Juan Van-Halen-El Debate
  • En lugar de protestar, el pueblo se alegra. Ya ocurrió en el encierro del COVID: cánticos desde las ventanas. Luego fueron declarados inconstitucionales los encierros. ¿Es que somos idiotas?

Todos hemos admirado esa obra de Goya y muchos conocerán su recuerdo español que Max Aub tituló así. Detrás de ambas genialidades está la realidad del pueblo español, sus incógnitas, su noche. Siempre creí que, en este juego campestre a orillas del Manzanares, el maestro de Fuendetodos representaba a España. Una pareja, con ricos atuendos a la francesa, comparten juego con majos y majas –pueblo diferente pero unido– y un hombre con un pañolón sobre los ojos, la gallina ciega, busca lo que no ve.

Max Aub, tras larga ausencia, llegó a España en 1969. «He venido, pero no he vuelto», dijo. Y destacó lo que, a su juicio, suponía la grave indiferencia del pueblo español ante su realidad. Ha ocurrido a través del tiempo. Lo cantó Blas de Otero: «Madre y madrastra mía / España miserable / y hermosa. / Si repaso / con los ojos tu ayer, salta la sangre / fratricida». Siglos de desencuentros, de búsqueda ciega, de preguntas sin respuestas y, al final, de frustración. Siempre reaccionando tarde. Y, al tiempo, llevando su generosidad por el mundo. La gallina ciega empollando huevos ajenos.

Escribe Max Aub: «España con los ojos vendados, los brazos extendidos, buscando inútilmente a sus compañeros o hijos, dando manotazos al aire, perdida». Miremos alrededor. Una ciudadanía sumisa, acomodaticia, conformada, silente. Ciega. Una España que cuando se acaba el apagón lo celebra con cánticos y bailes, agradecida del final de la tiniebla, la incomunicación, la ignorancia sobre sus familiares, la desatención de los enfermos, la soledad. Y debido a quienes tenían que haberlo evitado. En lugar de protestar, el pueblo se alegra. Ya ocurrió en el encierro del COVID: cánticos desde las ventanas. Luego fueron declarados inconstitucionales los encierros. ¿Es que somos idiotas?

Sánchez descartó en tres ocasiones, una de ellas en el Senado, al que no asiste porque no lo maneja, que hubiese riesgo de apagón e insultó a la oposición, desoyendo a los expertos que ya lo temían. Llamó a la oposición «mentirosa e ignorante» por defender la energía nuclear. Que Sánchez, experto en mentiras y gran ignorante, acuse así es notable. Francia mantiene 56 reactores nucleares en 19 centrales, el segundo país del mundo después de Estados Unidos, que tiene 93. España tiene 7 y quiere echar el cierre.

La lista de entreguismos y fracasos de Sánchez es amplia. La amnistía a golpistas, la sumisión a un prófugo, un gobierno apoyado por proetarras, la tan sospechosa gestión del COVID, la incapacidad en los desastres del volcán de La Palma y de la dana, el caos ferroviario que no cesa, la corrupción en su familia, su partido y su Gobierno. Al final, el gran apagón por la ineficacia de una política energética no realista por ideologizada. Difícil hacerlo peor. Por uno solo de estos fracasos hubiese caído cualquier Gobierno cabal. ¿Qué más tiene que ocurrir?

Tras el apagón, el Gobierno sacó pecho: «Fue una proeza, se resolvió rápido». Era su responsabilidad. Sin explicaciones, sin disculpas, sin autocrítica. Desde la soberbia de un presidente que apareció tres veces en las televisiones para no decir nada y echar la culpa a otros, como ante cada problema. La reacción de Sánchez tras el apagón fue impresentable e incluyó la mentira como le es habitual. Eludió decirnos que Red Eléctrica Española está gestionada por el Gobierno, su accionista fundamental, y presidida por una exministra de Zapatero. Cinco miembros de su consejo de administración están ligados al socialismo y tienen nulos conocimientos energéticos. Su presidente, Beatriz Corredor, anunció que no dimitirá. No iba a ser una excepción. Red Eléctrica Española marca la política energética. Tampoco lo explicó Sánchez, pero sí las empresas privadas del sector a las que él amenazó.

Tras el apagón, me llegó la noticia de la presencia del Rey en Moncloa para presidir el Consejo de Seguridad Nacional. En cincuenta años nunca un monarca acudió a Moncloa. Se adujeron «razones operativas». No quiero imaginar que fuese para no retrasar el Consejo de Ministros, convocado media hora más tarde. Asistieron trece ministros y, entre otras autoridades, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante López Calderón, de uniforme. El Rey esta vez acudió de paisano. Mentiría si escribiese que entendí la presencia de Felipe VI en Moncloa. Engordará el ego de Sánchez. O más.

Y, al fondo, la gallina ciega, una ciudadanía desorientada en una España con pañolón sobre los ojos. En el Dos de Mayo, en su mejor discurso, Ayuso incluyó: «No podemos acostumbrarnos al desastre, ni al sectarismo ni a la mentira».