EL MUNDO 10/01/17
ARCADI ESPADA
EUROPA se encara este año, en contiendas diversas, con los Le Pen, Wilders, May, Puigdemont, por no hablar de los Kaczynski o los Urban. Los enemigos de Europa son nuevos solo de nombre. Todos ellos forman parte del seminal enemigo europeo, que es el nacionalismo, contra el que se diseñó la arquitectura política de la posguerra. Europa es una construcción paradójica. Fue hecha por los estados para acabar con ellos. Por el lado de la unificación, obviamente, y no por el del retorno a la perversa identificación entre cultura (para no decir costumbre, que es lo que correspondería) y estado, letalmente centrífuga. Este origen y las dificultades extraordinarias de la empresa aconsejaron que los dirigentes europeos fueran cuidadosos en su relación con la soberanía. Trasladado a nuestro tiempo ese cuidado original es el que explica la respuesta ante diversas iniciativas que han amenazado gravemente a Europa: el referéndum de Escocia, la actividad secesionista del gobierno de Cataluña o el Brexit. En estos y en otros conflictos una burocrática prudencia decretó el asunto interno. Bruselas ha trabajado contra todos esos separatismos, pero de un modo subterráneo y diplomático: con prudencia cerval. Es una hipótesis respetable que el método esté en el origen del fracaso del Brexit, británico y europeo, y que también quepa relacionarlo, en general, con la desesperante lentitud en el cumplimiento de las diversas fases de la unificación.