MANUEL MONTERO-El Correo

  • Hechos homófobos o de violencia de género se relatan como si fuesen la norma y no la excepción en una sociedad que se moviliza contra esas lacras

La realidad está desapareciendo. Cualquier suceso llega a noticia sobre todo si encaja con alguno de los clichés con los que se la interpreta. En el caso contrario no existe, no saltará a los noticiarios. Se produce un asesinato brutal a manos de una tribu siniestra y enfurecida y lo que nos llega primero, antes de saber qué ha pasado, es la interpretación -«asesinato homófobo»-, lo que permite tuits condenatorios y concentraciones de políticos, a los que les gusta escenificar sobre seguro.

¿El crimen habría saltado con esa intensidad y celeridad si no le hubiese cabido la calificación de homofobia? Cuando surgieron dudas sobre tal apreciación, saltaban sospechas sobre quienes las formulaban. La primera apreciación era un artículo de fe. Había sido un crimen homófobo y punto.

Lo mismo sucede con las noticias relacionadas con los delitos de género. Con frecuencia, el crimen no llegaría a noticia si no se le pudiera aplicar tal calificativo, enseguida sancionado por ministras y ministros -si se comprueba después que no había tal, no suele haber rectificación-. Si alguien cuestiona que ese crimen concreto sea «de género» puede ser tildado de fascista.

No son los únicos tópicos que sustituyen a la realidad. Todo lo que nos sucede (según nuestros noticiarios) es consecuencia de las fobias sociales, el machismo, los productores del cambio climático, las medidas de Trump, las tarifas eléctricas heredadas, aquella reforma laboral, la corrupción de los políticos corruptos (no los nuestros) y, según el color del cristal, el inmovilismo del Estado, las ansias depredadoras del Ibex35, etcétera.

La realidad se desvanece porque se convierte en una especie de escenificación diaria de los estereotipos interpretativos. Lo que no entra en el tópico va de relleno, material de desecho. La interpretación precede al hecho y este nos llega como una representación: del egoísmo europeo respecto a los inmigrantes, de las maldades del capitalismo, de la hostilidad de los gobiernos hacia las ONG, que se lo merecen todo. Las noticias se convierten así en una lección moral. Nada llega a serlo verdaderamente si no cumple tal función.

En la sociedad estereotipada pasa por progresista quien amenaza a culpables en el otro bando

El estereotipo convierte en indiscutible una noticia. Un tuit asegura que un bar donostiarra ha echado a dos homosexuales por comportamiento inapropiado y, sin saberse más, le cae la del pulpo. Nunca había dado pie a situaciones discriminatorias, pero ya nada puede exculparle. Sugiere que la conducta era inadmisible fuesen homosexuales o heterosexuales, pero el sambenito de represor homófobo le perseguirá. Nada le puede librar de la hoguera inquisitorial.

Los estereotipos que sustituyen hoy a la realidad son de raíz ideológica. Tal y como se difunden, dan por supuesto que la nuestra es una sociedad homófoba, machista, acostumbrada a mirar hacia otro lado ante la violencia de género, las agresiones a homosexuales o la pederastia. No es así, sino que tiene una extraordinaria capacidad de movilizarse contra esas lacras y de actuar contra ellas. Ojalá lo fuese más, pero lo es en mayor grado que las sociedades vecinas, lo confirma cualquier encuesta o estadística.

En realidad, cuando se producen acontecimientos de este tipo son noticia -y deben serlo- porque son excepcionales. Sin embargo, el planteamiento suele ser el contrario. Se relatan como si fuesen la norma y no la excepción, como si fuesen una expresión más de una sociedad intolerante. Como si no fuesen rupturas respecto a los comportamientos habituales sino representación de estos.

La fuerza del estereotipo reside en su sencillez como mecanismo para juzgar los sucesos. Construidos sobre la contraposición entre la bondad y el mal, permiten encontrar culpables, acusarlos, agredirlos: el enemigo nos hace sentirnos seguros. Tras el infame asesinato de Galicia, cuando era considerado crimen homófobo, abundaron las manifestaciones de repulsa. En la de Madrid el grito era «Ayuso, fascista, estás en nuestra lista», una barbaridad inadmisible en cualquier caso, a lo que se añade la acusación gratuita de homofobia.

En la sociedad estereotipada pasa por progresista no el que busca avances sino quien amenaza a culpables en el otro bando, formado por carcas imaginarios. Se mueve a favor de la ola, pero queda como progre cuasi revolucionario.

La fuerza del estereotipo reside también en que crea emociones, en un momento el que lo emocional se ha convertido en el motor del que se esperan grandes cambios. No la organización o el diseño de alternativas, sino la emoción.

La percepción de la realidad queda sustituida por la difusión de estereotipos y de expresiones ritualizadas. Lo advirtió Klemperer: «El lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones». Nos entregamos a los estereotipos y nos convertiremos en una sociedad tópica, creyéndola utópica.