IGNACIO CAMACHO-ABC
- La clave de la hegemonía de la izquierda está en el control de la conversación pública. La agenda comunicativa es suya
Laboratorios de consignas, hegemonía en las redes sociales y disciplina mediática. Esos son los tres factores de ventaja sobre los que la izquierda cimenta su indiscutible control de la conversación pública en España, del que el ‘picogate’, el hiperbólico escándalo del beso de Rubiales, constituye una demostración palmaria. A ellos hay que añadir una formidable intuición política para convertir cualquier circunstancia en una oportunidad de movilizar su aparato de propaganda. Los partidos de la derecha no logran ni de lejos ese dominio de la manipulación semántica y de la creación de marcos de realidad aumentada, por más que Vox haya desarrollado cierta técnica para lanzar campañas subterráneas a través de los grupos de WhatsApp. Buena parte del fiasco electoral se debe a la inferioridad comunicativa y a la incapacidad para detectar por dónde se movían en la última semana los mensajes que el sanchismo divulgaba bajo radar con una apabullante mezcla de determinación y eficacia.
En estos días el trabajo de la fábrica de argumentos se centra sobre todo en la justificación de la amnistía y en la demolición de las opiniones críticas, incluidas las que provienen del propio universo socialista. El libreto se repite con apabullante disciplina desde la sala de prensa del Consejo de Ministros hasta la última tertulia televisiva, pasando por la implacable batidora de las redes más concurridas. El problema de la constitucionalidad se deja en manos de unos cuantos juristas de cámara con acceso a tribunas periodísticas mientras el activismo cibernético liquida la disidencia disparando sus baterías de dicterios e invectivas. Hasta el aniversario de Pinochet ha sido aprovechado para tachar a González, Guerra, Redondo o Cebrián de traidores y a Aznar, Feijóo y toda la nomenclatura liberal o conservadora de golpistas. Si por medio irrumpe alguna noticia antipática, como la reducción de pena a un miembro de ‘la Manada’, son los jueces la diana de un bombardeo de racimo contra las togas fachas. Después de hacer pasar a Puigdemont por progresista no hay contratiempo que escape a esa facultad extraordinaria de convertir en verdadera cualquier premisa falsa. Y aún queda margen para una pirueta más arriesgada en el caso de que el prófugo dé calabazas.
Si eso ocurre veremos a la maquinaria de frases entregada a ponderar sin arrugarse el sentido de Estado de un presidente decidido a no doblegarse ante el chantaje. El improbable fracaso de la negociación será achacado de forma unánime al maximalismo desquiciado de una minoría de catalanes montaraces, renuentes a situarse en posición razonable. Cinco años de contradicciones excusadas con persistencia extenuante son un excelente entrenamiento en el arte de girar la cintura al compás de Sánchez. Un blindaje invulnerable contra el bochorno de hacer el ridículo por encima de las propias posibilidades.