Iñaki Ezkerra-El Correo

  • A los hijos les ha tocado educar a sus padres como estos los educaron a ellos

En un conocido poema, Luis Cernuda traza un revenido y destemplado retrato de «familia a la mesa» que en estas fiestas me ha venido a la mente y que hoy no habría utilizado como postal navideña ni el conservador más recalcitrante: «Era a la cabecera el padre adusto,/ La madre caprichosa estaba en frente…». Cernuda era homosexual, poeta y de izquierdas. Con tales credenciales, no podía encajar en ese claustrofóbico cuadro costumbrista de la España de inicios del siglo XX como no fuera posando en el papel de bomba de relojería. El hogar del que habla era un universo de prohibiciones que le lleva a definir la familia como un «vidrio que todos quiebran, pero nadie dobla». Cernuda, el pobre, no imaginaba lo que podría cambiar la institución familiar con el tiempo. Por suerte, hoy se dobla, ¡vaya que si se dobla! Y es que, desde hace unos cuantos años, a los hijos les ha tocado la tarea de educar a sus padres como estos les educaron a ellos.

Las generaciones formadas en valores tradicionales tuvieron que ir asumiendo las relaciones prematrimoniales y los divorcios de sus hijos, las bodas gais y las interraciales, multiculturales y transnacionales; ver cómo dejaban la fe católica y abrazaban al Gurú Maharishi o el ateísmo; cómo la familia no se rompía porque el hijo gay o la hija lesbiana acudieran a la cena de Nochebuena con sus respectivas parejas sino todo lo contrario. Cuando se rompía era antes, cuando no asistían a esas cenas ni a otras porque no eran aceptados en esos hogares.

Pero lo que no ha logrado romper ni la libertad sexual ni la de culto, ni el multietnicismo ni el multiculturalismo, lo puede conseguir romper la política. El País Vasco es un experto en esa clase de distanciamientos y rupturas. A uno siempre le ha llamado la atención que, dada la obsesión que tiene la Conferencia Episcopal con la defensa de la familia, nunca haya salido de dicha institución un documento que ponga el dedo en esa llaga. ¡Contentos con que no salga lo contrario: más leña al fuego de los nacionalismos, incluido el español en este momento! No salió ni siquiera cuando ETA estaba activa y cuando cada asesinato de un padre, un hijo o un hermano era «una bomba en el Portal de Belén» por decirlo con ese lenguaje eclesiástico que homologa a todo nido paterno con la Sagrada Familia. Sin llegar a esos extremos, el doloroso grado de división social y parental que la política ha creado en el País Vasco y en Cataluña durante años, así como el que se está exportando en estos días a toda España, creo que reclama una llamada de alarma por parte de quienes se erigen en valedores de ese preciado bien. No; lo que rompe familias no es el amor a seres del mismo sexo sino el odio al diferente en el sexo o en lo ideológico.