PUBLIQUÉ en la tercera del ABC verdadero hace 44 años, el 1 de marzo de 1973, un artículo titulado La generación del silencio, que en aquella época sin redes sociales repercutió anchamente en la conciencia de las nuevas generaciones, las que anhelaban el cambio político frente a la actitud inmovilista del Ejército vencedor en 1939 de la guerra incivil.
Mi generación se debatió durante largos años bajo las consignas de la dictadura. La censura de Prensa fue atroz hasta 1966. Ningún joven se creería hoy hasta qué punto personajes menores como Juan Aparicio, Valentín Gutiérrez Durán o Juan de Dios silenciaban con el lápiz censor en ristre la expresión de cualquier opinión contraria a la ortodoxia franquista. La ley de Fraga en 1966 desatascó algunas espitas, si bien cayeron enseguida sobre la vida española los procesos ante el Tribunal de Orden Público, los secuestros de periódicos y revistas, el exilio para los periodistas discrepantes.
La generación del silencio, agazapada en sus madrigueras, tenía las cosas claras a pesar de la opresión y las persecuciones. «A diferencia de la niñez actual que nada en la abundancia –escribía yo en 1973–, a la generación del silencio le tocó vivir la economía de la escasez, el oscuro pan, el triste gasógeno, la enmagrecida gente, la incertidumbre sombría. Pobre, cenceña, carniseca y lejana generación…», a la que tantas páginas, puro gozo de emoción literaria, dedicó Francisco Umbral. A la muerte del dictador y desde la libertad sin ira, la generación del silencio construyó la democracia pluralista plena que instaló a España en la prosperidad y el desarrollo, en el respeto a los derechos humanos, en el ejercicio libre de todo lo que la dictadura prohibió.
Cuarenta años después de la Transición, la nueva generación, la generación de la verborrea, está en crisis, los sueños rotos, yacente la esperanza, en alza el asco ante el espectáculo estercolero de las corruptelas y el despilfarro de los partidos políticos y los sindicatos. La situación, en todo caso, es incomparablemente mejor para la generación de la verborrea que lo fue para la generación del silencio. Por la boca no muere el pez de la libertad de expresión. La lluvia incesante de las opiniones que, a través de las redes sociales, derraman los ciudadanos, está anegando España. Ante el abrumador diluvio, el viejo periodismo influyente se desmorona y los faros de la comunicación seria empalidecen. Como ha explicado muy bien Katharine Viner, la directora de The Guardian, se extiende la manipulación, la falsedad mil veces repetida y la posverdad. Todo se sacrifica al becerro de la audiencia y los periódicos serios impresos, hablados, audiovisuales y digitales se debaten en medio del naufragio provocado por las nuevas tecnologías.
No soy pesimista, sin embargo. Tal vez tardará todavía diez años en cristalizar el proceso de digitalización en los medios de comunicación y en su repercusión en la vida política, social y cultural. Pero lo hará y se recuperará de nuevo al periódico de calidad con su capacidad de influencia. La generación de la verborrea que padece hoy una crisis profunda de desencanto se encauzará en una situación nueva. Los horizontes aparecen emborrascados pero el futuro los despejará hasta superar la crisis y la desilusión.