IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La guerra contemporánea se ha medievalizado en Siria y Ucrania. Milicias mercenarias al servicio de condotieros y oligarcas

Basta con pensar por un momento en el gigantesco Estado ruso, con su arsenal nuclear, en manos del tal Prigozhin para experimentar una súbita corriente de simpatía por Putin. De repente el cruel autócrata que ha desencadenado la caprichosa carnicería ucraniana se aparece como un estadista moderado por comparación con el cabecilla mercenario que mandaba grabar vídeos donde sus huestes ejecutaban desertores a martillazos. La intentona de Rostov puede sonar bien en primera instancia por cuanto agrava las dificultades del agresor y obstaculiza su estrategia, pero una mirada de luz más larga perfila un problema aún mayor, como es el de una potencia atómica sacudida por una crisis de inestabilidad interna. Ése es el análisis dominante en los servicios occidentales de inteligencia, perplejos ante el factor de incertidumbre que el ‘putsch’ añade sobre la ya compleja coyuntura bélica. Tanto desear y promover la caída de Putin para acabar rezando porque su sucesor no sea un sanguinario coleccionista de cabezas.

Lo que revela este giro de guión en Ucrania es la peligrosa deriva de la guerra contemporánea hacia una intervención cada vez más extendida de milicias privadas. Ya ocurrió en Afganistán y en Irak con las ‘agencias de seguridad’ americanas, y luego en Crimea, Siria y en los numerosos conflictos civiles de África. Junto a Wagner combaten en la cuenca del Dniéper diversas compañías de soldadesca asalariada –Patriot, Redut, Potok, etc–, casi todas ellas al servicio de destacados oligarcas. Hasta la Iglesia ortodoxa ha creado una de estas brigadas. Es la medievalización de la guerra a base de tropas feudales subcontratadas mientras los ejércitos regulares sirven de literal carne de cañón con levas de reclutas sin preparación ni eficacia. Se trata de mesnaderos sacados de las cárceles y dispuestos a sembrar el terror entre la población como aquellos moros de Queipo; la barbarie en estado puro, al margen de cualquier Derecho Internacional moderno, con licencia para violaciones, masacres y saqueos. Una bicoca para los políticos eximidos de responder ante su opinión pública de los conciudadanos muertos.

El inconveniente es que cuando se reparten armas y poder entre fuerzas paramilitares, sus jerarcas tienden –desde la antigua Roma– a crecerse y a independizarse, y sienten la tentación de desafiar a las estructuras institucionales. Las del Kremlim están horadadas por esta clase de ‘agencias’ sin más lealtades que los intereses de esos condotieros surgidos de las mafias poscomunistas, el soporte inicial sobre el que Putin estableció su hegemonía. Prigozhin es un aventurero, un soldado de fortuna, un pretoriano oportunista, pero hay otros con mayor perspicacia y menos prisa. La idea de una Rusia gobernada por alguno de estos caciques es francamente disruptiva en términos de geopolítica. Sin contar con que al fondo espera, paciente, China.