ABC-LUIS VENTOSO
La batalla de este siglo será, otra vez, entre autoritarismo y libertad
DOS escalofriantes tiroteos en Estados Unidos. Nada insólito, por desgracia, en el país con más armas. En un centro comercial de El Paso (Texas), un xenófobo que odia a los inmigrantes hispanos mató a balazos a 20 personas. En una zona de ocio nocturno de Dayton (Ohio) otro tirador asesinó a nueve paseantes. Con los servicios de socorro todavía sobre el terreno, voces de la izquierda estadounidense y europea se apresuraron a acusar a Trump de instigar los atentados con su agresivo discurso contra la inmigración descontrolada. Un desbarre. ¿Gobernaba Trump en Noruega cuando en 2011 otro cabrón supremacista, Breivik, mató a 77 chavales en la isla de Utoya? ¿El hecho de que Nueva Zelanda esté gobernada por una amable y estupenda premier laborista evitó el lacerante atentado racista de Christchurch?
La exigencia puntillosa con que el progresismo enjuicia las acciones de Trump contrasta con su silencio ante otros poderosos. Este fin de semana, la policía detuvo a 800 manifestantes en Moscú, apaleando a varios en el suelo cuando ya los había reducido. Los «criminales» pedían juego limpio en las elecciones moscovitas. El principal opositor ruso, Alexei Navalny, está encarcelado por demandar lo mismo y hace ocho días fue hospitalizado por posible envenenamiento (los opositores rusos tienen una curiosa afición a envenenarse). En Hong Kong, la policía volvió a aplicarse con gases lacrimógenos y gas pimienta contra manifestantes que pelean por preservar la excepción democrática heredada de los ingleses. No hallarán un comentario del progresismo español, o medios afines, contra esos regímenes autoritarios y en defensa de quienes se baten en la primera línea del frente de las libertades. Del mismo modo que el feminismo zurdo enmudece si la represión de las mujeres lleva cuño islámico.
Impresiona la ceguera de la izquierda occidental ante la gran batalla en curso: la liza entre los sistemas de libertades y el modelo autoritario que encarnan Rusia, y sobre todo, China. Cuando Putin dio por muerto al liberalismo en la última cumbre del G-20 sabía lo que se hacía. Chinos y rusos han iniciado una cruzada ideológica que intenta propagar por el mundo esta tesis: los países funcionan mejor sin libertad que con ella, por tanto no existe la pretendida superioridad moral del liberalismo occidental. China se irrita si Trump pone trabas a Huawei en su plan para colarse en las tripas tecnológicas más sensibles de los países occidentales. Pero tras su muralla ha prohibido Twitter, Facebook y Google, a los que tacha de puertas a la disidencia. China está iniciando una expansión mundial a golpe de inmensas inversiones de amable apariencia… que podrían ser el caballo de Troya para una segunda fase a mediados de siglo: el acatamiento obligado del modelo autoritario por parte de los países rehenes del capital chino. China y Rusia acaban de suscribir un acuerdo energético para no depender en nada de Occidente. La batalla ideológica es enorme. Trump ha identificado al adversario y está actuando. Pero no parece enterado de lo que le toca defender: las virtudes de la democracia liberal.