- Es el caso de los dos personajes de la foto, José Luis Rodríguez Zapatero y Juan Carlos Monedero, que lucen cogidos de la mano y son la imagen misma de la degradación moral, celebrando el pucherazo de Maduro
Hay fotos que son pinturas al natural, que reflejan el alma nauseabunda de algunos seres humanos. Hay una de hace unos días que rezuma indecencia por los cuatro costados de los dos individuos que posan. Delante de la cámara y a siete mil kilómetros de España lucen sendos políticos de nuestro país, sonrientes, pero con esa sonrisa siniestra de quien ha optado por estar al sustancioso lado del mal pudiendo elegir el promisor bien. El bien es un pobre pueblo, el de Venezuela, con llagas en el corazón. El mal, su verdugo, cuya opulencia está forjada sobre la sangre de los venezolanos: Nicolás Maduro, que ha vuelto a reírse del mundo con la anuencia de cómplices que habitan despachos poderosos, con cuentas corrientes tan gordas como su inmundicia.
Es el caso de los dos personajes de la foto, José Luis Rodríguez Zapatero y Juan Carlos Monedero, que lucen cogidos de la mano y son la imagen misma de la degradación moral, celebrando el pucherazo de Maduro, autonombrado por tercera vez vencedor en un simulacro electoral que tenía perdido de antemano. Dos europeos que han prosperado en una economía liberal y occidental, con todas las garantías y derechos, con la nevera llena, rinden pleitesía a una dictadura, a cuyo sátrapa ensalzan, a cambio de inconfesables razones. Las del que fuera número tres de Podemos son públicas: se levantó 425.000 euros por informes y asesoría a los gobiernos bolivarianos, dinero que escondió al fisco español facturándolo a través de una sociedad. Eso que sepamos.
Lo del expresidente es, si cabe, más sucio. No es casual esa foto de la ignominia. ZP ayudó a construir una izquierda más extrema, con resabios comunistas y plurinacionales –Podemos–, ayudado por cierto por José Bono, para acabar con el bipartidismo y cavar trincheras entre españoles. Como correlato, lleva años haciendo uso de su estatuto de exjefe del Gobierno español para viajar en business a Caracas y ejercer allí de blanqueador del régimen chavista, una suerte de mediador de parte de un sátrapa que ha inhabilitado a su principal opositora, encarcelado a disidentes, echado de su tierra a ocho millones de venezolanos y sumido en la pobreza y la desnutrición a más del 90 por ciento de la población. Y su labor es de ida y vuelta. Aquí en España y en Europa hace lobby ante Sánchez para que se deje aterrizar a una vicedictadora llamada Delcy, con prohibición de volar sobre territorio europeo, y para que el Gobierno de España calle cobardemente ante los desafueros del dictador comunista.
Zapatero merece una investigación. Su labor connivente con un indeseable como Maduro es altamente sospechosa. Este expresidente tóxico, lleno de sonrisas falsas y discursos cursis, creó la Alianza de Civilizaciones, mientras algunos de sus interlocutores, con los que se sentaba a la mesa, patrocinaban atentados islamistas que se producían en nuestro propio continente. Él fue el primero que sacó partido de la psicosis por el asesinato en unos trenes de 192 inocentes. Luego le seguiría su criatura Pedro Sánchez que llegó al poder gracias a una moción de censura muñida en el despacho de un juez para cargarse a Mariano Rajoy.
Esa imagen nos dice muchas cosas sobre la posición de nuestro gobierno en la farsa electoral caribeña. Pero sobre todo nos dice una: Zapatero y Monedero están convencidos de que, a diferencia de los españoles, los venezolanos no necesitan vivir en democracia. Son hijos de un Dios menor.