EL PAÍS 12/09/15
MANUEL JABOIS
· Hace una declaración grandilocuente: «Que sea la última Diada antes de la independencia»
Después de responder Mas en francés, Romeva en inglés y Junqueras en italiano, Romeva se viene arriba: «Podéis preguntar en el idioma que queráis». La máquina se ha engrasado y Romeva está dispuesto a atender a un suní. Responden los tres en cinco idiomas y durante el tiempo que la prensa quiere. La rueda de prensa en el Forum es un éxito: hay decenas de cámaras, un salón lleno y preguntas de los diarios más influyentes del mundo. La euforia entre soberanistas por el despliegue de idiomas lleva a pensar con nostalgia qué hubiera sido de Cataluña si en lugar de Pujol la hubieseis gobernadores Muzzy.
Oriol Junqueras i Vies (Sant Andreu de Palomar, Barcelona, 1969) es el más tranquilo de los tres, el más grande y el que interviene más concisamente, con la abrupta serenidad que le distingue. Tiene el pie izquierdo adelantado pisando el atril, y de vez en cuando golpea con el pie derecho el suelo como si se impacientase. Luego aclarará que no se debió a nada en especial, ni que estuviese cansado. En su primera respuesta se refiere a la voluntad de independencia de Cataluña y la necesidad de una Europa más justa y un mundo más solidario. Usa palabras grandes y cariñosas. «Es nuestra gran oportunidad, nuestra gran ilusión», dice en italiano.
Del acto sale primero él, seguido por Romeva y Mas. Junqueras tiene prisa: dobla la esquina y se cuela por un pasillito. Le sigue este periodista; Junqueras lo está esperando de cara, como se espera a un atracador. De repente, como un elefante en una cacharrería, también aparece Artur Mas. El pasillo es estrecho como para que nadie pueda moverse salvo el president marcha atrás, pero a este hombre no se le conoce tal habilidad. En el hall se oyen varios avisos: ¿qué está pasando? El periodista insiste en estar con Junqueras hasta que Junqueras, casi emocionado, explica que es el pasillo de entrada al servicio. Que necesita ir al baño. Tiene cara de no saber hasta qué punto, junts pel si, la alianza tenga que desembocar en una orinada general de Convergencia y Esquerra con EL PAÍS por testigo. Mas sale asombrado con la sonrisa de las grandes alarmas.
Después de la rueda de prensa Mas y Junqueras se refugian en un saloncito privado con buffet. Conversan y deciden salir al hall a buscar a Romeva; el cabeza de lista y los dos pesos pesados del soberanismo catalán susurran en una escena cinematográfica. Cuando se separan, Junqueras entra solo de nuevo al salón y allí, durante dos minutos, se desconecta. Casi se diría que pierde altura y peso, como si descansase de sí mismo y del discurso con el que lleva, aclara después, toda la vida. Pega sorbos a una coca-cola y toma un bocado. Mira afuera. Ha llovido por la mañana y teme que llueva por la tarde, pero se queda la cosa en temperatura de manifestación: uno de esos días nublados en que hay ganas de una buena reivindicación nacional a falta de playa.
¿No aburre responder siempre a lo mismo? No, contesta. Junqueras da a entender que tiene una misión. Hace dos años, en una conversación parecida, recalcaba lo desubicado que aún se sentía en política: subrayaba su temporalidad. Hoy matiza que se refiere a que tiene algo detrás: una profesión, la de historiador, un oficio. Pero las circunstancias lo envuelven a uno; la actualidad lo atropella todo. Enumera con detalle las veces que ha encabezado una lista en los últimos diez años.
Ayer se acostó tarde. Durmió seis horas y salió de casa para hacer de alcalde de Sant Vicenç dels Horts en varios actos. No le dio tiempo a desayunar y se presentó en el Forum con el estómago vacío. De camino al coche, tras pararse con un periodista de La Stampa al que le dice que es optimista, Junqueras cuenta que en la conversación improvisada con Romeva y Mas valoraron la rueda de prensa y cuadraron agendas. ¿No le reprochan en su partido y en la calle la alianza con Mas? Niega con la cabeza. A La Vanguardia, hace un tiempo, le dijo que se recordaba a los ocho años como un niño independentista y perfectamente en contra de la Constitución española. Ahora el periodista le señala el paisaje: una ciudad vestida de banderas catalanas y esteladas. Nosotros siempre estuvimos aquí, responde, nunca nos hemos movido: siempre hemos sido republicanos e independentistas. Por tanto estamos muy contentos, dice, de que esto ocurra.
El Seat Altea gris («Oriol no quiere coche oficial ni nada ostentoso», dice su chófer) viaja de vuelta a la casita con huerto de Sant Vicenç: Junqueras comerá en familia. En una hora y media el coche volverá a buscarlo para depositarlo en la Diada. Fila cero, le dice su equipo, sosteniendo la pancarta y delante de un espacio reservado en la cabecera para unos 2000 vips.
En el trayecto a casa el líder independentista defiende las declaraciones de los jefes europeos, incluida Merkel, porque no van contra el proceso catalán: Merkel habla de un supuesto de agresión, en Cataluña el proceso es pacífico y Europa lo tendrá como ejemplar. ¿Qué pasará con los partidos constitucionalistas en una supuesta República catalana? Tienen su lugar aquí y representan a mucha gente, explica. ¿Habrá un ministro del PP en esa República? Eso lo tiene que decidir la gente votando. ¿Y como integración en un Gobierno suyo? Si cuando seamos independientes los que estaban en contra entienden que esto es bueno, y tienen voluntad de construir un Estado y se suman al consenso, eso siempre es mejor para todos.
En el coche Junqueras ya no tiene la camisa por dentro y se ha sacado la chaqueta. Se ha acomodado en el asiento trasero con el móvil en la mano y pierde la mirada en el paisaje explicando a dónde llegaba el mar en la época de los romanos, las playas de entonces, los asentamientos, los deltas y estuarios de geografía similar, dice, a las rías gallegas. ¿Hay en Cataluña un patriotismo español sumergido, un españolismo que sólo se muestra en las urnas? ¿Por qué hay tanta distancia entre las movilizaciones constitucionalistas y sus resultados electorales? Que no haya gente a favor de la independencia, dice, no quiere decir que esa gente esté en contra o se tenga que movilizar para desactivarla. Y además, cuando quieres cambiar las cosas te mueves; cuando quieres conservarlas, no tanto.
Llega a la manifestación a las cuatro y media. Es el único de los líderes con camisa oscura. Hace una declaración grandilocuente: «Que sea la última Diada antes de la independencia», y su figura se difumina, pese a la estatura y el color de la ropa, entre la enorme marea humana. Antes de ir a comer, en el asiento trasero del Altea, Junqueras se encogió de hombros con una mueca de chi lo sa cuando se le preguntó si despues del 27-S empezaría, con tres aliados tan distintos, el habitual juego de traiciones.