KEPA AULESTIA-EL CORREO

La incidencia acumulada continúa por encima de 400 casos en Euskadi, y por encima de 500 en Gipuzkoa. Ningún experto y ningún responsable público confía en que la inercia de bajada se mantendrá hasta reducir sensiblemente la contagiosidad mientras decae el estado de alarma, y con él los límites a la movilidad, al horario de libre circulación y al aforo en las reuniones. Se da por descontado que se incrementará la transmisión, por mucho que suba el ritmo de la vacunación en los próximos días. Un tributo a la reactivación de la vida social y económica. Pero también a la terquedad cortoplacista de Pedro Sánchez, indispuesto a corregirse a sí mismo. Mucho menos tras el 4-M. El ‘argumentario’ socialista de que las autonomías cuentan con instrumentos legales suficientes para afrontar lo que reste de pandemia, compartido por la presidenta navarra María Chivite, se ha impuesto al contagiarse la elusión política.

El Gobierno vasco se ha mostrado coherente con el autogobierno al aceptar la resolución del Tribunal Superior de Euskadi sin recurrirla ante el Tribunal Supremo. Sin duda también porque entiende que es inapelable. Pero Urkullu ha eludido solicitar a Sánchez la aplicación de un estado de alarma en el País Vasco, administrado desde Ajuria Enea y Lakua. Porque ni el nacionalismo gobernante está en situación de soportar la supuesta indignidad de requerir semejante tutela diferenciada de Madrid, ni su oposición directa -EH Bildu- dejaría pasar la ocasión para denunciar los límites del autogobierno, ni tendría sentido que mientras tanto los socios del PSE reiteraran el ‘argumentario’ sobre las suficiencias de la autonomía. Tampoco el grupo jeltzale en el Congreso ha amagado siquiera con poner en suspenso su proclividad a continuar apoyando a Sánchez a cambio de lo que resulte en cada momento.

Pero lo más sorprendente del caso es que el Gobierno vasco no anunció ayer medidas que contrarresten la relajación inducida por la finalización del estado de alarma. Se puso en línea con la precipitada normalización a la que aboca, ampliando el horario de hostelería, sin duda para intentar encauzar el más que previsible trasnoche. Y la gran escapada que ya comenzó ayer. La advertencia de que las tres próximas semanas serán decisivas suena a algo sabido, reiterado desde hace más de un año. La llamada a la gente para que limite voluntariamente su movilidad y sus contactos pone a prueba la conciencia cívica. Pero también el liderazgo institucional, a falta de un estado de alarma que estaba al alcance de Urkullu.