Javier Zarzalejos, EL CORREO, 25/8/12
En esta atmósfera irreal, de falsos huelguistas de hambre, de condenas inexistentes del terror, de normalidad impostada, los gestores del proyecto político de ETA vuelven a imponer el ‘marco’ en la política vasca
Desde que una estrecha mayoría en el Tribunal Constitucional quiso ver, primero en Bildu y después en Sortu, una condena del terrorismo que «no aparece por ninguna parte» (Manuel Aragón), la farsa antidemocrática se ha vuelto a instalar en el País Vasco. El ‘caso Bolinaga’, y su obscena manipulación necrófila, no es más que la continuación de ese viejo tinglado redivivo. Arnaldo Otegi, oficiante destacado en este juego de espejos, se sumaba a la sedicente huelga de hambre a favor del sádico torturador de Ortega Lara, en parte por la común pertenencia a ETA que le une con Bolinaga y supongo que también por solidaridad gremial dentro de la banda en el ramo de secuestros, algo sobre lo que nos podría ilustrar un admirable demócrata y víctima de ETA como Javier Rupérez. El diputado general de Guipúzcoa, por su parte, repetía quince años después el trabajo de blanqueo del secuestro de Ortega Lara y de sus autores, pero esta vez no como redactor jefe del periódico ‘Egin’ sino como máxima autoridad de Guipúzcoa.
Si hubiera habido un atisbo de motivación humanitaria en la llamada izquierda abertzale al exigir la excarcelación de Bolinaga, se habría dado, al menos, una mención de recuerdo respetuoso hacia quien fue objeto del sadismo de su torturador en aquel zulo infame. Pero nada. Ni recuerdo, ni respeto, ni humanidad, ni mucho menos, condena. El caso Bolinaga ilustra la realidad de una izquierda abertzale, depositaria del proyecto político de ETA, que, desde la legalidad que ha recuperado, ensancha el terreno de su impunidad.
El Gobierno ha querido objetivar su respuesta pegándose a la reglamentación penal y penitenciaria pero tampoco eso le ha evitado quedar atrapado en la farsa. Los tiempos, los acentos, y un discurso dirigido a las víctimas que no enfrente las legítimas expresiones de éstas con una ley de aplicación «inevitable», deberían haber matizado la actuación de las autoridades. En todo caso convendría que se prestara más atención a los que acertadamente insisten en que los presos ahora son un problema pero para ETA y que no habrá ingeniería jurídica ni penitenciaria que valga mientras ese mundo pueda construir la impresión de que los reclusos de ETA son un instrumento de presión al que queda recorrido y que, además, van a verse beneficiados por las nuevas cuotas de poder institucional que la izquierda abertzale puede conseguir. Alegar que otros gobiernos también han concedido terceros grados por causas de salud de los reclusos resulta un argumento mucho mas débil de lo que parece. Primero, porque es obvio que esa previsión legal se ha utilizado antes; segundo, porque la comparación no puede ser homogénea y, tercero, porque, al argumentar así, la cuestión que se le plantea al Gobierno es entonces la de explicar por qué decisiones parece que análogas producen reacciones tan diferentes. Lo que se ha visto es lo que espera al Gobierno con campaña electoral de por medio. Y eso sólo es una parte del desafío.
En esta atmósfera irreal, de falsos huelguistas de hambre, de condenas inexistentes del terror, de normalidad impostada porque, en el fondo, casi nada importa ya que «ahora no matan», los gestores del proyecto político de ETA vuelven a imponer el ‘marco’ en la política vasca. Por eso causa una cierta estupefacción que a las puertas de una agresiva mayoría abertzale en el Parlamento vasco, con la alternativa que representó el acuerdo PSOE-PP en el recuerdo, con una agenda instalada en el nacionalismo consistente en fingir que ETA no existe, el lehendakari López nos diga que las elecciones han de disputarse en el terreno de la «gestión». La crisis aprieta, es cierto, pero reivindicar la gestión cuando se ha renunciado a presentar el Presupuesto para que no aparecieran los recortes que los socialistas han alardeado de impedir, es un indicador de hasta qué punto la demagogia de izquierda a la que se aferran es un mero sustitutivo de su carencia de propuesta política. Devaluar el alcance político de estas elecciones a un supuesto contraste de modelos de gestión es, de nuevo, escamotear la realidad, mirar a otra parte, salirse por una socorrida tangente, acceder a interpretar una parte del guión de la farsa. Ahora resulta que hacemos apelaciones a superar debates identitarios después de que tres años y medio de gobierno hayan sido desaprovechados para asentar una verdadera cultura cívica, no subordinada al paradigma nacionalista. Pero así estamos. Lo creamos o no, quien ha representado la alternativa al nacionalismo, por primera vez, con el apoyo del centro derecha no nacionalista, se dispone a disputar las elecciones autonómicas en el terreno de la gestión, lo que ya dice bastante del bagaje con el que acude ante los votantes, más allá del desparpajo de López a la hora de apropiarse del cese declarado por ETA de la actividad terrorista.
La ‘transversalidad’ o la vuelta a aquello de ‘moderar al nacionalismo’ en la búsqueda de una razón convincente para pedir el voto, ponen la nota retro, acartonada y, a la postre, estéril de la política vasca. Ojalá que los problemas a los que vamos a tener que enfrentarnos fueran de gestión. Pero sabemos que no será así. Y es bueno que en este ‘tinglado de la antigua farsa’ haya algún personaje que no escenifique el guión prescrito; que no se calle ante el argumento de que «ya no matan», como si nos quejáramos de vicio; que desafíe el proyecto antidemocrático, etnicista y socialmente destructivo en manos de los apoderados de ETA; que reviva el interés y la confianza de una audiencia escéptica y confundida ante los giros del guión. A lo mejor esto es lo que López llama ‘gestión’ pero creo que no.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 25/8/12