Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli

  • La mayor celebridad, empero, se la llevan las sobrinas

¿Quién nos iba a decir que la familia se iba a poner de moda cuando disfrutamos de la España más progresista que han conocido los tiempos pasados y conocerán los venideros?

La familia ha sido toda la vida una artimaña de la España conservadora, de la Iglesia, de los sectores más desvencijados intelectualmente, apta para defender prejuicios, rutinas mentales y aprensiones atávicas. De la familia oíamos hablar a los curas que nos decían: «la familia que reza unida, permanece unida». El «rosario en familia» fue la cosa más españolaza que ha habido en nuestra tradición provinciana y casta.

El franquismo y la cruzada

Y, sobre todo, de la familia hablaba el general Franco quien fundó nada menos que todo su sistema político sobre ella, sobre el municipio y sobre el sindicato. Eran – lo recordarán los más viejos- los tres pilares que impedían el movimiento del Movimiento Nacional, la garantía de su estabilidad, de su pervivencia en el tiempo. Porque este, el tiempo y su natural evolución, eran en el franquismo un barco encallado en la apoteosis de la España eterna, en la Cruzada nacional, en los Fueros y en los collares de doña Carmen. Era aquella una época en la que todo se hallaba «atado y bien atado».

Cuando murió el Dictador, la familia llegó a la democracia envuelta en un halo rancio, con vitola de antigualla, de ahí su desprestigio. La familia solo servía para las cenas de navidad y poco porque, en cuanto se retransmitía el discurso del Caudillo, se armaba la zapatiesta, se desparramaban insultos como burbujas de Freixenet, y el encuentro quedaba truncado.

Su punto de resplandor

De ahí que se arrinconara, enfermara de tedio y de ordinariez y se empezara a sustituir por otras formas de convivencia más laxas y menos sacramentadas.

Pero, de pronto, cuando creíamos a la familia sepultada en el panteón do moran las sombras y los llantos, do dormitan las luces extinguidas, la pobre familia, revolcada en oprobios vividos como úlceras, resulta que la vemos revivir con su punto de resplandor y  encanto ¡nada menos que de la mano de la España del Progreso!

Se hace profesión de amor con una sentimentalidad tan elevada, tan febril que ni los tísicos del pasado la llegaron a experimentar nunca en esa dimensión

Porque ¿cuándo se ha oído hablar más de esposas, suegros, sobrinas y hermanos? Medite el lector con honestidad y busque en su memoria otro momento histórico más gozoso para estos parientes.

¿Quién se ha ocupado de los suegros hasta hace poco si no era para motejarlos como pelmazos, achacosos y gargajeantes? La lista de chistes que los tienen a ellos y a sus distinguidas esposas, las suegras, es interminable. Por su reiteración se han hecho estas bromas un poco cargantes, en todo caso, los más aventajados las consideran muestras de un ingenio averiado.

Olor a pecado

Al hermano pequeño se le compraba una entrada para un cine de sesión continua mientras que hoy luce galas sinfónicas y orquestales.

Pues ¿y las esposas? desgraciadamente, el adulterio, vulgar «cuernos», se ha llevado mucho en la sociedad decente, altoburguesa, semihereje y de olor a pecado que hemos conocido. En estos días, sin embargo, se hace profesión de amor con una sentimentalidad tan elevada, tan febril que ni los tísicos del pasado la llegaron a experimentar nunca en esa dimensión.

La mayor celebridad, empero, se la llevan las sobrinas. De ser unas criaturas a las que se daba un óbolo los domingos para sacudirse el aburrimiento de la castidad, han pasado a exhibir una esbeltez estilizada y unas formas de ofrenda, rotundas como un poema en endecasílabos, por ello hoy embriagan y despiertan las pasiones poniéndolas a flor de piel y de muslos. De muslos trigueños, misteriosos … Son sobrinas que «se enrollan» con la misma desenvoltura con la que antes se confesaban por pascua florida.

¡Ah, parientes adorables, habéis inyectado Progreso a esta España que la creíamos guardando convalecencia!