Lo que vertebra a un país son sus tradiciones y costumbres compartidas, griten lo que griten las minorías independentistas que aúllan su odio al proyecto común desde distintos rincones del territorio que todos los españoles identificamos como propio a primera vista de mapa. Algunas grandes cadenas comerciales, los anuncios de televisión que marcaron nuestra infancia, el famoseo patrio cuyas vicisitudes personales interesan igual en La Coruña como en Almería pasando por todos los pueblos del Goyerri. Seamos asturianos o extremeños, los miércoles sale el «¡Hola!» En España mientras los turistas siguen cenando antes que nosotros, y ambas cosas nos unen más que cualquier bandera creada con el objetivo específico de dividirnos.
Uno de los hábitos más característicos de nuestra tribu es el gusto por la primera semana de agosto para irnos todos, o por lo menos todos lo que pueden, de vacaciones a la vez. Este año, con mucho mayor motivo. Una parte importante de españoles necesita tomarse un necesario descanso después del batacazo político sufrido: Nos hace falta volver a nuestra vida personal, a las pequeñas alegrías domésticas que nos permitan recuperar fuerzas antes de un otoño que intuimos negro. La decepción ha sido tan grande, tanto es lo que está en juego, que preferimos, aunque solo sea por unos pocos días, meter la cabeza bajo el ala y disfrutar del verano.
Lo importante para el presidente en funciones es que lo veamos galleando en Marrakech tocado con una gorra zarzuelera de las de chulo que castiga del Portillo a La Arganzuela
También Feijóo y Sánchez se han ido de vacaciones y nadie en su sano juicio podrá argumentar que no las merecen. Pero hasta en eso se diferencian. Mientras el ganador que ha perdido descansa discretamente en su Galicia natal, el perdedor que ha ganado nos desafía de nuevo con su destino vacacional. Mejor vamos a olvidarnos de Pegasus, del brusco viraje en nuestra política exterior sobre el Sáhara, de Argelia, sus enfados y sus gaseoductos, de las plazas amenazadas de Ceuta y Melilla. Lo importante para el presidente en funciones es que lo veamos galleando en Marrakech tocado con una gorra zarzuelera de las de chulo que castiga del Portillo a La Arganzuela.
Y es que, efectivamente, no hay una chicuela lectora de periódicos que no se haya quedado bizca ante la imagen. Esa gorra es un desafío, un “mi primer viaje es a Marruecos y me da igual lo que opine nadie” en toda regla. Sánchez transmite con esa sola foto toda la soberbia y la sensación de poder con la que pretende gobernar hasta que efectivamente acceda de nuevo al cargo. Cualquier otro líder en su lugar, después de haber perdido y de verse obligado a tejer una complicadísima coalición para mantenerse en Moncloa, parecería abrumado por las circunstancias, pero no él. Esa gorra no se la pone alguien acostumbrado a perder sino alguien que sabe, o quiere hacernos creer que sabe, cosas que los demás ignoramos. La gorra es el primer sapo de los muchos que nos vamos a tener que tragar, piensa el pobre español de a pie mientras la contempla desde la piscina de su pueblo.
Se desactivan así las excusas del PNV para no apoyar un gobierno mucho más cercano a su ideología del que ha venido ahogándole en la última legislatura en beneficio de Bildu
Mientras tanto, signos de vida inteligente van asomando en los ganadores derrotados. Algunos de enorme calado, como el que Vox haya comunicado su decisión firme de propiciar un gobierno en solitario del PP sin solicitar nada a a cambio. Se desactivan así las excusas del PNV para no apoyar un gobierno mucho más cercano a su ideología del que ha venido ahogándole en la última legislatura en beneficio de Bildu. Harían bien los de Urkullu en replantearse su estrategia si no quieren que Otegi se convierta en el próximo lehendakari, y sobre todo, harían bien los populares en agradecer a Vox como merece este gesto patriótico y generoso que demuestra que tiene los ojos puestos en el bien de España y no en sus intereses de partido.
En cualquier caso, pequeños motivos para el optimismo que aunque no sean suficientes para conjurar el desastre de cuatro años más de sanchismo si nos permiten pasar mejor el verano agarrándonos a la ligera esperanza de que aún hay una lejanísima posibilidad de que lo peor no suceda. Lástima que para gobernar España quererla sea un impedimento capital y sea necesario pactar con quienes pretenden destruirla.