Rebeca Argudo-ABC
- Una persona adulta con pensamiento abstracto puede afligirse y reírse al mismo tiempo
Abro el periódico, con la legaña todavía puesta y el café por hacer, y me abronca una señora desde su columna de opinión, que es como si se subiese a una silla y me agitaste el dedo índice delante de la nariz. No a mí directamente, así por mi nombre, como si fuera mi madre. No es un «Rebeca, bonita, frena que te has pasado», no. Nos reprende a todos: a usted, a mí, a Carlos Herrera, a mi amiga Olga, a Jiménez Losantos, a mi vecino del cuarto, a Juan Soto Ivars. A todos los que hemos bromeado en algún momento con el asunto de la involuntariamente cómica flotilla pacificadora de Greta & Co. Nos riñe a todos, desde su superioridad moral autoasignada, porque, desalmados como somos, nos hemos reído de miles de niños muertos. Como me leen, no me lo invento.
Para esta señora de moral irreprochable, por algún motivo que escapa a mi entendimiento, hacer mofa y befa (o sea, descojonarnos) del numerito acuático-festivo de la flotilla subvencionada de acumbayás desfaenados es hacer mofa y befa (o sea, descojonarnos) de la muerte de todas y cada una de las víctimas del conflicto en Gaza. Bueno, de todas no: solo de las palestinas, que son las que cuentan. El método deductivo por el cual la ínclita partía de la afirmación A (nos hemos reído de la flotilla Biodramina) para acabar concluyendo alegremente que, por lo tanto, es correcta B (nos hemos reído de la muerte violenta de civiles inocentes), es un misterio insondable. No hay modo humano mínimamente respetable, desde el punto de vista científico y racional, de establecer correlación alguna entre un hecho y el otro sin parecer un memo. A cualquier persona adulta con competencia para el pensamiento abstracto (se desarrolla a partir de los 12 años) y capacidades cognitivas intactas no le costaría demasiado esfuerzo intelectual comprender que un ser humano estándar puede, al mismo tiempo y sin que eso suponga contradicción ninguna, afligirse por las siempre demasiadas víctimas de un conflicto armado y troncharse de la risa con el numerito acuícola de la mojiganga ecoansiosa y ultracomprometida con la causa justa que toque.
Explicaba Bertrand Rusell una vez los sistemas lógicos al respetable, déjenme que les cuente, cuando afirmó que, de partir de una premisa falsa, era posible demostrar cualquier cosa. Alguién levantó la mano y le puso a prueba. «Entonces», dijo, «si suponemos que dos más dos son cinco, ¿podría demostrar que es usted el Papa?». A eso, Rusell contestó que por supuesto. «Si dos más dos es igual a cinco y restamos tres a ambos lados de la operación, obtenemos que uno es igual a dos. Como el Papa y yo somos dos personas, y uno y dos son lo mismo, el Papa y yo somos uno. Por tanto, yo soy el Papa». Así pues, si reírse de una cáfila de exhibicionistas morales en crucero de autopromoción con bongos y reírse de niños masacrados a 3000 kilómetros es lo mismo, que te maten es lo mismo que bailar y beber en travesía por el Mediterráneo con amigos. Por tanto, el Papa es una columnista que sermonea porque ella sí sabe de lo que nos podemos reír.