- La muerte de Mahsa Amin solo es un desgraciado incidente; no hay Me Too ni BLM para ella ni sus compatriotas asesinadas por la policía islámica
Irán, la antigua Persia, es uno de los países más antiguos del mundo. La caída en el régimen teocrático y corrupto de los ayatolás es otro episodio de una historia larga, rica y variada que no agotará los desmanes del clero chií, como demuestra estos días la ejemplar rebelión por el asesinato policial de la joven Mahsa Amin, detenida y muerta por el delito de dejar ver parte de su hermosa melena.
Sin embargo, ese régimen aberrante, capaz de asesinar a mujeres por llevar mal el velo y de ahorcar en la plaza pública a acusados de prácticas homosexuales, ha gozado de apoyo explícito o implícito entre la extrema izquierda occidental. La más que locuaz Irene Montero ha tardado toda una semana en tuitear un tibio apoyo a las mujeres iraníes, olvidando por supuesto a los hombres que luchan con ellas por los derechos humanos universales; para esa izquierda es como si en Irán no imperara una dictadura teocrática -esta vez sí- patriarcal y homófoba (y antisemita, que también explica ciertas simpatías).
Patriarcados de primera y mujeres de segunda
El activismo neocomunista, tan sensible a los derechos de sus colectivos y minorías favoritas, creadas al calor de su apoyo a la diversidad en contra de la igualdad, al colectivismo comunitario frente al universalismo liberal, se ha mostrado menos que tibio con la rebelión iraní. Comparemos con la indignación mundial impulsada por la muerte a manos de la policía del ciudadano americano negro George Floyd, en 2020. Aquella muerte sirvió para lanzar el movimiento decolonial Black Lives Matter, en la línea del Me Too lanzado por las denuncias de acoso sexual sufrido por mujeres más o menos famosas, repentinamente despiertas (woke) al recuerdo de viejas heridas biográficas. ¿Por qué no entonces un Me Too o un BLM para Mahsa Amin y las mujeres iraníes?
Es complicidad (“cabalgar contradicciones”, lo llama Pablo Iglesias) y merece una reflexión: ¿cómo es posible que el feminismo más intransigente y los defensores del llamado colectivo LGTBI simpaticen con el régimen que reprime hasta la muerte a mujeres y homosexuales por el mero hecho de serlo? Dicho de otra manera: ¿por qué la izquierda woke tiene un aliado en la teocracia iraní? Cierto, es una pregunta retórica que lleva implícita la respuesta: porque para la izquierda woke y la dictadura islamista el enemigo común es la democracia liberal. Pero la cosa va más allá de apoyos concretos de Teherán a movimientos desestabilizadores de Occidente que le convienen, como el apoyo a Pablo Iglesias y Podemos a través de Hispan Tv, la cadena de propaganda iraní en español. Hay unas raíces ideológicas comunes más profundas que el oportunismo estratégico y el dinero fácil.
Foucault y Jomeini, un amor sadomasoquista
Retrocedamos a la admiración por el ayatola Jomeini, fundador de la república islámica iraní, del intelectual francés y gurú de la izquierda woke Michel Foucault. Ninguno escondía sus ambiciones: derribar al Shah para instaurar una dictadura clerical y derrocar la democracia burguesa, respectivamente. Y unieron al puritano clérigo fundamentalista chiita con el radical antisistema aficionado al sadomasoquismo homosexual, que en el Irán de Jomeini no habría durado suelto un telediario. También estaban obsesionados con el poder absoluto. Jomeini quería erradicar de Irán, y en general del mundo, cualquier desviación de la sharía islamista y aniquilar todo régimen no islámico (especialmente Israel); respecto a Foucault, durante muchos años consideró que cualquier ataque violento al poder democrático estaba justificado porque la rebelión sería un fin en sí; el poder revolucionario para acabar con el poder estatal debía concebirse necesariamente como un poder absoluto e ilimitado. Por ejemplo, durante los debates de Mayo del 68 en París, Foucault criticó a los maoístas que pedían juicios populares para los policías; a su juicio, los policías podían y debían ser matados sin juicio alguno, como ejercicio de contrapoder ilimitado…
Aunque en sus últimos años moderó sus delirios e hizo trabajos interesantes -como la arqueología de la sexualidad y de la subjetividad-, fueron aquellos delirios terroristas los que hicieron de Foucault un gurú de la extrema izquierda, primero, y ahora de la versión woke: parece imposible ser más radical que Foucault, estar más a su izquierda. Es la razón de que según Marc Lilla sea un típico “pensador temerario”, pero también uno de los autores más citados en cualquier campo de humanidades y ciencias sociales. Más que cierta crítica del pensamiento convencional, siempre necesaria, Foucault representa la revuelta mesiánica contra la realidad y la naturaleza que tanto excita a los queer, decolonizadores y racialistas del movimiento woke.
Se diría que Foucault fue seducido por la teocracia de Jomeini por la misma razón que practicaba secretamente el sadomasoquismo homosexual en tugurios de San Francisco y París: porque toda transgresión de la ética más o menos convencional y naturalista le parecía la experiencia más sublime y necesaria: siguió sus relaciones sexuales promiscuas tras diagnosticársele el Sida, de que murió en 1984. Y Jomeini era el sadomasoquismo elevado a régimen político, un modelo alternativo para el amuermado mundo occidental. Es cierto que después se desengañó con el terror del nuevo régimen, abjuró de Jomeini y lamentó el error de bulto, pero nunca quiso profundizar en el porqué de su error (ni el Corriere della Sera, que le encargó sus reportajes laudatorios sobre la revolución islamista de Irán con la típica ceguera de los medios progresistas).
La herencia del peor Foucault aparece en la adhesión woke a todo lo que desgaste y combata la democracia y cultura liberal. Incluye “comprender el contexto” de la represión y asesinato de mujeres y homosexuales en Irán o Afganistán. O la formación de pastiches como el feminismo islámico, que acusa de practicar la “colonización cultural del hombre blanco” a quienes protestan por la represión de las mujeres en esos países, feminismo clásico inclusive. Sería completamente diferente de ser Irán una democracia vulgar, con sus problemas, defectos e incoherencias. Pero siendo territorio liberado del deleznable complejo liberal-capitalista, la muerte de Mahsa Amin solo es un desgraciado incidente; no hay Me Too ni BLM para ella ni sus compatriotas asesinadas por la policía islámica.