Manuel Martín, ABC, 4/10/12
Mas maneja un instrumento político de una sola nota, el secesionismo, y ello limita mucho su discurso de presente
Ú NICAMENTE los militantes de CiU tienen autoridad y derecho para negarle a Artur Mas su obsesión separatista. Todos los demás, en Cataluña y en el resto de España, podremos opinar sobre la anacrónica ambición del president; pero su vínculo y representación se limita al grupo ciudadano que le ha elegido como líder. Ello, naturalmente, en el marco de la normativa vigente, sin la que no existiría el Estado de Derecho. Mas, como la flauta del Bartolo de las viejas canciones infantiles, maneja un instrumento político de una sola nota, el secesionismo, y ello limita mucho su discurso de presente, por mucho que algunos puedan vibrar con su aspiración de futuro. Ahora lo que se le puede reprochar al president no es su proyecto, respetable en tanto en cuanto se ajuste al procedimiento y a la Ley; sino la inoportunidad de su proclama. Un Estado, como el nuestro, en plena crisis económica y asaeteado por un paro creciente, no debiera incrementar su debilidad, su falta de atractivo ante los inversores internacionales, con un pleito territorial en plena efervescencia. ¿Tendrán conciencia Mas y su Govern del daño y la inestabilidad que, en lo económico, genera su actitud a sus propios conciudadanos de Cataluña?
Francesc de Carreras, catedrático de Constitucional en la Autónoma de Barcelona y catalán de incuestionable abolengo, es una de las voces críticas con la actitud y el momento que Mas ha elegido para su acelerado pregón. Ayer, en LaVanguardia, fijaba su atención en una frase del president en «su» —su, de él— TV3. «Las marcas legales han de adaptarse a la democracia». De Carreras se escandalizaba ante tan notoria manera de trastabillar la esencia democrática. La idea, según el profesor barcelonés, «es justo lo contrario de lo que en Europa se entiende por democracia». El Estado de Derecho, con la certeza jurídica que conlleva, es el marco insustituible de un planteamiento democrático. Lo demás va, según se mire, del aventurerismo a la tentación totalitaria y fascistona.
En tiempos de gran tribulación un hereu, como Mas lo es de Jordi Pujol, no tiene más vía de notoriedad y liderazgo que la extralimitación de su propio proyecto. Ello le justifica como gran capitan de su partido y de su coalición electoral; pero, simultáneamente, le descalifica como presidente de la Generalitat. Es decir, como presidente de todos los catalanes, independentistas o no, y máxima representación del Estado Español en su circunscripción. Mas no quiere «romper España», como dicen algunos de sus adversarios. Lo que pretende es salvar su propia figura en medio del naufragio económico que, por su mala administración pública, afecta a Cataluña más que, por ejemplo, en Madrid. Y nos da un desafinado concierto de flauta de un solo agujero. Fatigoso, muy fatigoso.
Manuel Martín, ABC, 4/10/12