Chapu Apaolaza-ABC
- Terminé escondido detrás de la mesita del salón que imaginaba hecha de sacos terreros. Para escuchar a la ministra de Hacienda hay que ponerse un casco o algo, que parece que la filma Leni Riefenstahl. Se aparece muy decidida, casi militar
Ha llegado un momento del debate político de mi Españita en el que uno escucha a un candidato y no sabe si le va a soltar un mitin o un guantazo. Asistí de lejos a la presentación de María Jesús Montero como punta de flecha del sanchismo andaluz. La vi por la tele y terminé escondido detrás de la mesita del salón que imaginaba hecha de sacos terreros. Para escuchar a la ministra de Hacienda hay que ponerse un casco o algo. Le quité el sonido a la televisión, pero daba aún más miedo, y llenaba todo el espacio con ese ímpetu y ese fustigar con las palabras esdrújulas, castigando, que parece que la filma Leni Riefenstahl.
Se aparece muy decidida, casi militar, levantando el puño como el martillo de Thor de Triana, un poco en dictador de búnker con lunares y un riarriapitá prebélico que resulta imposible en Sevilla y en ella misma, por mucho que se esfuerce en esta nueva motivación marcial. La veo llamando a sus votantes al combate de la movilización en las urnas y en lo que haga falta. Emplea para ello el ímpetu suyo corralero, que no es un insulto, sino una denominación de un discurso y una actitud estridente, de tono altísimo y compás rápido, casi atropellado como las sevillanas denominadas corraleras tan propias de los cantes de Lebrija. La salva cierto punto cómico que le subyace e instala al espectador entre la risa y una profunda desazón como si viera ‘El gran dictador’ de Charles Chaplin o como cuando va al circo mi hijo pequeño que tiene terror a los payasos.
La salva cierto punto cómico que le subyace e instala al espectador entre la risa y una profunda desazón
La izquierda de este país se ha puesto militar en general y perviven en su discurso el combate, la lucha y otras expresiones dialécticas como la de poner el cuerpo, que a mí me suena a llegar a las manos. Si cualquier líder de la derecha saliera a un atril pegando taconazos y con esas formas de ‘nos vemos en la calle’, lo mandarían detener por facha y por otras cosas. Si a Alberto Núñez Feijóo, que hablando es Papá Pitufo, lo pintan de ultraderechista, qué sucedería si saliera al debate público con los exabruptos tonales de María Jesús Montero, que por momentos parece que comanda un batallón en el Ebro.
Ir a la guerra a Sevilla es tan absurdo como ir a la Feria de Abril a Bilbao en febrero por mucho que el Gobierno pretenda instalar el marco discursivo de 1936 y Franco se aparezca hasta en las cajas de cereales. Si en algún lugar deja de tener sentido la retórica de las barricadas y el enfrentamiento es en Andalucía con sus morosos atardeceres de la moderación, su valoración positiva del líder del partido contrario y el estado deseable del alma que ya vieron los romanos cuando situaron los Campos Elíseos entre El Puerto de Santa María y Jerez de la Frontera.
El concepto de la contienda es una marcianada en España en general y más aún en Andalucía, en Cádiz por ejemplo, techada de azules donde el sol se tira alegre y despreocupadamente de las azoteas como los chiquillos cuando saltan de los muelles del verano. Llevar el muro del sanchismo a Andalucía resulta una majadería infame e intolerable. Cómo va a ir nadie al combate, con el buen tiempo que hace.