La dialéctica política lleva a que cada uno de sus actores diga representar mucho más de lo que es. En Euskadi hay tantos protagonistas que quieren representarlo todo -el país, la democracia, la solución- que la burbuja se convierte en una recreación imposible de la realidad. Cualquier día estallará sumiendo a la política vasca en un desconcierto sin remedio.
La pregunta más temible de los últimos meses está siendo ésa de ¿cómo ves ‘esto’? ‘Esto’ es la situación vasca o, por ser más precisos, su diferencial etarra. Se trata de una pregunta recurrente, obligada y hasta cortés, tras la que quien la formula puede ocultar su parecer a la espera de alguna respuesta. Pero la cuestión resulta deliberadamente tan vaga que al interpelado no le queda más remedio que salir del embrollo tratando de adivinar qué piensa ese interrogador tan común en nuestras calles. «Creo que la cosa va bien» puede ser la respuesta más aconsejable por menos comprometida. Permite apuntarse, por si acaso, al bando de los optimistas.
A estas alturas no es conveniente que a uno le tachen de agorero. Pero tampoco es bueno precisar más. «Creo que la cosa va bien» obliga al interlocutor a guardar silencio durante unos segundos, pensativo sobre la «cosa» y el «bien». Si el encuentro es fortuito y no es necesario detenerse durante mucho tiempo el intercambio de saludos puede dejar en el aire las impresiones de cada cual. Afortunadamente ya ha llegado 2011 y va reduciéndose la ansiedad a la espera del esperado comunicado de ETA. Puede llegar esta tarde o mañana; o quizá nunca llegue lo que esperamos.
Hoy tendrá lugar una manifestación en Bilbao que reunirá con toda seguridad a varios miles de personas ávidas de un acto unitario en torno a la causa moral que más cohesiona a la izquierda abertzale: los presos como victimarios convertidos en víctimas que encarnan la entrega absoluta a la causa. Es el consabido ritual que libera de culpa al ejército de seguidores que ha podido alentar el conflicto extremo sin arriesgar personalmente nada. El problema es que las manifestaciones las carga siempre el diablo, y no es fácil predecir quién y para qué va a capitalizar el anunciado éxito de la convocatoria de hoy. Si servirá para acelerar el tránsito hacia una izquierda abertzale desarmada, o si por el contrario hará que las armas recuperen la influencia perdida respecto a su entorno.
Muchos de los asistentes marcharán con la conciencia de participar en su última manifestación. En la última manifestación de toda una era. Otros muchos caminarán envalentonándose a cada paso, reviviendo metro a metro los cincuenta años de historia que necesitan reivindicar. Y habrá quienes, desmemoriados o juveniles, se manifiesten en la creencia de inaugurar la etapa triunfal de un Pueblo que, sin renunciar definitivamente a las armas, se apresta a establecer el armisticio necesario para poner a prueba al Estado opresor. Una burbuja colosal en suma.
La política es un juego de apariencias que se enfrenta sólo a dos pruebas objetivas: el escrutinio electoral para ocupar un número tasado de cargos públicos y la determinación de los ingresos fiscales con los que cuentan las instituciones. Todo lo demás puede inflarse a placer. El volumen que ocupa la política vasca es absolutamente desproporcionado respecto a su verdadero peso. La persistencia de la amenaza terrorista y las cábalas sobre su final siguen contribuyendo a ello. El mecanismo del artificio es de una sencillez sorprendente. Se basa en que cada formación, cada sigla, tiende a expandirse mediante la proliferación de los vínculos que mantiene con las demás sin hipotecar por ello su particular personalidad. De manera que hasta los partidos menores parecen determinantes de cara al futuro.
Esta misma semana hemos visto que la EA comprometida con la suerte de la izquierda abertzale ha aprovechado la patética espera del comunicado de ETA para hacerse valer. Mientras que Aralar ha querido dejar claro que las eventuales coincidencias que pudiera tener con la izquierda abertzale no obstan para que defienda los espacios -léase Nafarroa Bai- que tanto esfuerzo le han llevado conquistar frente a la deriva etarra. Qué decir de la trinidad que en ocasiones parecen representar jeltzales, socialistas y populares, buscando cada uno aumentar su volumen político ensayando la versatilidad de relaciones con los otros dos, unas veces para provocar celos entre ellos y otras para trocar principios por intereses. Si a esto le sumamos los puentes que de manera pública o vergonzante se tienden desde la política democrática hacia ese otro mundo de la izquierda abertzale, el resultado es una gran burbuja que cualquier día estallará sumiendo a la política vasca en un desconcierto sin remedio entre la identidad y el poder.
La dialéctica política lleva siempre a que cada uno de sus actores diga representar mucho más de lo que es. En el caso de Euskadi el problema es que hay tantos protagonistas con pretensiones de representarlo todo -el país, la democracia, el derecho, la solución, el pasado o el futuro- que la burbuja se convierte en una recreación imposible de la realidad. La política da para mucho menos de lo que aparenta. Demasiado significante para tan poco significado. Claro que es tentador acomodarse en ese diálogo de ascensor al que conduce el hastío por una parte y el bienquedismo por la otra. «Creo que la cosa va bien». Diga lo que diga ETA en ese comunicado que pierde interés a cada minuto que pasa sin que se haga público, y junto a las críticas y reproches que podamos formular a su contenido, concluiremos que la cosa va bien. Por qué no.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 8/1/2011