José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Díaz ha aterrizado precariamente en la pista de Por Andalucía para intentar paliar unos malos resultados para una izquierda que es un archipiélago de grupúsculos en constante pelea. La ministra de Trabajo carece de espacio propio
Lo que está ocurriendo en Andalucía con los grupos a la izquierda del PSOE podría ser el precedente de lo que suceda cuando se convoquen elecciones generales. Durante la actual legislatura, ese sector se ha transformado en tribal y hostil entre sí. Para concurrir a los comicios del próximo domingo hubo peleas insomnes y, al final, serán dos las formaciones que se presentan, creando un dilema en sus posibles electores.
Adelante Andalucía representa al anticapitalismo de Teresa Rodríguez y a la heterodoxia gestora del alcalde de Cádiz, José María González Santos, ‘Kichi’. La otra marca —Por Andalucía— aglutina a Izquierda Unida, Podemos, Más País, Equo, Iniciativa del Pueblo Andaluz y Alianza Verde, que alcanzaron un acuerdo ‘in extremis’ para comparecer bajo el liderazgo de una casi desconocida Inmaculada Nieto.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo ha aterrizado sobre esta coalición electoral, pero lo ha hecho de prestado. Hoy por hoy, nadie en la izquierda ve la posibilidad de que la gallega logre diluir en su proyecto (Sumar) todas esas siglas en una plataforma ciudadana que trate de reproducir a nivel nacional las exitosas que se formaron con los llamados ‘ayuntamientos del cambio’ en las municipales de 2015 (Manuela Carmena en Madrid, Ada Colau en Barcelona, Joan Ribó en Valencia, Xulio Ferreiro en A Coruña, Pedro Santiesteban en Zaragoza, José Manuel González Santos en Cádiz) y que declinaron en los comicios de 2019.
Hace siete años, esa izquierda sin obediencias orgánicas logró crear plataformas ciudadanas con las confluencias de Podemos como eje vertebrador y ofrecer la sensación de que emergía una nueva forma de opción electoral. Luego, el tiempo ha deteriorado el ensayo y la izquierda del PSOE es un puzle que alguien ha creído que es el ‘espacio de Yolanda Díaz‘. Y está equivocado.
Como ha escrito Antonio Maestre, un analista fuera de toda sospecha, “Yolanda Díaz tiene más enemigos en su propio espacio político que en aquel que aspira a desgastar. Todos esperaban que fuera el PSOE el que, viendo en la ministra de Trabajo una rival poderosa, usara todos sus artificios para desgastarla, pero la izquierda nunca decepciona y ha decidido que el mayor enemigo del proyecto de Yolanda Díaz esté en su propia casa”, una apreciación que es cierta.
Podemos es el ariete contra la vicepresidenta, Errejón quiere mantener viva su doble marca (Más Madrid y Más País) e Izquierda Unida se encuentra profundamente dividida ante el liderazgo de Díaz que, siendo afiliada al PCE, no es su secretaria general. Enrique Santiago, que ostenta esa responsabilidad, está más próximo a Montero y Belarra que a la responsable de Trabajo. De tal manera que la vicepresidenta segunda se mueve en el vacío y acaso sea el sindicalismo de UGT, y sobre todo de CCOO, el apoyo más efectivo con el que cuente. De momento, Pablo Iglesias ya se ha arrepentido de haberla investido como su sucesora electoral y su posición en el Gobierno de coalición cuenta con el apoyo de Sánchez y los socialistas, pero renuentemente del de Unidas Podemos. Ella, es cierto, se ha ganado a pulso su desconfianza.
Las lideresas que quiso aunar Díaz en Valencia en noviembre del pasado año para su proyecto, que calificó de “maravilloso”, han perdido su lozanía: Ada Colau y Mónica Oltra están trabadas por problemas judiciales; Monica García ha de prestar mucha atención a las autonómicas madrileñas del próximo año, y de la ceutí Fátima Hamed no se ha vuelto a saber nada. Aquella comparecencia fue un trampantojo y no ha tenido operatividad política.
Díaz acude sin pabellón de conveniencia para articular su espacio, respecto del que ella misma se manifiesta confusa. ¿Trata de lograr una coalición? ¿Intenta una plataforma que diluya las siglas e incorpore colectivos sociales? ¿Disputará el espacio al PSOE? Nada ha concretado en un momento económico y social demasiado complejo como para alinear intereses de grupos y grupúsculos de una izquierda acostumbrada a guerrear entre ella.
¿Qué le pierde a ese archipiélago de grupos? El dogmatismo y la estricta observancia de sus criterios más rancios. El último ejemplo se ha producido en el País Vasco: a Bildu —y en particular a su partido nuclear, Sortu— le ha salido una disidencia juvenil comunista y, solo en segundo plano, independentista. Se denomina Gazte Koordinadora Sozialista y ha logrado atraer a jóvenes, entre ellos, al hijo de Antza y Anboto, dos etarras de referencia en ese mundo.
En este espectro ideológico, Díaz se ha convertido en una auténtica forastera, en una extraña. Probablemente, fracasará en su intento, que ha aplazado de forma recurrente y cuyo comienzo anuncia para el 8 de julio, después de las andaluzas, en las que ella se ha comprometido demasiado tarde y en cuyos mítines ha sido admitida como eventual paliativo a unos resultados que no serán gratificantes, como pronosticó ayer el barómetro de El Confidencial.
Por si fuera poco, Díaz muestra algunos rasgos soberbios, aunque la palabra ‘humildad’ no se le caiga de la boca: el ninguneo al espacio de Manuela Carmena, y a su propia figura, está sorprendiendo a muchos de sus colaboradores que estaban dispuestos a ayudarla. Ella tiene su equipo, es recelosa y se connota con unas habilidades y capacidades que en su propio sector ideológico no le reconocen. El problema, más que para esa izquierda que se retroalimenta de sus debates endogámicos, es para el PSOE y para Sánchez. La izquierda a su izquierda no pierde su genética tribal.