José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Pedro Sánchez, mientras tanto, como un Luis XV decadente, parece pronunciar esa frase, una de las más estúpidas y egoístas de la historia: “Después de mí, el diluvio”

La derrota socialista en Andalucía es la denuncia última de cómo el PSOE está siendo destrozado por Pedro Sánchez y sus cómplices. Y la ha gritado el electorado más históricamente fiel a esas siglas. De una manera tan rotunda que resulta ensordecedora. Si con este aldabonazo el presidente del Gobierno no reacciona, es que en Ferraz y en la Moncloa no hay vida política inteligente. Al margen de Adriana Lastra, que, a estos efectos, no computa. 

El 11 de abril de 2020, se escribía en este blog («La autodestrucción del PSOE«) que estaba «sucediendo en el partido lo que en octubre de 2016 supusieron ocurriría muchos dirigentes socialistas que forzaron la renuncia de Pedro Sánchez a la secretaría general: que si el socialismo —como deseaba su entonces líder— formaba Gobierno con Podemos y con el apoyo de los independentistas, la organización podría entrar en un proceso autodestructivo».

Aquellos socialistas, cuyo reverso es el propio Sánchez, tenían razón. Transcurridos menos de seis años desde entonces, el presidente del Gobierno y sus cómplices conspiran contra el PSOE y lo están destrozando. Ejecutan ese designio destructivo mediante dos procedimientos cada vez más obvios. 

El primero consiste en la transformación de la organización en una mera plataforma para el liderazgo voraz de su secretario general. Más allá de su decisión, no hay otras con capacidad de discrepancia efectiva. Para lograr esa falsa unanimidad, Sánchez ha cambiado los estatutos y se ha rodeado de cuadros mediocres que le siguen gregariamente en un trueque que retrotrae al modelo del peor feudalismo político.

Son los cómplices internos: aquellos que colaboran al desguace del partido mediante el silencio, el asentimiento, el halago al líder y, en ocasiones, mediante actos de colaboración destructiva. Se trata de cargos internos y públicos que permanentemente se postran ante Sánchez y realizan los mandados del líder con rapidez y literalidad. Sin chistar. 

El destrozo del PSOE por Sánchez se consuma también mediante interesadas colaboraciones externas. Su poder no se asienta en las fortalezas de su partido, sino en la enajenación de su identidad histórica a cambio de ofrecer pactos a aquellos a los que el PSOE combatió: los separatistas vascos y catalanes y los comunistas. Para realquilarse en la Moncloa, Sánchez no ha dudado en instalar en la ‘dirección del Estado’ a los que quieren destruirlo siguiendo la directriz de Pablo Iglesias, el hombre que realmente más le detesta.

Es Sánchez el que está derrotando al PSOE tanto o más que sus adversarios políticos en los distintos comicios. Decenas de miles y miles de ciudadanos de adscripción socialista, al no reconocer los rasgos característicos del partido, rehúsan entregar su papeleta para que el presidente del Gobierno siga usufructuando el poder con sus cómplices en una colaboración que destruye día a día a una organización histórica, troncal y esencial en la democracia española. 

Lo que ha ocurrido en Andalucía el pasado domingo se debe tanto a la buena gestión del presidente popular, Moreno Bonilla, como a la huida de electores anteriores de un PSOE que ya no es reconocible porque las prioridades de su secretario general consisten en satisfacer a las formaciones antisistema que, al tiempo que voltean el más elemental esquema de valores cívicos e institucionales, imponen condiciones en provecho propio, pero marginales para el conjunto del país, que Sánchez acepta porque no hacerlo podría significar su precoz expulsión del poder.

La dirigencia de los socialistas en aquel comité federal histórico de octubre de 2016, en el que Sánchez tuvo que renunciar a la secretaría general, llevaba razón porque la experiencia la avalaba. Sabía que pasaría lo que está ocurriendo: la autodestrucción socialista a manos de ‘Frankenstein’, en certera descripción de esa agrupación de intereses ‘contra natura’ ideológica perfectamente captada por el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba. 

De ahí que la derrota andaluza del PSOE no sea solo del partido, sino también, y sobre todo, de Pedro Sánchez. Y que resulte, además, algo más y algo diferente a una debacle electoral: es un aviso de extinción precedido por otros. Los socialistas son ya la tercera fuerza política en Madrid y en Galicia.

Pero, a la postre, ¿será más fuerte el PSOE que Sánchez y más aún que los cómplices, internos y externos, que lo desuellan? Porque la izquierda de la izquierda —o sea, la extrema izquierda— ha entrado también en barrena: Yolanda Díaz ha perdido pie y se ha quedado no con un espacio, sino en una esquina; Podemos se diluye entre banderías internas, e Izquierda Unida es un vago reflejo de lo que fue. ¿Van a arruinar a Sánchez y al PSOE en su ineludible bancarrota? 

Por más que estas fuerzas sean el ariete para la desinstitucionalización del Estado, la quiebra de la Constitución y la distorsión de los criterios ciudadanos en cuestiones de naturaleza ética, están condenadas a la marginalidad. La muleta se astilla y Sánchez cojea. Ya se dijo que la coalición se desploma y que el tiempo corre contra su viabilidad. Está embalsamada, lo que evita la descomposición.

Añádase un par de variables: el argumentario, según el cual el PSOE es el mejor repositorio electoral contra Vox y que con Núñez Feijóo no ha cambiado nada en el PP, es falso. El voto útil contra Vox es el del PP y sin el líder gallego de los populares, Sánchez seguiría campando a sus anchas. 

Desde la madrugada de ayer, los cómplices del presidente, en la Moncloa y en Ferraz, maquinan cómo seguir inventando excusas de mal pagador para justificar la debacle electoral del 19-J, y en las sedes de ERC, Bildu y hasta en la de Podemos, se celebra la extrema debilidad del PSOE: se trataba de destruirlo y lo están consiguiendo. Se trataba, al tiempo, de zarandear a España y a los españoles, y, Sánchez mediante, lo están también consiguiendo. El interesado, mientras tanto, como un Luis XV decadente, parece pronunciar una de las frases más estúpidas y egoístas de la historia: «Después de mí, el diluvio».

 

PD. Esta es la letra del himno de Andalucía:

«La bandera blanca y verde
vuelve, tras siglos de guerra,
a decir paz y esperanza,
bajo el sol de nuestra tierra.
¡Andaluces, levantaos!
¡Pedid tierra y libertad!
¡Sea por Andalucía libre,
España y la humanidad!
Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos
hombres de luz, que a los hombres,
alma de hombres les dimos.
¡Andaluces, levantaos!
¡Pedid tierra y libertad!
¡Sea por Andalucía libre,
España y la humanidad!»