeta ya había superado lo peor de la crisis), lo que observamos es que los resultados son todavía más espectaculares para el Tercer Mundo y que los percentiles 80 a 90 no salen tan mal parados como en el anterior gráfico.
Crecimiento de la renta per cápita real de los distintos percentiles de la distribución global de la renta entre 1988 y 20011 (dólares PPA 2011)
En todo caso, resulta evidente que, con mucho, los ganadores de la globalización han sido los más pobres del planeta, cuyas rentas se han llegado a más que duplicar durante las últimas décadas. A su vez, los ciudadanos de Occidente no han salido perjudicados en términos generales, aun cuando una minoría de ellos sí haya podido serlo (sobre todo, los trabajadores y capitalistas de aquellas industrias más afectadas por la nueva competencia global). El resurgir del populismo de izquierdas y de derechas durante los últimos años está mucho más vinculado al empobrecimiento derivado de la crisis económica de 2008 que al proceso globalizador de las últimas tres décadas (¿cuánto populismo globalofóbico había en 2007 cuando el gráfico del elefante de Milanovic ya había desplegado todos sus efectos?).
Cuando Alberto Garzón se apunta a la tesis de que la extrema derecha se ha conjurado como una reacción a un problema generado por la globalización sólo está, en última instancia, abrazando la propaganda de la extrema derecha nacionalista: a saber, la tesis de que el proceso globalizador, pese a estar sacando de la pobreza a más de 4.000 millones de personas, es negativo y debe ser enterrado porque perjudica a las clases populares de Occidente. En realidad, y por fortuna, el diagnóstico del nacionalismo xenófobo —que Garzón suscribe— es incorrecto: como acabamos de demostrar, los ingresos de los ciudadanos occidentales no se han estancado durante el periodo globalizador de los últimos 30 años.
Pero imaginemos que así fuera, que como dice Garzón la globalización esté sacando de la pobreza a 4.000 personas a costa de estancar los estándares de vida de los ciudadanos occidentales. Uno esperaría que una izquierda dizque internacionalista y preocupada por la pobreza global se aliara con el liberalismo cosmopolita para denunciar públicamente el discurso del odio de la extrema derecha. Uno esperaría que la extrema izquierda proclamara bien alto, como proclama el liberalismo internacionalista, que “ahora mismo, la prioridad debe ser la de conseguir que miles de millones de personas en todo el planeta salgan de la extrema pobreza incluso aunque ello conlleve durante algunos años una parálisis del crecimiento del ya rico Occidente”.
Pero Izquierda Unida, y por extensión Unidos Podemos, no participan de este discurso progresista y aperturista. Al contrario, prefieren envenenar a la sociedad española con las mismas mentiras que la extrema derecha —la globalización perjudica a nuestras sociedades— con la esperanza de que sea el populismo de izquierdas, y no el de derechas, quien termine recogiendo las nueces electorales de haber sacudido el árbol de la globalización. El socialismo nacionalista como alternativa al nacionalismo mercantilista. La extrema derecha no es hija de la globalización: al menos en parte, es hija de las mentiras que la extrema izquierda nos ha contado sobre la globalización.