Editorial-El Correo

  • La agonía del Gobierno agudiza el declive de Francia, sumida en la humillación por el encarcelamiento de Sarkozy y el asalto al Louvre

La entrada de Nicolas Sarkozy en una celda de La Santé, convertido en el primer presidente francés en ingresar en prisión, simboliza la decadencia que sufre el país, sumido en una constante inestabilidad que mantiene en vilo a la UE. Para colmo de males, el asalto al Louvre con el que los ladrones han desvalijado el tesoro de Napoleón, la joya de la Corona, ha agudizado entre los franceses una incómoda sensación de humillación ante el resto del mundo. Un Sarkozy sin honor, un emperador destronado, un museo violentado con una sierra radial; una Francia sin ‘grandeur’. Al menos, sin el brillo que lució hace solo un año en los Juegos Olímpicos de París, recordados como fuegos de artificio para solapar la gravedad de la crisis política y casi de personalidad de la V República.

La sucesión de gobiernos precarios bajo la presidencia de Emmanuel Macron revela el alcance del desmoronamiento, que hunde sus causas en un estado del bienestar bajo mínimos por la galopante deuda pública. Una guillotina para aquellos primeros ministros que han tratado de cortar el grifo del gasto y, con él, de las prestaciones sociales, la otra perla republicana. El intento de dotar de estabilidad la legislatura y, a la vez, de aplicar severos recortes para contener el déficit se ha llevado por delante a seis ‘premier’ durante la etapa de Macron y casi le cuesta el puesto al último de ellos tras claudicar por falta de respaldos al Presupuesto. Sébastien Lecornu ha salvado la cabeza al sobrevivir a dos mociones de censura presentadas por los extremos parlamentarios, la Francia Insumisa y la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, inhabilitada por malversación de fondos europeos en la financiación de su partido. Pero la agonía sigue para el Ejecutivo de Lecornu, obligado a suspender la reforma de las pensiones para hacerse con el apoyo de los socialistas y evitar otra bochornosa caída .

En medio del calvario, un atraco de película al Louvre y un no menos melodramático paseíllo de Sarkozy, condenado a cinco años por los presuntos vínculos del régimen libio de Gadafi en la financiación de su campaña a las presidenciales de 2007, sitúan a la Quinta República en una fuerte crisis de imagen que amenaza con agravar el desprestigio de la clase política. Para iniciar la remontada, Francia va a necesitar mucho más que el sentimiento combativo de ‘La Marsellesa’ con la que los acólitos de Sarkozy, acompañado hasta la puerta de La Santé por su mujer, Carla Bruni, le despidieron antes de perder la libertad.