Luis Ventoso-El Debate
  • No es lo mismo criarse en la honorabilidad que en los lindes de lo turbio, beneficiándose además de los malos pasos paternos

Todos llegamos al mundo con un determinado carácter que traemos impreso de fábrica. Me incluyo, por tanto, entre quienes piensan que en realidad las personas nunca cambiamos demasiado. Pero también es muy cierto que existe algo que nos moldea de por vida: la familia que nos toca en la infancia. El entorno en que te has criado, lo que te toca disfrutar y sufrir en los años de formación, el código moral que te inculcan… todo ello te deja un sello indeleble en la madurez. ¿Es lo mismo educarse en un entorno honorable que en uno que frisa con los lindes del mal? No parece.

Vamos a contar al respecto un pequeño cuento dominical. Estamos ante dos jóvenes hermanos de la España profunda, nacidos en los dolores de la posguerra. Son avispados y tienen ganas de medrar. Pero en su pueblo montañés no se vislumbra un gran futuro, más allá del pastoreo o las minas. Así que hacen la maleta y emigran con decisión a regiones más prósperas.

El más inteligente –o atrevido– de ambos acaba trabando contacto con el mundo del turbulento negocio de la carne (y no nos referimos a la charcutería, las chuletas y el pollo). Las casas de lenocinio mueven dinero, incluso las más sórdidas. El tipo se va metiendo. Demuestra que es más despejado que algunos de sus jefes y acaba montando su propio negocio, lo que finalmente lo lleva a poner una pica en la gran meta: la capital, Madrid. Siguiendo sus pasos, allá irá también su hermano para sumarse a la aventura empresarial noctívaga, que empieza a dar jugosos beneficios.

Los hermanos le pegan a todo: «clubes» de carretera de cierto tamaño y saunas para el trato homosexual en el corazón de Madrid. El negocio se mueve en el difuso mundo entre lo ilegal y lo tolerado. El dinero circula en negro. Algunos de los chaperos que acuden a los locales puede que sean menores de edad, «pero no es nuestra obligación pedir papeles a los clientes». Las mujeres de los clubes no siempre son bien tratadas por los encargados de los burdeles, incluso algún abuso acaba con condena firme en tribunales. El alcohol no es el único estimulante que circula por las vaporosas salas de encuentros. Por supuesto, la relación con la Policía hay que mantenerla engrasada bajo cuerda, nadie quiere redadas…

Pero pese a sus riesgos y sus aristas inmorales, el negocio resulta muy boyante. Los hermanos van amasando un patrimonio respetable, que les permite subir un escalón social en solo una generación.

Mueven mucho dinero. Los hijos podrán ir a la universidad, disfrutar de una formación que sus padres, que se quedaron en las letras básicas, no tuvieron. Sin embargo, la hija no sale precisamente de libros y codos. Logra acabar el bachillerato y cursa un pequeño máster, de esos que casi te regalan solo por haber pagado la matrícula. Anda dispersa, con la cabeza llena de pajaritos («soy alta, me veo guapa, tengo buen tipo, igual puedo ser modelo…»). No sabe muy bien qué hacer con su vida. Por darle una ocupación, su padre la pone a hacer recados administrativos en los negocios del sexo de pago: recaudar dinero, guardarlo en la caja fuerte, llevar algún albarán básico…

Más tarde, la chica se casa con un muchacho achulapado que la cautiva, de familia madrileña de cómoda clase media. El bigardo ha estudiado una carrera en la privada, ¡y hasta chapurrea bien en inglés! Pero tampoco arranca. Va de campeonísimo y en la práctica no acaba de encontrar un empleo a la altura de sus ambiciones. Para mantenerlo ocupado, por un tiempo su suegro lo entretiene encargándole que eche una mano con la contabilidad de los burdeles. También ayuda al joven matrimonio poniéndole un piso, comprado con un dinero que viene de donde viene.

Andando los años, ocurre algo inexplicable. La chica que quería ser algo sin estudiar nada y el bigardo que se creía el rey del mambo escalarán hasta donde nunca soñaron. Tendrán mando en plaza. Se sentirán los nuevos amos del universo, los intocables. Pero su código moral no ha evolucionado. Sigue siendo el de sus inicios. El de lo que mamaron en casa, viendo el negocio turbio del vapor y los intercambios de pago.

Un día todo estalla y de manera imprevista aflora la mugre que la pareja guardaba bajo la alfombra de la más alta magistratura. Nadie entiende nada. ¿Por qué se han comportado así? ¿Qué necesidad tenían de caer en semejantes chanchullos? La respuesta es bien sencilla: simplemente es de dónde vienen, lo que han vivido y de lo que se han lucrado.