Daniel Gascón-El País

El líder socialista tiene la posibilidad de tejer otras alianzas y buscar otros consensos

Es difícil lamentar la marcha de Mariano Rajoy. Hemos visto cómo una sentencia judicial por corrupción ha provocado la caída de un Gobierno, siguiendo un procedimiento constitucional. El rechazo no solo obedece a la corrupción en la formación conservadora, sino también a su actitud displicente y patrimonialista. Durante su tiempo en el Gobierno, el Partido Popular de Rajoy ha contribuido a degradar la imagen de unas instituciones que ha tratado como propias y que debía haber defendido.

Nuestras mayores virtudes son muchas veces nuestros peores defectos, y si a menudo se ha elogiado el manejo de los tiempos de Rajoy y su capacidad para beneficiarse de la fragmentación del adversario, en esta ocasión los juegos temporales han sido insuficientes y sus rivales se han puesto de acuerdo en una cosa: echarle.

Tampoco es sencillo celebrar sin matices la victoria de Pedro Sánchez. La idea del imperativo ético para la moción de censura se debilita un poco cuando pensamos en algunas de sus compañías: representantes de Bildu que han dicho que quieren debilitar al Estado o independentistas que han apoyado una deriva ilegal y han puesto a un político supremacista al frente de la Generalitat de Cataluña, por no hablar del apoyo recibido de CDC, un partido extinto y embargado con mayor grado de corrupción sistémica incluso que el PP. Varias de las fuerzas que han sostenido la moción apoyan un derecho a decidir que es un eufemismo del derecho de autodeterminación y no tiene cabida en nuestro orden constitucional.

El Gobierno será frágil y afrontaremos situaciones de inestabilidad, en unas condiciones complejas y novedosas. Seguramente el Partido Popular ejercerá una oposición dura. Más de una vez el PP ha sido desleal cuando no ocupaba el poder: desde la votación de la OTAN al no a los recortes de Zapatero. Sánchez también afrontará divergencias internas y algunos de los apoyos recibidos distancian a sus votantes. Tampoco sabemos cuál será la posición de Ciudadanos, que ha salido trastabillado de la moción.

El secesionismo no ha dado señales de reconocer sus errores, lo que es un paso necesario para abordar el problema territorial

Sánchez ha obtenido el poder, pero no está claro que llegue a gobernar. Aunque las circunstancias van a ser distintas, y probablemente más tensas, en cierto sentido podría no haber una gran diferencia: hemos vivido unos meses de letargo legislativo. Su gesto de audacia ha tenido éxito, pero una de las incógnitas es saber qué piensa en realidad. Ha transitado del socioliberalismo a la vehemencia contra el sistema, de criticar la xenofobia de Quim Torra en Europa y reclamar el endurecimiento del delito de rebelión a adular a los independentistas. No sabemos bien lo que opina, pero sí conocemos su resistencia, su determinación y una útil falta de escrúpulos a la hora de reinventarse. Y, como dicen que quería Napoleón de sus generales, tiene suerte.

Son matizables los excesos de épica y sentimentalismo que ha provocado la moción de censura: después de todo, la definición de calidad democrática no es que la derecha española esté lejos del poder. Algunas esperanzas parecen exageradas: los deseos proyectados son contradictorios, la capacidad de maniobra de Sánchez va a estar muy restringida, el secesionismo no ha dado señales de reconocer sus errores, lo que es un paso necesario para abordar el problema territorial, y posiblemente veremos bastante política de gestos y símbolos encaminada a la ganancia electoral. Pero precisamente por eso quizá sea aconsejable ser cautelosos ante las visiones más pesimistas y los previsibles excesos retóricos. Estamos aprendiendo a operar con un Parlamento fragmentado, y en un panorama muy distinto al que habíamos tenido hasta ahora. Siguen presentes las fracturas en torno a la izquierda y la derecha, y el eje centro/periferia, pero también aparecen diferencias de visión e intereses entre los partidos viejos y nuevos en asuntos como la convocatoria de elecciones.

No hay un proyecto político en el que los partidos se hayan puesto de acuerdo, ni tampoco parece que se pudieran dar las condiciones para llevarlo a cabo. La votación refleja más un rechazo a Rajoy que un a ninguna otra cosa. Por eso Sánchez no tiene que gobernar para los 180 diputados que han apoyado la moción. Tiene la posibilidad, y sería la opción más responsable, de tejer otras alianzas y buscar otros consensos. Como hemos visto, no sería la primera vez que cambia de opinión. A veces, nuestro mayor defecto es también nuestra mejor virtud.

Daniel Gascón es editor de Letras Libres España. Acaba de publicar El golpe posmoderno (Debate).