ABC 21/05/16
IGNACIO CAMACHO
· Para el soberanismo, la justicia española sólo es legítima cuando le da la razón. Aún queda la pitada de reglamento al himno
CERO a uno. El Gobierno ha empezado perdiendo la tradicional final paralela de la Copa, la que disputa frente a los independentistas catalanes. Y tiene pinta de goleada, habida cuenta de que el primer tanto lo ha encajado en el vestuario. El revolcón judicial a la prohibición de las esteladas augura una ofensiva en tromba del crecido soberanismo, para el que la justicia española sólo es legítima cuando le favorece. Un tikitaka de recochineo con toda la delantera propagandística desplegada. Asistido de razón moral en su intento de acotar el desparrame gamberro y arrogante del secesionismo, al Gabinete le ha faltado convicción política –esas evasivas de la vicepresidenta, esas reticencias de Albiol y ¡¡del ministro del Interior!!– y consistencia jurídica. Pericia y astucia. Una táctica de riesgo necesitaba mayor maduración y una defensa técnica más contundente. Disponiendo de una lujosa plantilla de abogados del Estado, los reputados sorayos, el equipo gubernamental sacó a jugar a los suplentes con las piernas temblando.
Acostumbrado a envainarse las provocaciones y ceder a los hechos consumados, el marianismo carece de experiencia para el juego duro, el de pierna fuerte y suela recia. Para una vez que se planta ante la arrogancia secesionista ha tropezado con el talante estupendo y permisivo del primer juez que quedaba a mano. Es lo que pasa cuando te habitúas a perder y sobre todo cuando renuncias a ganar, que ha sido la tónica habitual frente al desafío separatista. Cuando hasta para poner una querella a un dirigente insumiso tienes que relevar al fiscal general del Estado. Que te chulean. Que pierdes el respeto, la autoridad y los pleitos. Y que si pretendes prohibir las banderitas te las parten en el espinazo. Acaso cueste digerirlo pero iustitia locuta,
causa finita. Aunque lo que en Madrid goza de la bula liberal de un magistrado se castigue con multa en Berlín. Aunque lo que vetan los manuales de la Federación no se pueda aplicar en un partido organizado por ella. Y esto es sólo para empezar. Queda la pitada de reglamento al Rey y al himno, los gritos rituales en el minuto 17,14 y algún estrambote de cachondeo, sin descartar que en caso de victoria del Barça suba Piqué a recoger el trofeo con la dichosa bandera anudada al cuello. Queda un calvario humillante en el que sólo cabe esperar que el árbitro pite pronto el final para acortar el escarnio.
Visto lo visto, ante la próxima edición más vale ampliar el Fondo de Liquidez Autonómica para que la quebrada Generalitat pueda comprar y repartir enseñas secesionistas y silbatos. Y en la reforma pendiente de la Constitución meterle mano al Título de la Corona y establecer entre las funciones del Rey las de dejarse abuchear en los estadios. Con la estelada pintada en la cara, a ser posible. Que no decaiga el buen rollito.
Eppur, si muove…