JAVIER REDONDO-El Mundo

La antepenúltima derrota del constitucionalismo en Cataluña fue el repliegue, lacado o desaparición de dos de los partidos constitucionales en la región. Ciudadanos entregó su candidatura a Valls en Barcelona. Fue un gesto cargado de simbolismo y un mensaje a Europa, de momento desentendida de la amenaza supremacista mediterránea, también porque Sánchez, en su viaje por el continente, prefiere ahora explotar su particular amenaza alternativa: Vox, una suerte de tamagochi que le quita el sueño y debe alimentar para que no decrezca.

La de Valls fue una operación bienintencionada pero fallida. A Ciudadanos le ha saltado un barón donde menos lo esperaba. En la periferia de la organización y en la ciudad donde empezó a latir. Las plataformas electorales son producto del declive de los partidos. Sin embargo, Rivera patrocinó una franquicia en su capital y feudo natural cuando su formación despuntaba. A toro pasado es fácil y gratuito concluir que resultó un error. Sin aparato, Valls es simplemente Valls.

Valls tenía el diagnóstico mejor elaborado antes de ser candidato. Advirtió en alguna conferencia que, históricamente, Italia es un laboratorio de ideas en Europa. En Italia han convergido populismo y nacionalismo. Propuso que liberalismo y europeísmo combatiesen con firmeza la pinza que constituía el nacionalpopulismo. Poco después comenzó la revuelta de los chalecos amarillos: la indignación antiglobalista en comunión con la indignación xenófoba: nacionalpopulismo por fin transversal; de extremo a extremo sin pasar por el centro.

La penúltima derrota del constitucionalismo supondría subestimar, como hace Valls, lo que representa el modelo Colau: el nacionalismo blando, la vía lenta del separatismo mediante la exaltación de las virtudes del pueblo, la reverencia al mito de la participación –referéndum y derecho a decidir– y la desconsideración de la mayoría silenciosa. La aceptación de la fórmula del mal menor ha provocado siempre en Cataluña melancolía, abandono y sólo aplazamiento. Decaído Cs, la única baza y dique de contención en Barcelona es Collboni, apoyado también por el PP. Y que los comunes decidan sin ambages de qué lado están.

Ciudadanos se deshilacha en Cataluña para consolidarse como organización en Madrid, donde apura el dilema entre flotar en el aire o posarse; quedarse, regresar o emprender. Ciudadanos es centro. Para la izquierda es derecha camuflada; para la derecha es izquierda sin su etiqueta. El doble reproche lo mantiene en su sitio a menos que renuncie a lo que representa: liberalismo social. Por eso abjura de populismos. Se enfrenta a su decisión final, de la que únicamente le pueden librar unas nuevas elecciones generales. Paradójicamente, se halla en disposición de evitarlas. Para ello tendría que renunciar a superar al PP, regresar a sus orígenes de partido bisagra, desdecirse, limitar sus expectativas, apoyar a Sánchez y empezar de nuevo. Eso o acometer junto con el Partido Popular la tarea de reconstrucción de todo el espacio unificado del centro derecha.