DANIEL REBOREDO-EL CORREO

  • Creador del hábitat cultural en el que se desarrolla el neoliberalismo con el que en apariencia se enfrenta, reinventa los esquemas de pensamiento dominante

De todos los ‘ismos’ que a lo largo de la historia han sido, el denominado ‘progresismo’ se ha convertido en el más pernicioso para los ciudadanos y los Estados, al servir de ariete ideológico, a la par que sedante, del neoliberalismo al que simula enfrentarse. Ideología que, generalmente, se ubica en la izquierda del espectro político y que aglutina, además, otras, como la socialdemocracia o el socialismo democrático que hace tiempo dejaron de ser el muro de contención de los desmanes del capitalismo. Teóricamente enfrentado con el conservadurismo, al abogar por la visualización de grupos sociales marginados, la igualdad económica y social y la legalización de derechos prohibidos o coartados, coincide con éste en cuestiones como la defensa de la democracia, la justicia y el territorio. Coexiste, a la par que fagocita, con el ecologismo, el feminismo, el laicismo, entre otros.

La propia denominación ofrece un aura positiva al vincularse con progreso, tiñendo de negatividad todo lo que no coincida con su ideario al ligarlo con lo arcaico, lo anticuado, lo viejo, lo que simboliza el retroceso y la regresión. Progreso que comienza a generalizarse durante la Ilustración, superando la concepción lineal de la historia, abogando por la mejora de la ‘vida terrenal’ aunque sin especificar su aplicación. Si vinculamos el progreso a la mejora del bien común, nos encontramos con que el monopolio del concepto por parte de cualquier sesgo del espectro político será siempre discutible.

La propia Ilustración amparaba la multiplicidad de progresos y rechazaba la creencia de que sólo existe uno, enfrentado al retroceso. Pero el lenguaje es traicionero en manos de las fluctuaciones del ámbito político y, en mucha mayor medida, si es acaparado por una predisposición política concreta que, aparentemente enfrentada con el capitalismo al que supuestamente combate, se convierte en su principal arma.

Por eso es tan importante no confundir progreso con progresismo. Florecimiento, mejora, progresión y prosperidad no son patrimonio del dogma laico del progresismo que genera confusión en los ciudadanos y una maraña de pseudoconversaciones y enfrentamientos hueros que enmascaran la impunidad de quienes detentan el poder real. Potentados que, aparentemente enfrentados con la compasión, la caridad y la justicia del progresismo, saben de primera mano que es una herramienta de primer orden para garantizar su tranquilidad, a la par que una amalgama ideológica nacida de la filosofía neoliberal a la que cuida y secunda.

Las sucintas líneas ilustradas respecto a esta cuestión adquirieron un sesgo más contemporáneo a partir del Mayo del 68 y de la repulsa, por parte de esta nueva religión, hacia un movimiento obrero que vincularon con el sostenimiento del sistema político. Los sacerdotes de dicha religión, aburguesados y claramente insertados en la estructura política, económica y cultural de las instituciones estatales y supraestatales del planeta, desprecian las corrientes sociales de inspiración obrera y por eso la ‘clase obrera’ ha sido sustituida en el ideario del progresismo por las minorías étnicas, los inmigrantes, los homosexuales, las mujeres o cualquier grupúsculo marginal, discriminado y postergado.

Perceptibilidad libertaria y libertad cotidiana frente a concepto de clase y organización obrera. Frente a la supuesta atmósfera opresiva y tiránica de ésta, se centraron en la liberación del individuo y sin quererlo, o quizás queriendo, aceptaron el liberalismo y el capitalismo de fascinación. El neoliberalismo nacido en los años 80 del pasado siglo se apuntaló con este ideario de izquierdismo drástico y libertario que, impregnado de liberalismo, dio lugar al omnipotente y omnipresente progresismo.

Agitador y antisubversivo, creador del hábitat cultural en el que se desarrolla el neoliberalismo y demoledor de las instituciones sociales en pro de la comercialización global, el progresismo es una pieza imprescindible del neoliberalismo con el que aparentemente se enfrenta de manera efectista e inane, adaptando los esquemas de pensamiento dominantes y generando rupturas para reinventarlo.

La mercantilización de la vida y la desaparición de los vínculos sociales integran esa galaxia de ideas, reflexiones y sentimentalismos culturales y sociales que apuntalan el modelo. Diversidad, tolerancia y devoción por la empatía cultural (étnica, racial, sexual, etcétera) son utilizadas en su imaginario como valores revolucionarios que, en última instancia, reproducen lo ya existente. Cuestionarlo es ser tildado inmediatamente de fascista, machista, xenófobo… y la ofensa esconde que lo que defiende este ideario no pretende eliminar la explotación de unas personas por otras.

Las élites económicas lo utilizan como desintegrador social, activando las transformaciones socioculturales que mantienen el ‘statu quo’ y amparando las inevitables y sucesivas metamorfosis (crisis) de un capitalismo neoliberal que actuó de agente dinámico en su morfogénesis.