VICENTE VALLÉS-EL CONFIDENCIAL
- Visto desde las ventanas de Moncloa, el paisaje político a corto y medio plazo resulta reconfortante para el presidente y para su vicepresidente segundo
Es cuestión de semanas que el Estado disponga de unos nuevos Presupuestos y, como consecuencia, el Gobierno de la nación pondrá en marcha en toda su extensión las medidas calificadas como progresistas que son consustanciales a un gabinete formado por dirigentes políticos que provienen de donde provienen: desde la izquierda sistémica hasta la izquierda extramuros del sistema.
Este año que ha pasado desde las elecciones no pudo empezar peor que con una pandemia aterradora como la que todavía sufrimos. Tanto la gestión sanitaria como la económica serán recordadas y analizadas para que sirvan de ejemplo en circunstancias similares. En determinados aspectos, como un ejemplo a no seguir. Sin embargo, la perspectiva ya cercana y esperanzadora de una vacuna y de un tratamiento va a situar al ticket Sánchez-Iglesias ante la oportunidad de ponerse de pie sobre su tabla y surfear la ola de optimismo que pueda producirse si, como es deseable, los remedios de la medicina empiezan a funcionar a partir de principios de año y, como consecuencia, la economía remonta desde sus cenizas actuales.
Cuando tal cosa ocurra —y ojalá ocurra de inmediato— el presidente del Gobierno ya tendrá presupuestos con el apoyo previsible de sus socios de investidura —incluido EH Bildu, que ya es incluir—, que en estos meses han demostrado ser incómodos, pero fieles. Cuando pueden, meten presión y se cobran el precio. Pero si da la sensación de que Moncloa se puede tambalear, acuden al rescate con una determinación enternecedora… y también se cobran el precio. No van a dejar que caiga el Gobierno, ni el Gobierno se siente atenazado por fronteras que no esté dispuesto a traspasar para no caer. No hay límites o se ignoran. Y con los Presupuestos de 2021, el poder está asegurado a largo plazo. Porque si en 2022 no se aprobaran por falta de apoyos, pueden prorrogarse los del año 21 y, de esa forma, PSOE y Podemos llegarían hasta 2023, que ya es año electoral. Legislatura cubierta. Objetivo conseguido.
Sobre las tablas de este escenario del teatro político nacional, Podemos se ha convertido en una maquinaria de poder eficaz
Sobre las tablas de este escenario del teatro político nacional, Podemos se ha convertido en una maquinaria de poder extraordinariamente eficaz, gracias al eco mediático que le concede la presencia en el Consejo de Ministros y al beneplácito del presidente. Añádase la vigorosa pericia de su ejército tuitero —dirigido con maestría y sin contrición por Pablo Echenique— en el intento de amedrentar y acosar a políticos, periodistas, jueces o fiscales. Quien no sigue la partitura es un enemigo y, como consecuencia, fascista. En tal partitura, el fascismo empieza un centímetro a la derecha del PSOE, e incluso en el sector no sanchista del propio PSOE. Para cualquier mente crítica es evidente que ese manual no está muy elaborado. Pero es igual de evidente que a la hinchada acrítica le entusiasma.
El porcentaje de rédito de esta estrategia de acecho es altísimo teniendo en cuenta que, aunque dispone de un vicepresidente y cuatro ministros, Podemos solo consiguió 35 diputados. Es la mitad de los parlamentarios que obtuvo la suma de Podemos, sus confluencias e Izquierda Unida en 2015. Desde entonces ha perdido votos en todas las elecciones y recientemente se ha desplomado en el País Vasco y ha pasado a ser partido extraparlamentario en Galicia.
Pero después de esta serie de catastróficas desdichas —siguiendo el título de la famosa película— Pablo Iglesias ha conseguido dar la imagen de que manda porque así lo tiene pactado con Pedro Sánchez, que permite las veleidades pretendidamente revolucionarias de Podemos. «Nos marcan la agenda», ha dicho el presidente socialista de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, también tildado de fascista por la ya citada milicia de las redes sociales. Nada de lo que hace Iglesias es cuestionado ni, mucho menos, desautorizado por Sánchez. Y en política, lo que no se desautoriza se autoriza y se comparte.
Como añadido a este diseño, algunos dirigentes socialistas juegan el rol de conciencia disidente, reblandecida por la evidencia de que las cosas son como son. Junto a García-Page están Lambán, Fernández Vara o Margarita Robles, que aportan sus propios matices y, de paso, resultan de gran utilidad a Pedro Sánchez: le permiten ampliar su radio de acción política hacia el sector de la izquierda con sentimiento nacional y carácter moderado, una vez que su pacto con Iglesias le ha alejado de esas posiciones templadas que el PSOE ocupaba antes de que Sánchez se convirtiera en secretario general del partido. O en su dueño, según Joaquín Leguina.
Visto desde las ventanas de Moncloa, el paisaje político a corto y medio plazo resulta reconfortante para el presidente y para su vicepresidente segundo. Han comprobado que funciona la decisión que tomaron hace un año de unir sus destinos políticos. Y que elegir como única prioridad el mantenimiento del poder hace más fuerte a la coalición frente a la aparente debilidad de la que partían al inicio de la legislatura, porque evita problemas de conciencia.