Ignacio Camacho, ABC, 9/10/12
Las autonomías son el último blanco de una pesimista crisis de hastío social ante la política, el ajuste, el sistema todo
EL concepto de moda es la fatiga. Ese cansancio de la coexistencia que según Artur Mas sienten los catalanes se ha vuelto un elemento común de la sociedad española, presa de un síndrome de desaliento hacia sí misma. La atmósfera nacional está dominada por el hastío. Los ciudadanos llevan tiempo cansados del ajuste, del Gobierno, de la oposición, de los bancos, de los jueces, del ruido mediático, de los políticos y de la política. Del sistema. Esa mezcla de extenuación y tedio se empieza a extender ahora a las autonomías, contempladas ya en las encuestas como el agujero negro de un Estado extractivo. Se trata de un cuadro de pesimismo visceral en el que el malestar popular está cursando con la sintomatología de una desafección crónica. La gente está tan agotada moralmente que hasta se ha hartado de la eterna reclamación catalana. El desfallecimiento ha cristalizado en una profunda desconfianza.
Hay una crisis global en la vida española que desemboca en una especie de pesimismo histórico. La parálisis de la élite política, su sectaria incapacidad para sintonizar con la sensibilidad social, ha abierto un vacío de liderazgo. El Gobierno decepciona a sus votantes, la oposición no alcanza a conectar con los suyos y los mediadores públicos han perdido la onda. El crecimiento de las fuerzas terceristas o marginales no se debe a su capacidad de seducción sino a una sacudida de hartazgo. Roto el vínculo de la representación democrática, el electorado se manifiesta en los sondeos con una inconsolable pereza. A día de hoy el PP, con todo su desgaste y la consiguiente fuga de votos, volvería a ganar las elecciones por rutina. No ha perdido la mayoría social, como sostiene Rubalcaba, aunque la esté malversando. Y eso es así porque los españoles se sienten emparedados entre una colección de fracasos; se han quedado sin referencias y se dejan llevar por la inercia. El páramo es tan desolado que los nacionalistas han conseguido abrirle paso a su quimera de secesión porque, al fin y al cabo, constituye al menos un proyecto visible, un horizonte determinado.
El gran problema es que falta un relato político que dé cuerpo a una situación dramática. El discurso gubernamental es demasiado cansino, sin vigor para llamar a una resistencia colectiva. La socialdemocracia convalece aún de su descalabro y a la izquierda radical sólo se le ocurre asaltar supermercados y cuestionar en la calle la soberanía nacional del Congreso. El absurdo llamamiento sindical a un referéndum sobre los recortes choca contra el sentido común incluso en la más abrumada desesperanza. Y sólo queda un cabreo sordo, catalizado en espasmódicas protestas que en el fondo carecen de convicción utilitaria. Al final, y a pesar de todo, tal vez sea el Gobierno, desorientado y titubeante, el único que al menos señala un camino practicable. Y ni siquiera sabe a dónde lleva.
Ignacio Camacho, ABC, 9/10/12