Cuando se dice que el Estado español ha estado ausente en Cataluña se quieren decir muchas cosas. Incluso metafóricas. Pero la principal, y concreta, ha sido la de dejar el espacio público comunicativo en manos del nacionalismo. El público, y el privado, porque la creciente debilidad de las empresas periodísticas han arrastrado a Cataluña a un pensamiento político único y cautivo. La organización del antinacionalismo (y así se debe decir: como se dice antifascismo y anticomunismo) que representa la fuerza de Ciudadanos e incluso, en un plano simbólicamente corrosivo, la emergencia de la antinación tabarnesa deben centrar sus esfuerzos políticos en la denuncia continua de la radiotelevisión pública, de la indignidad de muchos de sus métodos y del fake global en que se ha convertido su programación. La oposición no solo debe denunciar la realidad agobiante y ruinosa de Cataluña sino la realidad falsa y sectaria que construye su radiotelevisión pública. Y es probable que para hacer eso haya de dotarse de una televisión propia. La que el burriciego Estado español se negó a construir, permanente fiado de lo que el remoto José María Calviño, director de TVE con el primer socialismo, había dicho: «TV3 será una televisión antropológica». Ni aquel Calviño ni el Estado pudieron imaginar nunca hasta qué punto antropoide.