Juan Carlos Girauta-ABC

  • La única ventaja de que te maten es que no te pueden volver a matar

Cuando el poder real mató a Ciudadanos, daga amiga mediante, creadores de relatos de todas las tendencias acordaron, sin necesidad de concertarse, una sola justificación para el crimen. Es sabida: ese partido tenía la obligación de pactar con Sánchez y no lo hizo, ergo era inservible. La pereza intelectual y la unanimidad convirtieron la patraña en verdad indiscutible. La unanimidad resultó de una fortuita coincidencia de intereses: a todos convenía la desaparición de una formación llamada a regenerar España y a frenar en seco el avance de un nacionalismo que no había dejado de ganar posiciones hasta el golpe de Estado, y que las iba a seguir ganando después.

A todos convino. A los socialistas porque Ciudadanos había puesto la proa a Sánchez y estaba retratando sus maniobras y su calaña sin paños calientes. A los podemitas porque le habían arrebatado la bandera de la regeneración, puro disfraz en ellos como la inmediata posteridad ha demostrado. A los nacionalistas porque sabían que el día que Ciudadanos tuviera la mayoría suficiente se acabaría su presencia en el Congreso gracias a un umbral mínimo de representación nacional. Al PP porque se jugaba la supervivencia al disputarle otro partido alfa la condición de alternativa de gobierno.

La única ventaja de que te maten es que no te pueden volver a matar. El día en que Ciudadanos desapareció del mapa como esperanza real y proyecto de país para pasar a ser una gestoría de intereses con vocación de bisagra, los felices administradores de miseria limpiaron la daga, la escondieron y empezaron a hacer las cosas propias de la gente de ambiciones cortas y estrechas. Bien. El resto de partidos respiraron aliviados. Bien. Los orgullosos financieros se regodearon. ¡Así aprenderás a coger el teléfono cuando yo llamo! Bien. Pero les salió Vox. Ay. Se dijeron que ya verían qué hacían con eso. De momento serviría como espantajo, como muñeco del pimpampum, como chivo expiatorio. Luego Dios diría.

Sobre bases tan inciertas, nutrido por el antagonismo permanente, se formó el gobierno Frankenstein y se consagró la Gran Anomalía: convertir en decisores, o en soporte estable del Ejecutivo, a grupos que compartían y comparten un plan explícito de disolución institucional y territorial de España. El plan, es evidente, pasa por: minar la Monarquía y arrinconar al Rey; convertir la independencia judicial en un sintagma vacío de significado con el auxilio de una Fiscalía atenta a los intereses políticos del gobierno; normalizar la autodeterminación otorgándole cobertura fija: una mesa de diálogo; dar preferencia a Bildu en territorios sensibles como Navarra, con la consiguiente elevación de un ex etarra al rol de agente político decisivo; diseñar un sistema sin alternancia, simbolizado en la pistola que ilustra el primer artículo de Iglesias tras su dimisión. Estarán satisfechos los perpetradores del trabajito.