José Ignacio Calleja-El Correo

  • Aparentamos poca implicación, pero no hemos perdido la conciencia moral

Es agobiante comprobar que las ideologías liberadas de cualquier control humanitario están ocupando los espacios de valor que manteníamos. No me atrevo a decir que en el pasado éramos mejores, porque todo es susceptible de dudas, pero no recuerdo otro momento cercano en que el pragmatismo de los idearios apareciera más plano y más corto. Ni siquiera nos esmeramos en dar a las ideas sociales y juicios morales una pátina de elegancia formal. Al menos en este sentido, me dirán, somos honrados, pues no nos escondemos en la apariencia de belleza para drenar la tortura de las guerras y repatriaciones, y eso mismo es una clave de esperanza en el futuro. Es muy poco.

Lo cierto es que cada uno que puede hablar e influir cuenta la vida desde su posición de poder, elige con descaro lo que le es irrenunciable y actúa en consecuencia imaginando a las víctimas como desperdicio colateral. Solo los líderes religiosos, el católico en particular, y algunos sabios o poetas se esmeran en elevar la mirada y la palabra por encima de una estrategia política de poder en el nuevo reparto del mundo, pero también ellos están amenazados de ser demasiado previsibles en sus discursos. Por eso la gente dice, con justicia a menudo, «más de lo mismo».

Hasta ahora teníamos un profundo debate sobre las consecuencias colaterales de una guerra o una ley de extranjería con el eje en la deportación masiva de los migrantes pobres; lo hacíamos con cierta vergüenza, pero ya hemos dado el paso a una visión estratégica sustentada entre dos orillas: el que puede imponer su posición en el mundo o en su país y el que tiene la condición de perdedor, y apurando, de desperdicio colateral en cualquier solución futura. Esto es todo en una imagen de conflicto total. El ecosistema moral compatible con un mundo en cambio sísmico asume que triunfar conlleva arrasar y excluir a los otros, marcar y expulsar al distinto, amenazar e ignorar al que no suma capital, en fin, descartar a pueblos y a personas como desperdicio de una historia trumpiana y putiniana sin remilgos.

Si con suerte, en otro momento, el desperdicio ofrece posibilidades para cubrir necesidades básicas -sean migrantes, tecnologías, pandemias y hasta filosofías y religiones-, esa parte y en esa dimensión volverá a la mesa del reparto del mundo. Pero la lógica será la misma, ‘lo que me conviene, necesito y deseo’, y los sujetos también, ‘los más fuertes, tecnológicamente preparados y con menos reparos morales’. El pragmatismo de los idearios planos se impone con su lógica implacable.

Pues bien, he aquí el magma ideológico que hoy sustenta el caminar del mundo en su quiebra sísmica, y tal el raquítico yacimiento de vida moral que puede recomponerlo. Se dice, en este sentido, que Europa ha perdido los valores que la sostuvieron el último siglo en términos de humanismo cristiano y, su correlato, el sistema laico de derechos humanos fundamentales. Y se añade que los Estados y sus gobiernos, los pueblos mismos y sus iglesias, los sujetos con voz única como los poetas y los sabios, apenas susurran algo que haga honor a una herencia cultural incomparable. Todo esto se dice, pero en cuanto a los pueblos, sabios y poetas, con fe religiosa o sin ella, no lo considero del todo cierto; la diferencia no es el silencio de nuestros pueblos por olvido mora. Hay otras razones: una, el miedo a que el sistema social colapse en su reordenación y expulse más todavía a las clases populares del nuevo estadio del desarrollo; y la otra, la dificultad de encontrar la palabra añadida a la denuncia de tanta injusticia.

Es como si, hecha la denuncia sin ambages de cualquier barbarie genocida, y sabedores de las salidas lógicas y humanas, se supiera que sin mesa, negociación, cesiones mutuas y acuerdos nunca hay salida. Cada una de las experiencias de crisis extrema, las que marcan nuestros días, en un lago revuelto de sujetos, propósitos y violencias contradictorias, está teniendo una respuesta decidida de la gente en sus sentimientos y conversaciones cotidianas, mas la respuesta política no acepta el camino necesario y, así, las víctimas son desperdicio colateral.

En esta situación, como fuera que los más poderosos solo se sientan a negociar entre ellos cuando la amenaza es pareja y mutua, y como la amenaza se sustenta en la fuerza militar y económica, quien tiene esos medios no necesita mesa hasta que llega el momento de imponer sus condiciones. La gente cuenta poco.

Digo que no hemos perdido la conciencia moral por las víctimas y que la apariencia de poca implicación es eso, apariencia. Se dice: toda Europa debería de estar ya en la calle. En el caso de Ucrania, a medida que se ha entendido la guerra y ha llegado Trump con sus intereses, qué decir; en el caso de Gaza, la opinión pública está de corazón con Palestina, los dos Estados y la paz, ya. Genocidio es el concepto que se impone. Israel, como Gobierno, es hoy insoportable. Y Hamás es inaceptable. La gente lo sabe. Pero descuido y olvido, nunca. La paz, dos Estados y ya.