EL MUNDO 31/03/14
· La maldición de los Ramos: la viuda se suicidó hace siete años y el hijo mayor acabó en prisión a causa de las drogas.
Más que en el charco de sangre propiamente dicho nos fijamos en el reguero en sepia que vino detrás. Así vemos a la esposa del muerto caminando preñada con su vestido premamá, delante del féretro, «como una zombie». Así vemos al hijo de tan sólo cuatro años, en pijama todavía, andando por la pista del aeropuerto unos metros detrás. Así vemos todos estos amaneceres con fórceps que llegaron después.
Un día. El hijo que iba en las entrañas de la madre nació con un autismo severo y hoy está ingresado en un centro de atención especial.
Otro día. El hijo mayor que caminaba en pijama creció a tientas y acabó sin norte: drogas, violencia y prisión.
El último día del mundo. La madre que no daba abasto –consumida, desquiciada, a la deriva sin el marido– se acabó suicidando hace siete años.
Lo que fue aquel 8 de junio de 1986 en la localidad guipuzcoana de Mondragón nos lo contaron los periódicos con asepsia de cinco columnas: el asesinato de un cabo primero de la guardia civil llamado Antonio Ramos.
Lo que fue todo lo que vino después –y poca gente supo– nos lo cuenta la hermana de la viuda Carmen Rodríguez con la intencionalidad de la letra pequeña.
«La gente ve al muerto, pero no ve lo otro, lo que queda después del asesinato, todo lo que hemos vivido, la destrucción de la familia, poco a poco, las consecuencias que conlleva un crimen como éste para todos los que están alrededor. Van, matan a un hombre de cuatro tiros y al poco tiempo ya no es noticia cómo está la familia».
Porque la familia ya no está.
O está desleída, sin contornos, como en una acuarela en la que hubiera llovido de más.
La albacea de todo lo que fue aquella historia inconclusa es Juana Rodríguez, la cuñada del fallecido, que sabe de todo lo roto porque recogió los pedazos del jarrón. Los ordenó por tamaños. Y aún los anda pegando.
«Cuando el asesinato, mi hermana estaba embarazada de tres meses y tenía un niño de cuatro años: Alejandro. Ella andaba con una depresión terrible por la muerte y el otro hijo que le venía le nació enfermo, autista profundo. A lo mejor llegabas a las cuatro de la tarde y seguía acostada. Con el hijo mayor tampoco tuvo suerte. El chaval se metió en las drogas, le robaba en casa, ejerció violencia contra ella, terminó encarcelado, aunque hoy está bien. Pon que está bien… Un día Carmen se pinchó toda la insulina y se tragó todas las pastillas que tenía en casa. Así fue. Era un 11 de febrero de 2007. Esta es la familia con peor suerte que conozco».
Lo que son las cosas. A Antonio Ramos intentaron matarlo en dos ocasiones y no hubo manera. Tras su muerte, Carmen Rodríguez trató de quitarse la vida otras tantas veces y tampoco.
A la tercera fue la vencida.
Y esta colosal derrota.
«Nadie se imagina lo duro que es elegir un ataúd de la que unos días antes había estado ayudando a elegir la ropa con la que estaba más guapa».
Nadie se imaginaba eso: la muchedumbre de miedos, la soledad de Carmen. Ni tampoco que el huérfano que acabó preso coincidiría luego con Henri Parot entre rejas.
Lo único que tocaba Carmen antes de irse era aquella partitura fúnebre.
– ¿Qué te pasa, hermana?
– Soy una desgraciada. La vida ha sido muy injusta conmigo.
Lo único que toca Juana hoy es un dorremifasol de buenas notas. La letra dice como sigue.
Que vive en Tomares (Sevilla) y que generalmente hay sol.
Que ella por fin tiene la tutela del sobrino autista y que va a visitarlo una vez al mes al centro especial de Huelva.
Que su hermana tiene un nieto guapísimo que no conocerá nunca. Que Alejandro ya no consume. Ponlo. Por favor, ponlo.
Que su cuñado Antonio siempre lleva su ajedrez portátil encima. Y que le dice que si blancas o negras. Hiperbólico, guasón, en los días previos al jaque mate.
La pregunta es antes de empezar la partida.
– Juanita, ¿te rindes o qué?
EL MUNDO 31/03/14