- Que Sánchez se vaya a Hispanoamérica a pontificar sobre la democracia da una pista de hasta dónde piensa llegar para salvarse.
Pedro Sánchez se ha ido a Hispanoamérica a hablar de democracia, que es como si Putin saliera de gira a disertar de derechos humanos o Mohamed VI de la igualdad de la mujer. Una táctica criminal exitosa suele ser exhibir en público las pruebas del delito, en lugar de esconderlas, para generar en el espectador la sensación de que se es del todo inocente.
Reunirse en Chile con Boric, Petro y Lula es, antes de nada, otro desafío innecesario a los Estados Unidos, que a Sánchez le viene bien para pagarse su promoción como triste líder de la decadente Internacional Socialista pero a España le perjudica: nada nuevo en un político que siempre ha priorizado sus intereses personales, a menudo bastardos, sobre los nacionales, que nunca importan.
Pero es también un ejercicio público del trastorno perceptivo que caracteriza al personaje, convencido de que es un progresista icónico y un adalid mundial de la democracia en declive, cuando es uno de sus principales agentes para su degradación.
No se puede ir de demócrata con una hoja de servicios que, de no citarse procedencia, todo el mundo ubicaría en Venezuela o en algún antro populista similar: gobierna sin haber ganado las Elecciones; lo hace con presupuestos de la pasada legislatura y sin haber cumplido el mandato constitucional de presentar al menos unos nuevos en el Parlamento; se compró literalmente la investidura pagando con una amnistía y un ataque sostenido a la Constitución; modificó el Código Penal al dictado de delincuentes; puso a militantes y miembros de su propio Gabinete en el Tribunal Constitucional, el CIS, la Fiscalía General o Correos; conspiró contra el Poder Judicial y el Supremo y, entre otras lindezas, intenta reformar en estos momentos varias leyes para echar a los jueces de las investigaciones que le acorralan; estigmatizar a los medios de comunicación que publican sus vergüenzas y subordinar a la UCO al imputado Álvaro García Ortiz.
Además ha optado por la quiebra de la convivencia, lanzando todo tipo de discursos y políticas para fracturar a la sociedad: fachas y progresistas; defraudadores y vulnerables; machistas y víctimas; ricos y pobres: heterosexuales y LGTBI; racistas y humanitarios y así en un bucle infinito y ficticio en el que solo se adivinan pecados propios: son él y los suyos quienes privilegian al catalán o al vasco próspero frente al extremeño o el andaluz humilde; quienes cobijan a puteros y acosadores y quienes transforman la inquietud social por la inmigración irregular en una oleada nazi en realidad residual para transformar un asunto delicado en otro eje de la polarización.
La degradación de la democracia con Sánchez no tiene precedentes e incluye un sistemático asalto a los pilares del Estado de derecho con el único fin de perpetuar su carrera, esconder sus tropelías, evitar la alternancia y dotarse de la impunidad necesaria para no acabar, además de despedido, procesado.
Que se marche de España a presumir de Capitán Trueno contra la involución ultraderechista internacional, con tan dudosos compañeros de cruzada, no solo es una broma macabra: también es otro indicio de hasta dónde está dispuesto a llegar para cubrirse y salvarse.
Pero que un presidente con su mano derecha en la cárcel; su esposa y hermano imputados; señalado, de momento políticamente y ya veremos si también en los juzgados, en incontables casos penales y deudor de un prófugo, un golpista y un terrorista, se vaya al extranjero a pontificar sobre los riesgos de la democracia, es demasiado hasta para él. Es la versión refinada de Ábalos diciendo aquello de «Soy feminista porque soy socialista» mientras las luces de neón le deslumbraban al caer la noche.