EL MUNDO 31/11/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
A mí no me parece mal que Obama nos escuche, vaya esto por delante. No descarto que sea un hecho delictivo, pero seguramente será por mi bien y, además, me proporciona estatus. También ha supuesto una gran responsabilidad personal, aunque sus efectos han sido positivos. El nivel intelectual de mis conversaciones telefónicas, por ejemplo, ha mejorado sensiblemente. Antes pecaban de casticismo, de estar salpicadas de chistes verdes y expresiones inconvenientes, y ahora las entrevero con citas literarias y algún toque kantiano, siguiendo los consejos de mi madre, que siempre me instaba a cambiarme la ropa interior con el mismo argumento: «No vayas a tener un accidente y tenga que verte el médico». Era una mujer de natural escéptico y nunca se le ocurrió que podría planteárseme una ocasión de ligar y fuese a quedar en ridículo.
Obama es afroamericano, que es como se llama a los subsaharianos nacidos en los Estados Unidos o en las islas Hawaii, a 2.600 millas de la costa californiana, y se nota que no tiene malicia en esto de las nuevas tecnologías. De otra manera no habría permanecido callado y habría ensayado una respuesta en busca de empatía, al estilo de la confesión que le hacía Klaus Kinski a Bruno Ganz en el Nosferatu de Werner Herzog: «Mi querido Jonathan Harker, no sabe usted lo que supone verse obligado a repetir durante siglos las mismas tristes, banales experiencias».
Lo de las escuchas ilegales es antiguo. Ya han pasado más de 40 años desde el caso Watergate y lo que no ha cambiado en Estados Unidos es la respuesta de los presidentes en el momento de descubrirse el pastel: la callada por respuesta. Aunque pueda parecerles un supuesto heroico, supongan ustedes que Barack Obama hubiera nacido vasco. En el verano del 86, el lehendakariGaraikoetxea notó que su teléfono hacía extraños. Después de dos denuncias recibió una llamada de Luis Solana, presidente de Telefónica, para decirle que en su teléfono había un pinchazo.
Garaiko se puso enérgico, en plan Margallo, y tuvo una réplica magistral del PNV, pese al laconismo que se atribuye al partido–guía de los vascos. ¡Ay, si Obama se hubiera inspirado ahí! «Algo tendrá que esconder cuando se pone así», dijo el portavoz Xabier Aguirre Kerejeta. «La Ejecutiva y yo también tenemos los teléfonos pinchados, pero yo no tengo nada que ocultar». Arzalluz, como solía, lo bordó al apuntar que no era un dispositivo para la escucha, sino para ser descubierto «en el más puro estilo de quien lanza la piedra, descalabra al vecino y se pone él mismo la venda».
No hay motivo para que tengamos complejo, ya les digo. Lo de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, con sus 60 millones de conversaciones intervenidas, es un mero asunto cuantitativo, la dimensión industrial del asunto, haya tenido el papel que haya tenido en ello el CNI, tan artesanal y tan selectivo en la selección de sus escuchandos. El CNI, en una encarnación anterior, llegó a ponerle escuchas al Rey, no diré más. Cualitativamente hablando no hay color, por más que en nuestro imaginario después del ojo de Dios esté la oreja de Obama.