- ¿No era Largo el presidente del Gobierno español cuando el Frente Popular asesinó a 3.000 personas en Paracuellos algo que él no podía ignorar? ¿No era Largo Caballero mucho más golpista y transgresor que los dos mencionados antes por ser el fabricante directo y el inspirador del sangriento golpe de Estado de 1934?
Aalgunos madridistas, en temporadas en que el Real Madrid gana con desahogo, lo que no abunda ahora, nos gusta ir al Bernabéu andando, despacio, ensimismados con lo que vamos a saborear.
El paseo te permite al mismo tiempo contrastar la burla, la estafa que supone la memoria histórica. Embocas la que era calle Capitán Haya y te das cuenta de que ya no existe. Razonas que era un aviador corajudo y modélico, destacado inventor de instrumentos que facilitaron la navegación… Pero luchó en el lado «malo» en la Guerra Civil. Si entras en la antigua General Moscardó, ahora Edgar Neville, llegas a la misma conclusión, Moscardó fue protagonista de algo heroico cantado por el cine italiano y rememorado con sana envidia por el propio Reagan, pero estaba en el lado erróneo de la narrativa imperante y hasta puedes visitar el Alcázar de Toledo sin encontrar fácilmente el despacho en el que ocurrió la escalofriante conversación telefónica.
El borrado total de los que participaron en el levantamiento franquista, aunque no cometieran ningún delito de sangre, ha entrado en el terreno de lo normal. Ganaron la guerra pero actualmente han perdido por goleada el relato.
Sin embargo, si en tu camino hacia el estadio de los mayores campeones de Europa que vieron los siglos —porque esa es la realidad, el bando nacional ganó la guerra igual que el Madrid tiene tres veces más copas de Europa que el Barcelona aunque algún culé no quiera verlo— si en el camino, insisto, vas solazándote por la Castellana de pronto te topas con una estatua gigantesca que tú creerías que es Cervantes, Goya, San Isidro Labrador, patrón de Madrid o como mínimo Galdós o del premio nobel Benavente. Y de pronto te quedas pasmado, te atragantas. Es la de un político facineroso llamado Largo Caballero. Y te haces cruces con recuerdos atropellados:
¿No era Largo Caballero mucho más golpista y transgresor que los dos mencionados antes por ser el fabricante directo y el inspirador del sangriento golpe de Estado de 1934 montado porque un sector del PSOE no podía soportar que la derecha hubiera ganado limpiamente las elecciones del 33?
¿No era Largo el presidente del Gobierno español cuando el Frente Popular asesinó a 3.000 personas en Paracuellos algo que él no podía ignorar?
¿No había proclamado con insistencia que la clase trabajadora tiene derecho a conquistar el poder por medios pacíficos o «si es preciso saltando por encima de conveniencias y circunstancias especiales»?
Entonces, concluyo yo, ¿cómo es posible que la memoria histórica meta en un cubo de la basura con tapadera a Moscardó, Haya o Primo de Rivera y le ponga un pedestal gigantesco y le lleve flores a un golpista contumaz, a uno que se inhibe mientras asesinan a sangre fría a miles de inocentes y llama, además, constantemente a la rebelión?
La respuesta es simple: porque esa es la actual memoria histórica, no mayormente empeñada en buscar tumbas de desaparecidos sino en blanquear, escamotear las tropelías de la izquierda y echarle caca abundante a toda la derecha. Eso explica que el bombardeo alemán de Guernica sea trompeteado y el de los rusos del Frente Popular en Cabra, más sorprendente aún, sea ignorado. El lado franquista de nuestra contienda es vituperado por bombardear Madrid y se olvida que el bando republicano fue el que comenzó haciéndolo en las ciudades españolas del norte de África; Pemán es ninguneado en su tierra donde se levantan estatuas a Alberti que hizo poemas bochornosos al gran tirano Stalin, la muerte violenta de García Lorca es, con razón, reiteradamente denunciada y Muñoz Seca, el comediógrafo más popular de los años treinta, parece que murió en su cama en vez de sufrir criminalmente un tiro en la nuca. Y las tropecientas quemas de iglesias de esa época o las decenas de checas existentes en Madrid donde se torturaba, se juzgaba y se asesinaba eran siempre, ¡oh, hecho milagroso!, obra de «elementos incontrolados», nada que ver con partidos honorables como el PSOE o el PC.
No falta mucho para que leamos que el Gobierno de Franco, que con su Plan Sur salvó a Valencia, es el causante último de la dana para castigar a la región porque allí mataron a José Antonio, y que el Gobierno de Ximo Puig ha salvado a la zona con su previsor, medioambiental y feminista Plan de la Huerta. Estamos en el país en que el presidente que ha hecho sus estudios en centros privados los tacha de chiringuitos y donde el futbolista Piqué, militante en el Club que contrató a Negreira para seducir árbitros dice que «una cosa que no le gusta del Madrid son los valores que transmite». Con un par, tan grande como el del presidente.
Y no exagero en lo de la farsa de la memoria histórica. Hace días en el Parlamento vasco vimos que el PSOE, el partido antaño vertebrador y constitucionalista, se unía a Bildu y PNV para que los jóvenes vascos no estudien a ETA. Es decir, todos los horrores de Franco hasta en la sopa —¿no es cierto que un ordenanza suyo en Burgos piropeaba casi procazmente a una modistilla? ¿No se emborrachó su chofer cuando la República perdió la batalla del Ebro— porque unen a los demócratas mientras que los asesinatos de ETA hay que olvidarlos porque son divisorios?
¡Y tendré que pasar de nuevo delante de Largo Caballero un día que pierda el Madrid…! ¡Es too much para un «merengue» demócrata a no ser que sea sanchista que sufre con lo segundo, pero engulle impertérrito lo primero!