- Ves a la gente celebrando sus premios de Lotería por toda España y resulta que son clavados en todas partes, salvo por la liturgia lingüística obligatoria
El gran Leviatán sanchista, que todo lo fisga y todo lo controla, no ha andado fino con el sorteo de la lotería de Navidad. Se le han colado un par de tics reaccionarios, que deberían haber sido objeto de un expediente de urgencia aplicando las providenciales leyes de «Memoria», que limpian toda posible mácula de franquismo recalcitrante.
En primer lugar, el organismo estatal que se encarga del sorteo continúa llamándose Lotería Nacional. Fachosferismo en estado puro. ¿Alguien cree que llamarle «nacional» a lo español, pura terminología franquistoide, puede agradar a los socios? ¿No resultaría más conveniente de cara a nuestros jefes —Puchi, Oriol y Arnaldo— hablar de ‘Lotería de la Nación de Naciones?’, o ‘Lotería Confereral`?
El segundo problema estriba en el lema se había elegido este año: «El sorteo que nos une». Un eslogan más propio de «la derecha y la ultraderecha» que del magnífico proyecto «progresista» en el que estamos inmersos, que aboga precisamente por lo contrario: proscribir la historia de España para alzaprimar menudencias locales, intentar eliminar el español en las escuelas vascas y catalanas, desgajar el Estado con un goteo imparable de transferencias otorgadas al son del separatismo y repetir hasta en la sopa que eso que algunos carcas venían llamando España es en realidad «una nación de naciones plural y diversa».
La prensa y todos los informativos televisivos han dedicado, como siempre, agotadores despliegues a la lotería de Navidad. Y confieso que me llevé una sorpresa mayúscula. En un momento dado, conectaron con una administración de Barcelona donde había caído un sexto premio. Por supuesto yo esperaba la aparición en pantalla de una gente distinta al común, una suerte de elfos diferentes a los catetos que hemos tenido el infortunio de nacer en La Coruña, Cuenca o Almería. Pero de manera inexplicable los que aparecían festejando sus premios en Cataluña tenían exactamente las mismas pintas que sus pares del resto de España. Celebraban del mismo modo, vestían igual, chorreaban el mismo espumoso barato con alegría y la arquitectura desarrollista que se veía detrás era la misma que se repite por todos los barrios del país. Solo el cartel obligatorio en catalán marcaba la impostura del forzado «hecho diferencial»: «Premi venut aqui», rezaba en la Administración de Lotería, porque está prohibido rotular en el idioma más hablado, que resulta que es —¡oh espanto!— el inefable español.
España es un país de gentes muy homogéneas, donde todos nos hemos ido mezclando durante siglos y no hay quien no tenga un ancestro de otra región. Las escenas de las celebraciones de la lotería de Navidad, idénticas por todas partes, lo evidencian de manera clamorosa. Por eso el pujolismo puso tanto empeño en su día en crear una fallida lotería catalana, que mitigase el pernicioso efecto de unión en lo español que supone el Gordo.
Increíble que un país de la historia, la calidad de vida y el potencial de España esté políticamente secuestrado por unos nacionalismos más bien paletos y de médula xenófoba, que además venden una visión falsaria de lo que realmente ocurre en sus regiones. Solo es posible porque a los separatistas les ha tocado el Gordo.
Y ese Gordo se llama PSOE.