Ahora que el PNV ya empieza a identificar a Zapatero con Aznar, tal y como era previsible, uno no va a caer en la fácil tentación de reprochar a los socialistas la incapacidad para el diálogo que han predicado. Mucho más importante que ganar unas elecciones es tener la mente sana y no perdida en una marea de contradicciones.
Sucedió ya durante la llamada «tregua» de ETA. Se creó tal clima de fe y esperanza en la bondad de los terroristas y en su decidida voluntad de olvidar las armas que la cuestión dejó de ser política para pasar a ser directamente teológica. Había que creer a pies juntillas en que esa «tregua» era una «tregua» en efecto por mucho que no nos halláramos en ninguna guerra y que aceptar tal término supusiera colocar al Estado de Derecho a la misma altura que a unos delincuentes.
Y había que creer además que la supuesta «tregua» iba a ser «definitiva» por más que la presentación de esos dos términos unidos el uno al otro formara una contradicción insalvable, una antilogía de manual pues lo que caracteriza de manera esencial a todas las treguas -como bien saben hasta los párvulos- es que no son definitivas como los son las victorias, las derrotas o los armisticios.
Pues bien, el socialismo español que parece empeñado en heredar las peores mañas y artimañas del nacionalismo vasco ha logrado crear un clima teológico similar en torno al talante de Zapatero. No creer en las bondades y capacidades de ese ambiguo por no decir inexistente programa con el que va a contentar a unos y a otros así como a salvarnos a todos se ha convertido en un «pecado mortal» en España y quien se atreve a su práctica es directamente amenazado con el infierno.
Como los nacionalistas con la famosa «tregua etarra», los del PSOE y sus aledaños acusan al ateo o al agnóstico del zapaterismo de desear que Zapatero fracase y de que caigan sobre nosotros todas las plagas. La nocturna figura del inquisidor que ve por todas partes resentidos que quieren que España «vaya mal» es, de este modo, bastante más insufrible que la figura diurna del optimista que se empeñó en seguir repitiendo que «España iba bien» aun cuando comenzaba a tener fundados motivos para pensar otra cosa.
De la fe del carbonero hemos pasado, así, a la fe del Zapatero, la fe que el propio presidente del Gobierno tiene en sí mismo y que los ciudadanos debemos compartir con él aunque suframos un desgarramiento unamuniano y la razón nos diga que no, que el milagro no es posible y que ese camino emprendido por el PSOE en su relación con los nacionalismos vasco y catalán es el verdadero callejón que no tiene salida.
En realidad el carbonero se lleva la mala fama pero otros cardan la lana. Aunque esa manoseada expresión -«la fe del carbonero»- ha pasado a significar poco menos que fanatismo religioso su origen está en un cuento popular y en la modestia con la que el carbonero que lo protagoniza hizo tres dobleces en su mandil para explicar el misterio de la Santísima Trinidad a requerimiento de un teólogo. El carbonero de la leyenda se limitaba a prescindir de los farragosos argumentos del teólogo para demostrar que esas tres partes de su mandil formaban un todo con sólo desdoblar la tela.
Dicho carbonero, en fin, no desafiaba a la lógica sino enseñaba al sabio cómo las razones sencillas pueden ser más eficaces que las complicadas. Pero Zapatero lo que está exigiendo sin ninguna sencillez ni ninguna modestia, sin ninguna lógica ni doméstica ni carbonera, es la simple suspensión del juicio, la inhibición de toda actividad crítica en nuestras cabezas ante ese trinitario e indemostrable misterio gracias al cual es capaz de conciliar simultáneamente las demandas del Estado español, del nacionalismo vasco y del tripartito catalán.
Parodiando las virtudes de este último, Els Joglars ha estrenado una obra con el título de «Retablo de las Maravillas», el entremés de Cervantes en el que unos pícaros eran capaces de embaucar a una localidad con un espectáculo inexistente pero presuntamente prodigioso que sólo podía ser apreciado por los cristianos viejos. No conozco la obra de Els Joglars pero creo que en el momento que hoy vive España, no sólo Cataluña, es más que oportuno invocar esa comedia que viene a ser una versión culta del cuento popular «El rey está desnudo» en el que unos granujas parecidos pretenden vestir a un monarca con un traje que -según dicen- sólo es invisible e intangible para los hijos ilegítimos y las mujeres sin honra.
Usando la razón uno puede valorar como positivo en el panorama catalán que una formación política como CiU que se había perpetuado en el poder de tal forma que se consideraba imprescindible para la marcha del universo y que amagaba la eternidad quede desarticulada de pronto en toda su espesa red de intereses institucionales y económicos. Utilizando la razón uno no tiene inconveniente en valorar positivamente también la coincidencia del PSOE con el PP a la hora de impedir que la post-Batasuna se presente a las elecciones europeas o la misma negativa de Zapatero a bajarse del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo que él mismo ideó y propuso pese a que ambas posturas no favorezcan el acercamiento al PNV.
Ahora que el PNV ya empieza a identificar a Zapatero con Aznar, tal y como era previsible, uno no va a caer en la fácil tentación de perder la razón y los principios reprochando a los socialistas la incapacidad para el diálogo que han predicado aunque ésa fue la incoherencia en la que incurrieron para hacer oposición al Gobierno popular. Es mucho más importante que ganar unas elecciones tener la mente sana y no perdida en una marea de contradicciones. Es muchísimo más importante asegurar la estabilidad de España que hacer caer al PSOE hoy o al PP ayer.
Usar la razón es dársela a este Gobierno en aquello en que lo merezca, o sea lo contrario a practicar la fe del Zapatero y a incurrir en este neoconfesionalismo que se nos propone desde cierta izquierda. Si el fariseo de la religión se caracterizaba por pegar una patada al primer pobre que veía al salir de misa, el fariseo y el meapilas del PSOE se caracterizan por creer que basta con confesarse y con comulgar en Ferraz para ser de izquierdas.
Iñaki Ezkerra, LA RAZÓN, 17/5/2004