Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Antes de que se abriesen los cielos y vomitasen la tragedia sobre Valencia, tanto la AIReF como el Banco de España dudaban de la coherencia del plan de consolidación fiscal presentado en Bruselas y criticaban la oportunidad perdida, de una situación macro bonancible y de un incremento histórico de los ingresos fiscales, para haber sido más consistente en la pelea contra el déficit. El primer organismo amenazaba incluso con la posibilidad de que las autoridades europeas nos tirasen de la oreja y nos abriesen un procedimiento por déficit excesivo este mismo año.
Pero, una vez desatada la furia celestial, todo eso ha pasado a la historia. Lo primero y fundamental es la reconstrucción de la región, sin reparar en gastos y sin evaluar su coste. No creo que nadie sepa calcular con precisión el coste total del desastre causado por las aguas embravecidas. El presidente valenciano adelantó una cifra muy por encima de los 30.000 millones y ayer el Gobierno presentó un paquete de más de 10.000. ¿Son muchos, son pocos, son suficientes? Quién sabe. Lo importante es que el dinero llegue a tiempo de salvar vidas y haciendas, que la maquinaria humanitaria actúe con rapidez y que la economía no se detenga más allá del tiempo imprescindible para reforzar pabellones, reparar maquinarias, reponer almacenes y reabrir tiendas. Para ello se necesita con urgencia despejar carreteras, restablecer el servicio ferroviario, dar fluidez al transporte de mercancías y conseguir que las personas puedan circular por la región. Un trabajo ingente, un trabajo caro.
Para llevarlo a cabo se necesita dinero, mucho dinero. No sé si al final serán 10 ó 30.000 millones. Ahora eso da igual. Sin conocer la dimensión exacta de las necesidades, se han establecido ya planes ambiciosos de subvenciones inmediatas y créditos urgentes y se agilizará la intervención de los seguros. Si hace falta más dinero, habrá más dinero. Bruselas mirará para otro lado -la verdad es que no le cuesta mucho hacerlo, tiene costumbre- y se olvidará de las reglas de control que impone para tiempos ‘normales’.
La tragedia nos da la oportunidad de eliminar trabas administrativas para que las ayudas lleguen pronto y se distribuyan rápido entre quienes las necesiten. Si además se mantienen aquellos controles mínimos que eviten la repetición de los desmanes sucedidos con las compras de mascarillas y material sanitario durante la tragedia anterior de la pandemia, la dana nos habría servido de algo.